El mundo entre idílico y marginal de las geishas y una de
las grandes historias de amor de la Historia del cine.
Título original: Gion no shimai
Año: 1936
Duración: 69 min.
País: Japón
Dirección: Kenji Mizoguchi
Guion: Kenji Mizoguchi, Yoshikata Yoda (Novela: Aleksandr Kuprin)
Fotografía: Minoru Miki (B&W)
Reparto: Isuzu Yamada, Yôko Umemura, Benkei Shiganoya, Eitarô Shindô,
Taizô Fukami, Fumio Okura, Namiko Kawajima, Reiko Aoi
Título original: Zangiku
monogatari
Año: 1939
Duración: 143 min.
País: Japón
Dirección: Kenji Mizoguchi
Guion: Yoshikata Yoda
Música: Senji Ito, Shiro Fukai
Fotografía: Minoru Miki, Yozo Fuji (B&W)
Reparto: Shotaro Hanayagi, Kakuko Mori, Kôkichi Takada, Yôko Umemura,
Tokusaburo Arashi, Gonjuro Kawarazaki, Nobuko Fushimi, Kikuko Hanaoka.
Historia del último
crisantemo pasa por ser una de las obras imprescindibles del séptimo arte,
y es muy probable que quienes lean estas líneas la hayan visto, incluso más de
una vez. Quería revisitarla, al encontrarla en Filmin, pero la he acompañado
con Las hermanas de Gion, una realización anterior y con una historia
centrada en un tema «escabroso» como el de las geishas y sus «protectores», si
bien ha de aclararse que, aunque sobreentendida, en modo alguno esa relación de
protección había de incluir relaciones sexuales. Se trataba de una cuestión de
estatus, poder permitirse, o no, tener una geisha «particular». Recordemos que
el arte supremo de la geisha es entretener, y con el mayor sentido artístico y
el mayor refinamiento en los modales. En la película, que comienza con la ruina
de un vendedor de antigüedades -luego se sabrá que muchas de ellas eran
falsas-, pronto descubrimos que la verdadera historia es la que enfrenta a dos
hermanas geishas pobres que viven en “el barrio del placer” en la ciudad de
Kioto. El arruinado protector de la hermana mayor decide instalarse en su casa,
porque, tras la quiebra del negocio, decide separarse de su mujer, a quien no
parece soportar. La película nos muestra las dificultades para sobrevivir que
padecen ambas hermanas, si bien la pequeña, que se estrena en el metraje con
una declaración protofeminista: «Los hombres son nuestros enemigos. Los hombres
son odiosos», muestra una actitud en todo lo referente a su profesión de geisha
muy distinta de la aceptación sumisa de los hombres que tiene la hermana mayor.
La diferencia ella misma la establece: «Las que hemos ido a la escuela antes de
convertirnos en geisha», como ella, ven el negocio y en modo alguno se extralimitan
en él guiadas, como ahora su hermana, por los «buenos sentimientos». Si su
protector la ayudó a ella a convertirse en geisha, ella, según su hermana rebelde,
la geisha rebelde, ya se lo ha pagado con creces.
El cine oriental tiene un ritmo de vida cotidiana que no
tiene nada que ver con el nuestro. Después de ver ambas películas, sobre todo Historia
del último crisantemo, me dio por pensar que las vestiduras tradicionales
japonesas, tanto para hombre como para mujer, parecían diseñadas para evitar la
«prisa», la verdadera enfermedad occidental; que esos pasitos cortos que dan
todos al caminar son algo así como el freno de la sabiduría al atrevimiento, a
la osadía de la ignorancia o la vehemencia; amén de una manera ingeniosa para fomentar
la convivencia. El estatismo, los protocolos, los rituales, la parsimonia, en definitiva,
con que se realizan los más mínimos actos de la vida cotidiana, amén de las reverencias
y las cortesías de todo tipo que intercambian a cada momento, dotan a las películas
tanto de Mizogouchi, como a las de Ozu, como a algunas de Kurosawa, de un tempo
que nos reconcilia con la dimensión humana de «lo que sucede». Y parece que
ocurran pocas cosas en tales películas, pero la intensidad de ciertas historias
nos desmiente en el acto. El enfrentamiento entre dos maneras de tratar a los
hombres por parte de ambas hermanas va a manifestarse, sobre todo, con el
engaño de que es víctima un vendedor de kimonos cuando la hermana pequeña le
pide, con la promesa explícita de un encuentro sexual, que le regale uno para
su hermana, que lo necesita para un trabajo importante, porque puede encontrar
un «protector» rico que las ayudaría a defenderse económicamente. Por una
jugada de carambola, el empleado es descubierto por el jefe quien, tras conocer
a la hermana mayor, decide convertirse en su «protector». Es muy notable la objetividad
