Interpretaciones de lujo para una
historia perfectamente tramada, con una fotografía intimista y una dirección exquisita:
Llama un desconocido o la redención
postmórtem.
Título original: Phone Call from a Stranger
Año: 1952
Duración: 105 min.
País: Estados Unidos
Director: Jean Negulesco
Guion: Nunnally Johnson,
I.A.R. Wylie
Música: Franz Waxman
Fotografía: Milton R. Krasner (B&W)
Reparto: Shelley Winters, Bette Davis,
Gary Merrill, Michael
Rennie, Keenan Wynn, Evelyn Varden, Warren Stevens, Beatrice Straight, Ted Donaldson.
De Jean Negulesco tuve la suerte de ver no hace mucho Belinda,
y de dedicarle una crítica entusiasta, porque me pareció que el director
había sabido captar la vida en toda la intensidad con que esta suele
manifestarse en nuestra vida de cada día, llena de todos los matices posibles
de la existencia propia del común de los mortales. Nada que ver con vidas de
excepción como las que aparecen en ciertos melodramas o en visiones idealizadas
más propias de la ficción fantástica que del realismo bien entendido. En Llama un desconocido hay que valorar,
incluso sobre la realización de Negulesco, muy ajustada a la descripción de los
personajes y con un sentido narrativo muy potente y eficaz, el guión de Nunnally
Johnson, uno de los grandes guionistas -ganó el Oscar al mejor guion por Las uvas de la ira- y director de mérito,
sin duda, como demuestra Las tres caras
de Eva, por ejemplo. En compañía de la novelista cuya obra es la base del guion, Ida R. Wylie, Nunnaly Johnson
estructura el relato como una especie de rompecabezas dividido en dos partes,
una presentación de los cuatro personajes -los cuatro mosqueteros, dice de
ellos que son el insoportable jocoso personaje que encarna con idoneidad
absoluta Keenan Wynn- que acuerdan reunirse de vez en cuando para celebrar
haberse conocido, por lo que intercambian sus tarjetas de visita o el papel
donde la improvisan dos de ellos, porque su vuelo, en condiciones atmosféricas
muy adversas, ha de desviarse de su ruta para un aterrizaje en una escala no
prevista, lo cual permite un acercamiento entre ellos que no tardará en dar pie
incluso a algunas confidencias de las que es receptor un abogado que acaba de
separarse de su mujer por la infidelidad de esta. Estructurada en dos partes
bien definidas, como he dicho, a la primera, que transcurre íntegramente en el
aeropuerto y en el avión hasta que este, tras reanudar el vuelo acaba,
finalmente, estrellándose, le sigue otra en la que uno de los tres supervivientes
del accidente, el abogado, va telefoneando a las casas de cada uno de los tres mosqueteros
fallecidos para entablar contacto con sus familiares y tratar de aliviar su
duelo mediante la narración de las últimas horas pasadas con las víctimas. Como
se advierte, se trata de un planteamiento muy original que el guion explota a
fondo gracias al personaje hilo conductor, Gary Merrill, en uno de los pocos
papeles protagonista de su carrera, especializada en secundarios de altos
vuelos. Merrill ya había destacado en Eva
al desnudo, de Mankiewicz, y Negulesco sabe sacar un excelente partido de
él en esta película en la que hay un planteamiento detectivesco y moral que
cumple todas las expectativas de una historia capaz de atrapar al espectador en
la urdimbre de su trama, aunque, a veces, la resolución de cada uno de los
episodios deje algo que desear, sobre todo porque acaban conformándose como una
“lección” que el protagonista ha de asimilar para acabar resolviendo, de un
modo un poco naíf, todo se ha de decir, su propio problema. Eso sí, en ningún
caso el nivel de realismo se resiente lo más mínimo, ni la dureza de las situaciones
a las que se enfrenta el protagonista se reblandece lo más mínimo, sobre todo
en el episodio del desengaño que ha de sufrir un hijo respecto del pasado nada
honroso de un padre a quien el hijo tiene idealizado. La película, rodada en
blanco y negro, con una querencia por los claroscuros del cine policiaco, tiene
en la fotografía de Milton Krasner una
de sus mejores bazas. Recordemos que Krasner fotografió Bus Stop, de Logan. que acabo de criticar en este Ojo, y, sobre todo, otra criticada con
entusiasmo aquí, A 23 pasos de BakerStreet, de Hathaway, un thriller, con un investigador ciego, un estupendo
Van Johnson, lleno de suspense y
emoción. De las tres historias, la de la nuera en conflicto con su suegra,
también actriz de vodevil como ella, y en permanente disputa; la del pesado
amigo de las bromas constante, y la del cirujano borracho que se estrella en un
coche y acusa a su amigo, fallecido en el accidente, de ser el conductor del
vehículo, con la complicidad de su esposa, quizás haya de destacarse la del
bromista a quien la mujer engaña con otro, quien, tras quedar ella paralítica
también en un accidente de coche, la abandona. Ese breve papel, protagonizado
por Bette Davis -quien no eclipsa el despliegue de genio interpretativo de Shelley Winters, una actriz que va creciendo
a medida que voy viendo más películas suyas, y ya llevo unas cuantas-, en una
historia conmovedora, porque el marido burlado acaba volviendo con ella y
aceptando su condición disminuida con el mismo amor que le tenía antes de que
ella lo abandonase por un amante que se revela un desalmado, le da alas a una
película que ya vuela alto por todo lo visto con anterioridad, pero Bette
Davis, tan magnífica siempre, contribuye a ponerle un broche de oro. Es
difícil, insisto, en destacar a nadie sobre nadie, porque la película, a pesar
del protagonismo estelar de Merryll, es una obra coral perfectamente orquestada
y en la que ninguna voz desafina. Me ha sorprendido mucho, para bien, aunque el
hecho de venir firmada por Negulesco ya era, de por sí, una garantía suficiente
de la calidad de la misma. Si se le suma el excelente equipo que logró reunir,
y no olvidemos la música de Franz Waxman, que fue nominado doce veces al Oscar
a la mejor banda sonora, entenderemos que la película sea algo más de lo que,
al principio, parece: un título magnífico de serie B, digno de competir con los
mejores de la serie A. Solo una pega hay que ponerle a la película, la pobreza
de los efectos especiales en las escenas de la tormenta que atraviesa el avión,
realmente indignos del resto de la película, pero bien podemos pasar por alto
esas breves secuencias y apreciar todo lo bueno, el 99% restante, que la película
tiene.