Philomena o “el lado
humano de la noticia”. La mirada respetuosa de Stephen Frears hacia la
complejidad de lo real.
Título original: Philomena
Año: 2013
Duración: 98 min.
País: Reino Unido
Director: Stephen
Frears
Guión: Steve Coogan, Jeff Pope
(Libro: Martin Sixsmith)
Música: Alexandre Despla
Fotografía: Robbie Ryan
Reparto: Judi Dench, Steve Coogan, Charlie
Murphy, Simone Lahbib, Anna Maxwell
Martin,Neve Gachev, Sophie
Kennedy Clark, Charlotte
Rickard, Nichola Fynn, Cathy Belton.
Nadie puede discutirle a Stephen Frears haberse ganado a
pulso una reputación indiscutible en el séptimo arte. Desde Mi hermosa lavandería, que podía verse
como un homenaje gradecido al Free cinema
que tantas puertas renovadoras abrió en la cinematografía inglesa –fue ayudante
de dirección de Lindsay Anderson en If,
por ejemplo, pasando por la desafiante y magnífica biografía de Joe Orton, Ábrete de orejas (así titulada ridículamente
para evitar tanto el juego erótico del título Prick your ears, en el que ears
es anagrama de arse, “culo” y prick
es argot para “pene” como el uso idiomático que en argot ha de
traducirse por “Empálmate”) y acabando en películas tan recordadas como Las relaciones peligrosas, Los timadores, Alta fidelidad o la reciente The
Queen, tan exitosa. Así pues, la propia firma del film es ya un poderoso
incentivo para pasar por taquilla, y, como era de esperar, la película no solo
no defrauda las expectativas que pudiéramos haber tenido en función de su largo
historial de éxitos, sino que añade uno más a una larga y fecunda carrera. Con
la edad, sin embargo, Frears ha modulado aquella mirada irreverente con que
despellejaba el mundo burgués desde la descripción de seres que habitaban en
los márgenes de la sociedad y ahora nos ofrece un asunto de mucho interés y de
enorme actualidad en España: el caso de los niños robados a sus madres en las
instituciones religiosas o en los hospitales por unas monjas, supuestamente
caritativas que no dudaban en vender a muy alto precio aquellas criaturas que
les eran arrebatadas a sus madres y en mantener, como en el caso de la
película, sometidas a esclavitud laboral a las madres de cuyos pecados de
lujuria eran el fruto esas criaturas.
Como vemos, podríamos movernos en un terreno abonado para
la explotación de la sentimentalidad, pero la elección del personaje a través
del cual iremos descubriendo la historia de esa madre que quiere reencontrarse
con el hijo que le arrebataron, un periodista al servicio del gobierno laborista
de Tony Blair, caído en desgracia, y que acepta escribir un reportaje sobre un
“asunto de interés humano”, un género totalmente alejado de su dedicación
política (es especialista en historia y política rusa), permite al espectador
asistir a una curiosa unión de contrarios en pro de una causa común que
acabará, como exige el guión, transformando las posiciones de partida de ambos
personajes, la madre y el periodista: la primera, religiosa y comprensiva con
la actuación de las monjas que la acogieron cuando niña y que incluso llega a
justificar que dieran a su hijo en adopción porque eso le permitía tener un
futuro que ella no podría haberle ofrecido; el segundo, un ateo confeso para quien
esas monjas representan la maldad en estado puro. Que ambos personajes hayan de
viajar, primero a Irlanda, donde transcurrió la adolescencia y primera juventud
de la madre –en unas escenas prodigiosamente recreadas, con ese don que tiene
la industria inglesa para las ambientaciones de época, con un detallismo y una
verosimilitud incomparables– y después a Washington, porque su hijo, adoptado
por una familia norteamericana, llegaría a trabajar en la administración Reagan
antes de morir de sida, nos sirve en bandeja una convivencia entre dos mundos
totalmente alejados: el del flaubertiano corazón
sencillo que es Philomena y el del resabiado, burlón y altanero high brow periodista político: ambos
interpretados exquisitamente por Judi Dench y Steve Coogan, quien también firma
el guión de la película, amén de ser productor, de ahí la cuota de pantalla que
se reserva, para satisfacción del espectador, no obstante, porque la creación
del desengañado periodista en sus horas profesionales más bajas está a la
altura de la interpretación magistral de Dench. No se trata de dos
caracterizaciones tópicas cuyos rasgos más evidentes se ofrecen en choque
continuo para que el espectador asista a una lucha de clases: la enfermera
amante de las novelas románticas frente al licenciado en Oxford –Oxbridge, se empeña en decir la
protagonista todo el rato, para desesperación del lector de T.S. Elliot…–, sino
de la difícil convivencia entre dos seres humanos que irán mostrándose ante el
espectador con sus debilidades y grandezas, desnudándose en sus actos y sus
palabras para comprender, y sobre todo respetar, la posición del otro. Si el
periodista le abre los ojos sobre la cruda realidad del. Interés mercantil que
tenían las monjas en los hijos de las internas y en ellas mismas, sometidas a
un régimen de trabajo que nada tenía que envidiar, anacrónicamente, a la
explotación de los chinos en los talleres clandestinos de nuestra ciudad; ella
le enseña la flor exquisita y espinosa de la ética: perdonar a quien nos ha
ofendido para que el odio no nos envenene de por vida hasta los mismísimos
umbrales de la muerte.
La película está estructurada como una investigación
biográfica muy hábilmente dispuesta, porque cuando pudiera parecer que todo se
ha resuelto de modo “natural”, es cuando emerge el verdadero sentido de la
búsqueda. El hecho de que la película esté basada en una historia real ajena a
nuestra realidad mediática, añade un elemento de interés muy notable a la historia, y le permite al espectador
emocionado –sí, también es una película justificadamente kleenéxica, porque la historia y la interpretación de Judi Dench
sitúan al espectador ante dolorosísimas emociones y consuelos genuinos– ampliar
su búsqueda de información, tanto en la dirección del periodista que escribió
el libro sobre Philomena Lee, Martin Sixsmith (Philomena, Editorial Suma de Letras), como en el de las prácticas
esclavizadoras de algunas instituciones católicas, nada católicas. Hay
películas que, más allá del legítimo entretenimiento a que aspira el séptimo
arte, se convierten en profundas experiencias humanas. Ésta es una de ellas.
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