Título original:Susan Slept
Here
Año: 1954
Duración: 98 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Frank Tashlin
Guion: Alex Gottlieb (Obra:
Steve Fisher, Alex Gottlieb)
Música: Leigh Harline
Fotografía: Nicholas Musuraca
Reparto: Dick Powell, Debbie Reynolds, Anne Francis, Alvy Moore, Glenda Farrell, Horace McMahon, Herb Vigran, Les Tremayne
Título original: The Girl
Can't Help It
Año 1956
Duración 99 min.
País:s Estados Unidos
Dirección: Frank Tashlin
Guion: Frank Tashlin,
Herbert Baker (Novela: Garson Kanin)
Música: Leigh Harline,
Lionel Newman
Fotografía: Leon Shamroy
Reparto: Tom Ewell, Jayne
Mansfield, Edmond O'Brien, Julie London, Ray Anthony, Barry Gordon, Henry
Jones, John Emery, Juanita Moore, Fats Domino, Little Richard, The Platters,
Gene Vincent and His Blue Caps, The Treniers, Eddie Fontaine, The Chuckles,
Abbey Lincoln, Johnny Olenn, Nino Tempo, Eddie Cochran.
¡Bueno, bueno,
qué dos sorpresas de mi buen amigo Frank Tashlin, a quien Jerry Lewis debe no
poco de su genialidad fílmica, pues fue él quien dirigió algunos de sus grandes
éxitos primerizos, como Loco por Anita, El ceniciento, Lío en
los grandes almacenes, Caso clínico en la clínica o Tú, Kim y yo!,
sentando las bases de un modo de hacer en el que el predominio del gag visual
domina la historia, junto con una tonalidad sentimental de fondo que Lewis
explotó con mucha frecuencia y no poco éxito.
Estas dos
películas son una muestra excelente de un género, la comedia, en el que los
directores usamericanos o afincados allí sobresalieron con una personalidad
inequívoca y perfectamente reconocible, por las endemoniadas tramas de enredos vodevilescos,
por la fortuna de los gags visuales y por el desempeño de unos actores que
daban la talla como pocos. Estoy a punto de acabar, por cierto, Un gran
reportaje, de Lewis Milestone, uno
de esos directores eclipsados pero con logros excepcionales como El
extraño amor de Martha Ivers, por ejemplo, la primera versión fílmica de The
front page, y hay en ella una agria mordacidad y una «autoría» en la
realización que no me parece que hayan
sido superadas ni por Hawks ni por Wilder.
Por su
proximidad en el tiempo, ambas películas comparten una estética muy próxima, y
el uso del color en ambas, muy estridente, contribuye a ello, aunque en la
primera, Susan slept here, casi siempre el título original les hace
mayor justicia, hay un desbordamiento cromático que, junto con la exquisita
puesta en escena, destaca frente a la más reciente, mucho más sobria, a pesar
de los llamativos modelos que luce la explosiva Jayne Mansfield, pretexto para
un par de gags antológicos, por cierto. En el arranque de la primera, toma la
voz la estatuilla de los Oscars, quien se encarga de presentarnos al guionista
que ha sido agraciado con uno de ellos, un original punto de vista que da una
idea del tono liviano y alegre que predominará en toda la obra, de trama tan
endeble como eficaz narrativamente. Unos policías le dicen al guionista que le
traen una joven para que pase en su compañía la Navidad, porque o alguien se
hace cargo de ella o acabará en un reformatorio: se trata de una joven
delincuente, un «tipo social» sobre el que el galardonado quiere escribir su
próximo guion.
