martes, 4 de agosto de 2020

«Toni», de Jean Renoir, o el descubrimiento del neorrealismo…

Un melodrama que se convierte en tragedia: amores y pasiones del proletariado emigrante. 

 

Título original: Toni
Año: 1935
Duración: 82 min.
País:  Francia
Dirección: Jean Renoir
Guion: Jean Renoir, Carl Einstein
Música: Paul Bozzi
Fotografía: Claude Renoir (B&W)
Reparto: Charles Blavette, Celia Montalván, Édouard Delmont, Max Dalban, Jenny Hélia, Michel Kovachevitch.

 

         ¡Quién me iba a decir que con casi quince años de antelación Renoir iba a descubrir un género que luego se adjudicaría en exclusiva a los realizadores italianos, el neorrealismo…? Pues así es. Cualquier película de Renoir es siempre atractiva, porque el director lo vale; pero, acostumbrado a una cierta estilización en sus realizaciones, no me esperaba esta suerte de crónica de la pobreza y las pasiones amorosas entre inmigrantes. La película se abre con la llegada de un tren de emigrantes que vienen de Italia para encontrar trabajo cerca de Marsella. Vienen cantando, los emigrantes, hermosas canciones populares italianas que nos hablan de la nostalgia y del pesar por abandonar la tierra y a los seres queridos. La luz agreste del sol meridional, la pobreza de la indumentaria y los espacios degradados en que se mueven los personajes nos hablan enseguida de la pobreza esencial de unos seres que se buscan la vida donde pueden y haciendo cualquier trabajo no cualificado. El personaje que da título a la película, Toni, soñador, enamoradizo y de buen corazón, además de voluntarioso, no tarda -una elipsis afortunada que nos ahorra un largo proceso de amores- en acomodarse sentimentalmente con la patrona de la pensión donde viven otros trabajadores que, como él, han encontrado trabajo en la cantera, como picadores. Esos años pasados han conseguido que la patrona advierta señales de hastío y cansancio en Toni, amén de saber que anda enamorado de una joven de origen español, Josefa, interpretada por la actriz mejicana Celia Montalván con una propiedad y gracia españolas que aparecen en cada una de sus intervenciones en castellano en la película. En esas andanzas de don Juan, Toni se aproxima a Josefa y se enciende de amores, pero no cuenta con que el capataz de la cantera se la disputa. Josefa, que se nos presenta muy pero que muy ligera de cascos, a pesar de la mojigatería con que aparenta una castidad a prueba de bombas, se deja seducir por el capataz, a pesar de las implícitas promesas de amor hechas a Toni -y la secuencia de la picadura de la avispa con la extracción del aguijón y la succión bucal del veneno son de una sensualidad extraordinarias-, y acaba casándose con él, lo que, en parte por despecho, lleva a Toni a acceder a casarse con su patrona, y celebrar la boda conjuntamente con su rival. A partir de ese momento entramos ya en la senda por la que se acabará desencadenando  la tragedia.

         La película está rodada casi toda en exteriores y con muchos actores no profesionales, con sonido directo y nada menos que con Luchino Visconti como ayudante de dirección de Renoir, lo que viene a certificar la poderosa influencia de esta película en el neorrealismo que aún no había ni siquiera nacido como tal, y que tendría que esperar diez años para, con Roma, ciudad abierta, de Rossellini, entrar en la Historia del cine. La película destila una sensación de verdad, de algo genuino, con un poder narrativo muy poderoso. La sensación de que el fatalismo se cierne sobre las relaciones humanas de un modo inexplicable lo permea todo. Sin embargo, la historia nos permite entrar en el conocimiento, sobre todo, de los confusos sentimientos del protagonista y de su bondad innata. También del sufrimiento que, inadvertidamente, su ciega pasión pueda causar en un tercero -a ese respecto la secuencia del suicidio en el mar de la patrona con quien se ha casado Toni es un prodigio de austeridad fílmica y, al tiempo, de una belleza arrebatada: el modo como Toni lleva en brazos a Marie y, cuando esta despierta, el modo como ella lo rechaza llegan directamente al corazón del acongojado espectador.

         Toni no es una de las películas más famosas de Renoir, y no entiendo por qué, excepto que el hecho de tratarse de las pasiones de la gente más humilde haga creer a los espectadores o los estudiosos del cine que, sin el glamour correspondiente, nada puede tener un interés sustantivo. Pues sucede justo lo contrario: la excepcional naturalidad de los actores en esta película, en la que el abuso de los inmigrantes forma parte primordial del contexto, y el ambiente rural en el que transcurre la acción, así como la banda sonora de las canciones italianas de los emigrantes, intercaladas siempre con una poderosa eficacia lírica, dotan a la película de esa poderosa sensación de realidad que tiene siempre en el cine bien hecho el retrato de la miseria y de los menesterosos.

         Cuando la tragedia se ha consumado, con un crescendo que sobrecoge el ánimo, la película se recoge sobre sí misma y volvemos al inicio de la misma, con otros inmigrantes que bajan del tren con el mismo afán emprendedor con el que bajó Toni de él tres años antes y con las mismas canciones melancólicas que nos hablan de despedidas, de añoranzas y de soledades. De algún modo, viene a decirnos Renoir, es cíclico el destino de las personas: rellenamos un destino que ya ha sido escrito por la fatalidad trazada por los dioses para cada uno de nosotros. Está claro, pues, el terrible mensaje; pero también los arraigados valores de personas como Toni, fieles a sus sentimientos, por mucho que las circunstancias se alíen contra sus designios. Renoir nos ofrece una auténtica lección de vida, centrando su interés en seres que no parecen tener ninguna importancia para nadie: sabe ahondar en sus conflictos y nos revela la grandeza de los sentimientos que albergan todas las personas.


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