8 apellidos vascos: El sainete
remozado o el bálsamo de Fierabrás para las llagas nacionalistas.
Título
original: Ocho
apellidos vascos
Año: 2014
Duración:
98 min.
País: España
Director:
Emilio
Martínez-Lázaro
Guión:
Borja
Cobeaga, Diego San José
Música:
Fernando
Velázquez
Fotografía:
Gonzalo
F. Berridi, Juan Molina
Reparto: Dani Rovira, Clara Lago, Carmen Machi, Karra
Elejalde, Alfonso
Sánchez, Alberto López, Aitor Mazo, Lander Otaola
Semanas atrás publiqué en este diario, en la sección El
carro de Tespis, la crítica del divertidísimo sainete lírico L’esquella de la torratxa, de Serafí
Pitarra, alias de Frederic Soler, quien, además, utilizó también, y eso lo
ignoran la mayoría de los profesores de literatura catalana, el alias de Silvia
del Río, lo que prueba el espíritu festivo y
desacomplejado de nuestro ilustre dramaturgo. Pues bien, la película del
director madrileño Emilio Martínez-Lázaro, también un sainete, consigue en el
espectador el mismo efecto: obligarlo, por el buen hacer de los protagonistas y
un guión manifiestamente mejorable, a reírse de las famosas identidades
nacionales que, a menudo, no son sino escudos contra la ausencia de un
verdadero y sólido proyecto personal individual.
Planteada como una
comedia romántica, siguiendo las claves del cine americano, a pesar del tema,
los personajes y el espacio, Martínez-Lázaro, autor de un magnífico y también
divertidísimo musical titulado El otro
lado de la cama, película más taquillera de 2002, de igual manera que estos
8 apellidos vascos lleva camino de
serlo de 2014, ha sabido encontrar la tecla del éxito popular, al que se llega,
como es obvio, con más oficio y ganas de divertir, poniéndolo todo en solfa,
sin respetar “parcelas sagradas”, que con ánimos de trascendencia y solemnidad,
al pomposo estilo Mas-postvarapalo-electoral, tan de moda, se empeñan en
cultivar los depositarios del dios de la tribu. Puede parecer un disparate
crítico, pero el personaje de Koldo, magníficamente interpretado por Karra
Elejalde, está más cerca del de El padre
de la novia, con Robert de Niro, por ejemplo, que del de cualquier película
española con la que quisiéramos establecer la filiación correspondiente. De
igual modo que la situación original, este choque
de culturas norte-sur –aunque de ninguno de los dos protagonistas se sepa que
tienen ni los más mínimos rudimentos de alguna, más allá de su pertenencia
tópica a “los vascos” o a “los andaluces”, que esa es otra…– está inspirado directísimamente
en uno de los últimos taquillazos del cine francés: Bienvenidos al Norte, de Dany Boon.
Hablamos, así pues, de un cine sin aspiraciones
trascendentales, pero no le podemos quitar el inmenso poder terapéutico que
tiene, puesto que nos obliga, con no poca gracia, a reírnos de nosotros mismos,
y bien a gusto, a juzgar por las risotadas que oí en la sala llena del cine
Aribau, a las que contribuí generosamente. Desde esta perspectiva, la película
tiene un inmenso valor, porque nada más devastador para un pueblo, cualquiera,
que contemplarse complacido en el espejo del tópico y aspirar a no apartarse ni
un jeme de él. Al final, de insistir en esa práctica, se acaba llegando al
esperpento de Valle, que consiste en la deformación de la realidad con la “matemática
del espejo cóncavo”, algo equivalente a los monstruos que según Goya produce la
siesta de la razón…
Es larga la tradición de los tópicos nacionales, un
género que nació con el costumbrismo y con los primeros turistas, los
románticos ingleses y alemanes en busca del alma primigenia de los pueblos genuinos,
diferentes de los suyos, pervertidos por los avances de la civilización, por la
impersonalidad alienadora de la revolución industrial, lo que creyeron
encontrar sobre todo en el sur de Europa. Las series pictóricas primero, de los
hombres y mujeres típicos “pintados por sí mismos”, y la de los descritos a
través de las estampas costumbristas, después, dio paso a una consolidación de
tópicos contra los que, por ejemplo, lucha en nuestro entorno la Generalitat
con relativo éxito, porque ahí están los toros y las flamencas construidas more gaudiano con el mosaico de las
teselas pertinentes… Francisco Ayala escribió un libro magnífico al respecto: La imagen de España, que me tomo la
libertad de recomendarles encarecidamente.
Está fuera de toda duda que cualquier parecido entre esos
tópicos y la verdadera realidad –digo la verdadera, porque los nacionalismos
identitarios son forjadores de realidades distorsionadas hasta casi volverlas
irreconocibles, y con las que sólo se puede relacionar uno mediante la
adhesión, nunca mediante la crítica razonable– es inexistente, pero,
artísticamente da un juego excelente, como atestigua la supervivencia de los
mismos. De todos modos, y para que se tenga conciencia de la escasa fiabilidad
de tales atribuciones caracterológicas, baste recordar que en la Europa del
siglo XVII el castellano tenía una fama de gracioso equivalente a la que ahora
le adjudicamos a los andaluces, como si no los hubiera entre ellos bastante más
siesos que la señora Forcadell…
Los guionistas, Cobeaga y San José, creadores del
programa de Euskaltelebista Vaya semanita,
equivalente al Polònia de la Alò3
catalana, le han servido a Martínez-Lázaro una historia trufada con todos los
tópìcos habidos y por haber, y a pesar de ello, se trata de una historia que
funciona. Para ese resultado feliz es indudable que se han de sumar factores
ajenos al impulso inicial del proyecto, y uno de ellos, importantísimo, es la
atracción que sobre los espectadores ha ejercido un cómico joven con audiencias
millonarias en You Tube como Dani Rovira, sobre el que
descansa el peso cómico de la película sin que defraude nunca al espectador,
abstracción hecha de las secuencias de la protesta kaleborroqueña, un disparate
de los pies a la cabeza y rodadas con total desidia, porque no había por dónde
enderezar semejante despropósito. Digamos que, frente a la influencia
norteamericana, cuya escuela del gag visual es inigualable, en esta película se
opta por la comicidad oral, pase lo que pase, si bien los mejores golpes
cómicos son aquellos preparados con la técnica americana, como las secuencias
de la boda, por ejemplo. El cuarteto protagonista, Elejalde, Machi, Lago y
Rovira logran una compenetración extraordinaria que permiten que la ilusión de
verosimilitud no decaiga, a pesar de los pesares, lo que en una astracanada
–porque la película roza el género inventado por Muñoz Seca- no deja de tener
su mérito.
A título anecdótico cabe reseñar que, como ha sucedido
con el Alburquerque de Breaking Bad, se ha generado una oferta turística en
todos los espacios en los que se ha rodado la película, y no me extraña, porque
el País Vasco, y eso nadie lo ignora, es de una belleza arrebatadora.