descarnada con la que Mizogouchi trata un tema tan polémico, porque las geishas
-que fueron hombres en sus inicios- están rodeadas en Japón de un halo de
misterio que parece apartarlas de cualquier reflexión serena que ponga en claro
su función social. Son una profesión en decadencia, pero, al tiempo, por el
turismo, una realidad de la que no puede prescindirse, a pesar de las
maldiciones hacia la profesión que entona la hermana menor; pero es justo y necesario
que vean la película para saber por qué, aparte de lo ya dicho…
La Historia del último crisantemo es, sin ningún género
de dudas, una de las grandes películas románticas de la Historia del cine. La
historia gira en torno al teatro Kabuki y, desde el comienzo, advertimos que el
gran actor del momento en ese tipo de teatro, tiene un hijo adoptivo que
trabaja con él y que, sencillamente, «no da la talla» como actor en la compañía
de su padre, a pesar de los elogios de los sirvientes de la familia que quieren
convencerlo de lo contrario. Kikonosuke tiene, accidentalmente, una conversación
con la niñera de su hermano pequeño, quien le reconoce lo que los demás le
niegan: que sus actuaciones dejan mucho que desear y que lo que necesita es
estudiar y trabajar mucho para convertirse en un verdadero primer actor. A la
madre adoptiva no le gusta la influencia que Otoku, la nodriza, comienza a
tener sobre su hijo y decide despedirla. A este respecto, conviene recordar la
escena de los dos «amigos en camino de ser enamorados», a pesar de su distancia
social, en la cocina de la casa, partiendo y comiendo una sandía, para
percatarnos de cómo progresa la acción a través de los minúsculos actos de la
vida cotidiana. Esas conversaciones nocturnas, por ejemplo, las ha rodado Mizogouchi
con una cámara que seguía a los personajes desde debajo de sus pies, en una
suerte de contrapicado atrevido, como si anduvieran por in piso superior y los
filmara desde el inferior, asomándose, con curiosidad, a sus vidas, ajenas por
completo a la posibilidad de ser visto u oídos. Una vez se entera de que Otoku
ha sido despedida, Kikonosuke decide renunciar a su familia, irse de casa y
tratar de labrarse un nombre propio sin la influencia de su padre. Decide ir en
busca de Otoku y cuando finalmente la halla, vive con ella y comienza un largo
camino para convertirse en el actor que quiere ser. Su principal ayuda es
siempre Otoku, quien siente que toda su vida no tiene otro objetivo que conseguir
que Kikonosuke alcance su deseo de ser un gran actor, reconocido socialmente. Aún
tendrá que pasar por la humillación del fracaso en otra compañía, antes de que
le llegue una oferta para entrar en una compañía en la que poder formarse con
sólidas expectativas, cuando él daba ya por perdida irremediablemente su vocación
de actor. Como duda entre seguir con Otoku o aceptar, Otoku decide desaparecer
de su vida en un gesto de abnegación absoluta en favor de su amado. Cuando,
finalmente, Kikonosuke triunfa y su padre lo perdona, y se ha reincorporado a
su compañía, esta recibe la invitación para ir a Osaka, y tras el primer
estreno triunfal, el padre de Otoku se le acerca, violentando la decisión de su
hija, y le comunica que está seriamente enferma… No es que el romanticismo no
haya hecho acto de presencia en la hermosa relación entre ambos jóvenes, sino
que camino del desenlace estallará en una apoteosis muy difícil de olvidar. Mutatis
mutandis, Verdi quiso ponerle música a ese sentimiento y escribió una de
las joyas absolutas de la Historia de la ópera, La Traviata. Con esta referencia
musical tendrá el espectador una clara idea del amor sublime que Mizogouchi nos
describe con un pudor exquisito.
La farándula siempre ha sido motivo fílmico, y ahí está esa
joya que es también Viaje a ninguna parte, de Fernando Fernán Gómez, por
poner un ejemplo cercano; pero el teatro oriental, cuyos códigos son tan
distintos de los nuestros, nos ofrece un campo misterioso de exploración que
Mizogouchi despliega ante nosotros con delicada sabiduría, teatral y fílmica, y
conocemos el teatro por de dentro y las pasiones que se agitan tras las
bambalinas, y, además, la historia de un gran fracaso que parece ser, también,
un fracaso vital, pero el amor, siempre oportuno, impide que lo peor suceda…,
pero aquí lo quiero dejar para que el espectador se adentre, con una mirada
purificada en una de las grandes historias de amor de la Historia del cine.