Ida Lupino, una directora para un film de hombres solos: El autoestopista o las fragilidades
masculinas reexaminadas.
Título original: The Hitch-Hiker
Año: 1953
Duración: 71 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Ida Lupino
Guion: Ida Lupino, Collier
Young
Música: Leith Stevens
Fotografía: Nicholas Musuraca (B&W)
Reparto: Edmond O'Brien, Frank Lovejoy, William Talman, José Torvay,
Sam Hayes, Wendell Niles, Jean
Del Val, Clark Howat, Natividad Vacío.
Hace unos días veía una película
de Fritz Lang en la que Ida Lupino tenía un papel, si no muy destacado, sí
excelentemente resuelto, porque a veces de la buena interpretación de ciertos
papeles cortos es de donde sacan las películas su crédito, como es bien sabido.
Una participación reducida, pero una solvencia a prueba de bombas. Y ahora, por
esos azares del destino que me lleva de unas películas a otras siguiendo
insospechados caminos, me planto ante una película dirigida por ella y mi
sorpresa ha sido definitiva. ¡Una película excelente!, con un planteamiento de
huis clos que contrasta con la vastedad del desierto fronterizo entre Usamérica
y Méjico por el que un asesino psicópata con dos rehenes se desplaza para
llegar a un puerto mejicano desde donde embarcarse para huir del acoso. El
arranque de la película con varios crímenes cometidos por el autoestopista que
huye de la policía, da paso al momento en que dos amigos que quieren pasar a
Méjico para ir de fin de semana de pesca se detienen para recoger al
autoestopista que no tarda en darse a conocer cuando en la radio avisan de que
le siguen el rastro. Desde ese momento, sometidos a la amenaza de ser
asesinados a sangre fría por quien ya tiene un largo historial de asesinatos a
sus espaldas, se inicia una suerte de road movie a través del desierto de la
baja California con un árido paisaje espectacular que va a contrastar con la
progresiva degradación de las condiciones del viaje, llegando, incluso, al
abandono del vehículo porque una piedra de los caminos de tierra por donde
transitan ha perforado el depósito de aceite. Andando a través de una
naturaleza hostil por lo tanto, la tensión entre los tres hombres va creciendo,
a medida que se van acercando al objetivo de su travesía fugitiva. En esas
noches de desierto, la película, típica de psicópata sin escrúpulo alguno,
vemos que hay espacio incluso para el humor, cuando el asesino detrás de la
pistola omnipresente que marca la frontera inviolable entre él y ellos les
avisa de que duerme con un ojo abierto y el otro cerrado, como en efecto contemplamos
al asesino, hasta que los dos amigos intuyen que está realmente dormido e
intentan escapar, con el resultado de una lesión en un pie, tras haber sido
descubiertos y estar a punto de ser atropellados por el criminal. Las
interpretaciones de los tres, metidos en sus papeles hasta las cachas, contribuye
poderosamente al verismo de la historia y a mantener la tensión hasta un
desenlace que, aunque previsto, tiene la virtud de ser coherente con la
estrategia policial que, de forma paralela a la huida a través del desierto de
los tres hombres, han creado las policías usamericana y mejicana, que trabajan
perfectamente de acuerdo en ese espacio fronterizo, no como ahora. El hecho de
que buena parte de la película transcurra en territorio mejicano implica la
aparición del español como segunda lengua de la película, lo que provoca
ciertas escenas de tensión, dado que el maleante no lo habla y los otros dos
sí, lo que lo pone muy nervioso, porque no sabe si está siendo traicionado. La
presencia de un espacio agreste y agresivo, en términos de supervivencia, como el
semidesierto que atraviesan va, pues, mas allá del simple decorado para devenir
un cuarto personaje. La película gana mucho en ese escenario que combina a
partes iguales con el del cubículo del coche en un plano frontal que, como
decía en el título, se convierte en un espacio cerrado donde las relaciones se
van tensando muy pautadamente. Es evidente que, al estar tan centrada la
película en esos tres personajes, es la situación lo importante, no una
historia casi insignificante y repetida hasta la saciedad en el cine: la huida
con rehenes. Lo importante en la realización
es cómo ha conseguido Ida Lupino crear un ritmo cinematográfico de poderoso
latido a través de encuadres en los que se
reflejan las impotencias de los tres personajes, lo que pueden y no pueden cada
uno de ellos, porque se da el caso de que se establece una interdependencia y
aunque al llegar a su destino los amigos saben que pueden acabar asesinados,
hasta llegara él estos saben que siguen vivas sus oportunidades de revolverse
contra él. El desenlace se ve venir, en efecto, pero decepciona en la medida en
que, tras las penalidades de rigor, el asesino es incapaz de intuir siquiera
que no todo puede ser tan fácil como parece que es, ese instinto de
supervivencia del que parece no disponer. De todos modos, no se le ha
caracterizado como uno de esos asesinos inteligentes, sino como un psicópata de
gatillo fácil y escasa capacidad de prever escenarios distintos del del mero
presente en el que vive. Con todo, la película merece mucho la pena, y los tres
actores principales han respondido plenamente a lo que supongo les exigiría la
directora. Como ella misma declaró, con altísimo sentido del humor, actuando
era la Bette Davis de los pobres y, dirigiendo, el Don Siegel de los mismos.
Trataré de acercarme a otras películas suyas, que ya sé que tenían a la mujer
como eje principal de las mismas. Aquí se calzó el parche de John Ford y
dirigió una película de hombres solos, con excelente temple narrativo.