martes, 15 de julio de 2014

La barrera invisible: Ni una mala palabra, ni una buena acción… El cine denuncia de Elia Kazan.

Título original: Gentleman's Agreement
Año: 1947
Duración: 118 min.
País:  Estados Unidos
Director: Elia Kazan
Guión: Moss Hart
Música: Alfred Newman
Fotografía: Arthur Miller (B&W)





                                               





               Siempre es oportuno revisar los clásicos, sobre todo si no son los más vistos, que es lo que me propongo en esta sección: hacer propuestas al espectador para recuperar películas cuyo interés está muy por encima de su mayor o menor popularidad. El subtítulo de la crítica señala en qué consiste el Acuerdo entre caballeros del título original traducido literalmente: ni una mala palabra, ni una buena acción. Nadie desconoce al director, Elia Kazan, famoso no solo por su cine, sino también por su espíritu delator, que le valió el oprobio de quienes sufrieron la persecución del senador Joseph McCarthy por las supuestas actividades antinorteamericanas, por más que lo guiará la supuesta buena intención de que el comunismo no supusiera una amenaza para los Estados Unidos de América. El carácter social de su cine y la capacidad para plasmar las complejas psicologías de sus personajes, como en Un tranvía llamado deseo o en Al este del Edén, permiten intuir que nos hallamos ante una película en la que la denuncia social adquiere naturaleza dominante.
                El tema escogido por Kazan es nada menos que el antisemitismo en la sociedad norteamericana, algo que, dado el enorme poder del lobby judío en los Estados Unidos, pudiera parecer irrelevante, aunque no lo es en modo alguno, y ahí están los integristas del Tea Party que no nos dejaran mentir.  El planteamiento es sencillo: un escritor –el muy convincente y eficaz Gregory Peck– ha de hallar un enfoque original para tratar el tema del antijudaísmo –   que sería concepto más propio– en el seno de una sociedad aparentemente liberal y respetuosa con las minorías, excepto con la minoría negra, como nadie ignora. Como llega a Nueva York para trabajar en la revista y casi nadie lo conoce personalmente, decide hacerse pasar por judío para detectar la reacción de las personas con quienes se vaya relacionando, desde su bloque de viviendas hasta el trabajo, pasando por cuantos, por su vida de escritor haya de conocer, más el añadido de todas las actividades sociales usuales: viajes, reuniones, hoteles, etc., es decir, casi lo mismo que en 1985 hizo Günter Wallrraf, llevándolo al extremo de suplantar la personalidad de un turco, para escribir la demoledora Cabeza de Turco, reportaje en el que denuncia la xenofobia alemana contra su minoría oriental de mano de obra explotable.
               El verdadero conflicto dramático que alienta en la película es la difícil relación que establece el protagonista con una recién divorciada de la que se enamora a primera vista: una Dorothy McGuire que borda su personaje: un ser que no comprende que el antijudaísmo se interponga entre ella y la persona amada, que el respeto a las minorías y la antixenofobia sean capaces de entorpecer, hasta el punto de imposibilitarla, una relación amorosa tan intensa y aparentemente sólida; y ello porque su tibia actitud ante el antijudaísmo, propia de quien no repara en que forme parte de ella, y que incluso intelectualmente esté en contra, porque  “está en el ambiente” y se acepta, como indica el título en inglés, aunque, considerando intelectualmente el asunto, esté en contra y le parezca una aberración.
                 Estamos, pues, ante una película política en la que la ética, los principios, juegan un papel determinante, de ahí el conflicto interpersonal que acapara, como síntoma, la atención del espectador. Kazan ha visualizado ese conflicto con un uso del primer plano y del plano medio que parece imponer su presencia al observador, como para acercarlo al problema y que se vea obligado, por esa proximidad visual impositiva, a tomar partido. El antijudaísmo puede ser sustituido, obviamente, por cualquier otra minoría, pongamos por caso los charnegos en Catalunya o los maquetos en las Vascongadas, con idénticos resultados. Del mismo modo que los gentlemen de la película niegan que ellos o la sociedad norteamericana alberguen ningún sentimiento antijudío, a pesar de las bromas soeces, despiadadas o escarnecedoras, ¿no es una constante del secesionismo la negación de que aquí haya algún tipo de conflicto, a pesar de la campaña de descalificaciones y de insultos que reciben cuantos se opongan al delirante secesionismo de opereta desde el que se reescribe la historia, se dicta el presente y se malversan los dineros públicos? No hay más que leer artículos como el de Sonia Sierra, Un sol poble, en este diario, para comprender exactamente la cínica postura de Oriol Junqueras y su indesmayable amor a la lengua y la cultura de a quienes les va a prohibir, en su Catjauja, educarse en ella o que sea lengua oficial de la administración. Sí, también en Cataluña se ha establecido ese pacto de caballeros, al menos a nivel oficial, como todos los portavoces del desgobierno de la Particularidad manifiestan, por más que lo hagan, quizás traicionando una idiosincrasia de siglos, al muy diferencial modo del pacto de canallas: Ni una buena palabra, ni una buena acción. Es lo que hay. Y las buenas películas nos avisan de ello y nos permiten comprenderlo desde la raíz, la del mal.



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