La presencia de
Dick Powell es, para mí, siempre una garantía de que la película ha de tener
algún interés, pero si se le suma la presencia de una jovencísima Debbie
Reynolds -quien ya había triunfado dos años antes en Cantando bajo la lluvia, tenemos un
dúo que nos puede garantizar no poca diversión. Hay algo que falla en este
casting desequilibrado y que le resta a la película esa verosimilitud que, sin
ser un requisito sine qua non, tanto hace por complacer las exigencias
del espectador: me refiero a que el romance que se gesta entre la joven
indómita y el bachelor que está a punto de ser llevado al altar por una
bellísima vampiresa de manual, Anne Francis, también una experimentada actriz,
nos dice que él tiene 30 años y ella, 17, lo cual, si se nos apura, aún podría
tener un pase; ¡pero cuando la edad real del actor es de 50, y relativamente
mal llevados!, la cosa como se complica un poco. Pero da igual, de verdad,
porque el desarrollo de la trama es muy ingenioso y los actores lo bordan,
creando gags estupendos, cuando no maravillosas secuencias de payasería de
altos vuelos cuando la protagonista, ya casada con el bachelor, ve unas
películas de este con la novia a la que se lo ha robado. Tashlin tiene un
especial sentido del timing y sabe preparar los gags con antelación para
sacar de ellos toda su rentabilidad, aunque como casi toda la acción transcurre
en interiores, es redundante el plano fijo teatral ante el que evolucionan los
intérpretes con no poco acierto. A la rivalidad entre las dos mujeres le ocurre
algo parecido a lo de la diferencia de edades entre la pareja protagonista, si
bien la trama se ceba en la diferencia entre la sofisticación de la high
class y la espontaneidad de la lower class, lo que da pie a no pocas
escenas divertidas. Hay un punto de unión entre ambas películas, porque en un sueño
de la joven protagonista se representa un número musical en el que tanto Powell
-que recuerda en los primeros compases a Gene Kelly- como Reynolds están a la
altura de su triángulo amoroso representado en la coreografía, en la que Anne
Francis aparece en el apogeo de sus dotes seductoras, como una araña que atrae
a su víctima…; y la otra tiene una base musical evidente, sobre la que gira la
trama.
La chica no
puede remediarlo, comedia diseñada para la mayor gloria fílmica de Jayne
Mansfield, supuesta competidora de Marilyn Monroe, al menos por lo que al físico
se refiere, y buena parte de la película gira en torno a los estragos que dicha
anatomía provoca en los hombres, es también una comedia, como la anterior, pero
menos original, pues la trama es un calco, mutatis mutandis, de la de Nacida
ayer, de George Cukor, aunque hay una gran diferencia entre ambas películas,
porque en esta hay un elemento con el que me encontré de sopetón y que, por sí
mismo, ya invitaba a ver toda la película sin perderse ninguna actuación de las
grandes estrellas del Rock and Roll en sus inicios. Pues sí, un gánster «reformado»,
interpretado a la perfección por un Desmond O’Brien desmelenado, ¡y aun
travestido!, al estilo de Cary Grant en La fiera de mi niña, quiere
cumplir una promesa que le hiciera a un compinche en prisión: convertir a su
hija en una artista famosa. El gángster, que adora el Rock, quiere convertirla
en una cantante de ese género del que él mismo ha escrito no pocas canciones.
Para tal fin, el gángster, en una escena cachonda donde las haya, contrata los
servicios de un agente en sus horas bajas y alcohólico, por el abandono ¡nada
menos que de Julie London!, representada suya, quien se le aparece en sus delirios
románticos cantándole su gran hit I cried a river over you, una canción
espectacular y sensual hasta el límite, y a la que la voz rasgada de Julie
London le sirve de impresionante vehículo
idóneo. Tom Ewell, el representante, interpreta aquí un papel muy parecido al
que le supuso su consagración como actor en La tentación vive arriba, de
Billy Wilder, aunque ya le había hecho famoso la representación teatral de la
misma. El trío protagonista, O’Brien, Ewell y Mansfield transformaron esta película
también en un éxito. Imagino que por esos años el Rock and Roll ya había
entrado en el mainstream de la sociedad usamericana, a juzgar por la
recepción que se tributa a sus intérpretes en las salas donde actúan, incluido
el «peligroso» Little Richard… La película, con ese aliciente roquero, no solo
gana, sino que se convierte en algo así como una trama paralela. Vemos con
agrado el desarrollo de la historia amorosa entre la cantante sin voz que rompe
bombillas y el agente fracasado en el amor, pero agradecemos que en su
recorrido por las salas de fiesta por donde el agente la «exhibe» para «anunciarla»,
se nos regalen apariciones de Eddie Cochran, Fats Domino, The Platters o Gene
Vincent.
La apertura y
el cierre de la película constituyen dos momentos muy divertidos de la
película, y se advierte en ellos un sentido del humor que Jerry Lewis supo
cultivar en muchas de sus grandes películas. Estén atentos. En fin, la mezcla
de dos géneros, el musical y la comedia, sin que podamos hablar de que la
película pertenece al género del musical, porque los números en ningún modo se entretejen
con la trama, salvo en dos ocasiones, cuando el protagonista echa de menos a
Julie London y cuando, desaparecido el «hechizo» de esta, es sustituido por el
de la aspirante a cantante, quien, al final, le borda una canción que lo conmociona, en un
desenlace que sabe culminar a la perfección la leve incursión en el
gangsterismo al que parece haber renunciado el mecenas de la cantante.
Una detrás de
otra constituyen un programa doble del que se sale con la sonrisa en los labios
y en los ojos, la única, esta última, que nos permite mostrar la mascarilla.