miércoles, 5 de agosto de 2020

«Too late», de Dennis Hauck o una muestra canónica de «neo-noir»


Una propuesta compleja para un caso simple de redención moral: los detectives privados ya no son como eran…

 

Título original: Too Late

Año: 2015

Duración: 107 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Dennis Hauck

Guion: Dennis Hauck

Música: Robert Allaire

Fotografía: Bill Fernandez

Reparto: John Hawkes, Crystal Reed, Natalie Zea, Dichen Lachman, Rider Strong, Dash Mihok, Robert T. Barrett, Brett Jacobsen, Joanna Cassidy, David Yow, Jeff Fahey, Robert Forster, Monica Olive, Vanessa Sheri, Vail Bloom.

 

 

Si hay una etiqueta de por medio, parece que todo queda más claro. Otra cosa es que el hecho de poder ponerle la etiqueta a un producto sirva para justificar su existencia o para ensalzarlo o, en el peor de los casos, denigrarlo. Too late dicen los críticos serios que es un neo-noir, y eso ya parece definir lo que los espectadores van a ver. Mis últimas referencias de neo-noir son muy diferentes: una es Puro vicio, de Paul Thomas Anderson, con un Joaquin Phoenix ejerciendo de detective colgadísimo en una trama que deja chica la de El sueño eterno; y la otra, Neon Demon, de  Nicolas Winding Refn, un peliculón que no ha tenido más éxito por la crudeza de una trama terrible. Con esos antecedentes, caso de que pase el examen de los entendidos y se acepten dentro de la etiqueta, nos pusimos mi Conjunta y yo a ver Too late, sin saber absolutamente nada de ella. Aun reconociendo que tiene un arranque espectacular con el encuentro cordial entre el asesino y la víctima, el descoloque que nos supuso el segundo tramo de los cinco en que se divide la película, con las partenaires desnudas en casa de los mafiosillos de medio pelo que regentan un club de strippers donde trabajaba la víctima,  exhibiendo agravios cuyo final, en cuanto apareciera una pistola, que acaba apareciendo, como era de recibo, no era difícil de imaginar, nos enfrío lo suyo y decidimos dejar de verla. Pasados los días, sin embargo, en esos ratos perdidos en que veo cosas a mi aire, decidí darle una segunda oportunidad y entonces sí que, con la aparición del detective magullado por la agresión sufrida por dos sospechosos del crimen de la joven que le ha sido encargado buscar, la trama deriva nítidamente hacia la peripecia del investigador. Poco a poco, de manera siempre indirecta, por el desorden cronológico con que se nos entrega la narración, se va conociendo la trama lineal de una relación personal del detective con la stripper y con otras mujeres, así como con la madre, quien mantiene una nada inocente rivalidad tóxica con su hija.

Como buen neo-noir, la trama es inseparable de ciertos ambientes, de cierta puesta en escena que define el género. La visita al club de strippers, por ejemplo; la propia casa de los mafiosillos; el bar donde interpreta el detective una hermosa canción; ¡y el autocine decrépito y degradado, con espectáculo de boxeo incluido, donde se ejecuta el desenlace de la película!, y que vale por toda la película.

 Junto al espacio, el carismático detective «perdedor» magníficamente interpretado por John Hawkes, a quien ya vi en Tú, yo y todos los demás, de Miranda July. Digamos que se trata del feo más feo del mundo con un sex-appeal capaz de imantar a cuantas mujeres se acerca. Su endeblez aparente, la fragilidad evidente y la ternura sospechada en la antítesis del macho man son ingredientes de una personalidad tan compleja como exige el género. A medida que avanza la trama y el detective asume un mayor protagonismo advertimos que no está en juego la mera búsqueda detectivesca de una desaparecida, sino una suerte de ajuste de cuentas con su propia responsabilidad, con su propia vida, lo que confiere al personaje una dimensión moral que se sobrepone a cualesquiera violencias que salpican la narración con la contundencia propia del género.

Hay, digámoslo así, una cierta «naturalidad» en la degradación que se corresponde con la visión crítica de una sociedad enferma, todo lo cual nos es mostrado con una estilización soberbia, a través de muchas escenas nocturnas, de la propia degradación soberbia. De hecho, el arranque de la película, con la bucólica conversación afectuosa entre la víctima y el verdugo, ambos ignorantes de cómo acabaría dicha relación, nos da a entender de manera muy gráfica esa perturbación psicológica que domina, con sus pulsiones de muerte, la vida social. Si sumamos la presencia de la pareja que también se cruza con la víctima poco antes de que halle su fatal destino, mientras disfrutan de un paseo por la naturaleza, nos damos cuenta del poderoso contraste que sirve de arranque a la trama. Sumémosle que, desde el escenario del crimen, la joven stripper ha llamado por teléfono al investigador, una conexión representada visualmente por la línea recta que sigue la cámara entre ambos interlocutores desde la cima del monte hasta el apartamento donde él recibe la llamada y desde el que se pone en marcha enseguida para acudir a la cita, si bien ambos ignoran, también, que ese encuentro jamás va a producirse.

Es curioso cómo, a veces, ciertos tramos de las películas pueden inducirnos a desistir del visionado de las mismas; pero, salvado el escollo de la repulsión que nos pueden provocar ciertas situaciones, ¡reprometo que la secuencia de los galanes con sus paternaires, antiguas strippers del club que regentan, tiene un sí sé qué de ofensivo que cuesta trabajo aceptar!, la propia evolución de la trama, que clarifica, muy dosificadamente las entretelas del caso se le impone al espectador y, recompuesto el puzzle, acaba entendiendo el sorprendente final, tan inesperado como brillante.

Me sorprende a mí mismo cómo en una película he sido capaz de sobreponerme a un amago de desistir de verla para acabar siguiendo con profundo interés la aventura existencial de un personaje que reúne lo mejor y lo peor del género de los detectives privados, y todo ello en unos «escenarios» escogidos con un sentido de la estética «feísta» que ilumina dicha peripecia personal , trascendiéndola. Toda una sorpresa.


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