Boyhood:
El arte sutil de las transiciones o el secreto del montaje.
Título
original: Boyhood
Año:
2014
Duración:
165 min.
País: Estados Unidos
Director:
Richard Linklater
Guión:
Richard Linklater
Muntador:
Sandra Adair
Música:
Varios
Fotografía:
Lee Daniel, Shane Kelly
Reparto:
Ellar Coltrane, Patricia Arquette, Ethan Hawke, Lorelei Linklater, Jordan
Howard, Tamara Jolaine, Zoe Graham, Tyler Strother, Evie Thompson, Tess Allen,
Megan Devine, Fernando Lara, Elijah Smith, Steven Chester Prince, Bonnie Cross,
Libby Villari, Marco Perella, Jamie Howard, Andrew Villarreal, Shane Graham,
Ryan Power, Sharee Fowler.
Con la sala llena a reventar, lo que en sí mismo era
un auténtico espectáculo justo antes del apasionante que vimos en la pantalla,
y que nos habla del poder de convocatoria del séptimo arte cuando es
precisamente eso, arte, y no un mero entretenimiento más o menos agradable o
sofisticado, el sábado por la noche asistí a una experiencia cinematográfica
tan inusual como de poderosos efectos visuales: Richard Linklater nos ofreció
una película de género biográfico sobre una familia como cualquier otra, al
menos en los Estados Unidos, rodada a
lo largo de 12 años, pero sólo con un total de 39 días de rodaje. La película
sigue la vida individual y familiar de Mason (Ellar Coltrane, auténtica
revelación interpretativa), una verdadera travesía hacia la madurez, que va
desde los 6 hasta los 18 años, y que supone, en realidad, una suerte de
radiografía de la sociedad norteamericana de los últimos años –elección de
Obama incluida, por cierto –, al estilo de obras tan poderosas, si bien en el
campo de la novela, como la Pastoral americana, de Philip Roth, aunque al
revés de lo que sucede en ésta, en la película se narra el acercamiento al mundo
de los valores conservadores de unos jóvenes contestatarios que fueron padres
demasiado pronto, sin haber llegado a su madurez individual, lo cual es la
fuente de todos los desasosiegos de los dos hermanos –maravilloso el trabajo,
sobre todo de la primera infancia, de Lorelai Linklater, hija del director–que
padecen, desconcertados, los bruscos giros vitales de sus inmaduros
progenitores en su búsqueda de una realidad estable, sólida.
Boyhood, redundantemente traducida como
“momentos de una vida”, es, sobre todo, un prodigio en el arte de la transición,
de cómo, con los rodajes hechos en cada etapa del desarrollo físico de sus
protagonistas, el director ha sabido idear una película que crea la ficción de
que dichos cambios físicos en la película obedecen a la propia naturaleza del
relato que vemos, antes que a la biología, y que no hay ninguna ruptura del
hilo narrativo; así como también ha sabido conseguir que la película no le deba
nada a la artificialidad del método empleado para rodarla, y que es absolutamente
lógico que de una escena para otra, en el transcurso de las casi tres horas de
película, se produzcan dichos cambios físicos.
Los directores saben que el momento
trascendental para cualquier película es el que tiene lugar en la sala de
montaje: la sala de los secretos del arte cinematográfico, y que hablamos de un
arte, el del montaje, que es diferente de la tarea propia del director, plasmar
en imágenes reales las que, hasta ese momento, sólo viven en su poderosa
imaginación –en tanto que fábrica de imágenes, claro–, aunque, como todo el
mundo sabe, director y montador suelen trabajar hombro con hombro. Boyhood, me permito decirlo, es una obra
maestra del montaje cinematográfico. Su director, Richard Linklater tiene un
curioso historial artístico, porque al lado de películas experimentales, como
la obra de animación Waking life
(2001), también ha dirigido obras destinadas a un pública mayoritario, como Escuela de Rock (2003) o las tres
películas, lejanamente emparentadas con Boyhood,
de la serie Antes: Antes del amanecer
(1995), Antes del atardecer (2004) y Antes de la medianoche (2013), que le
granjearon una excelente reputación, un prestigio que ahora revalida con
creces. Esta carrera profesional culmina, hasta este momento, pues el director
aún es joven, con esta Boyhood cuya
motivación básica es ofrecer una visión del paso del tiempo que, desde su
artificialidad, nos parezca a los espectadores el súmmum de la verdadera
realidad. Estos intentos solían hacerse con la utilización de diferentes actores,
más o menos parecidos, para cada etapa de las rodadas o bien, según los años
que se describiesen, con un magnífico maquillaje. Pensemos, por ejemplo, en una
película como El curioso caso de Benjamin
Button, de David Fincher, donde se aprecia el arte del maquillaje en uno de
sus momentos más célebres, o en la obra maestra de Ettore Scola, La familia, llena de emoción y con un
uso de los interiores, sobre todo del pasillo de la casa, extraordinariamente
poético. La naturalidad conseguida en Boyhood
tiene su secreto, así pues, en la labor de montaje de la película que, en este
caso, se acerca más al documental que a la ficción, porque en todo momento, al
estilo de las viejas películas en súper 8, como las que se usaron en el
documental sobre Antonio Vega, aquí comentado, y que nos permitían ver el
efecto del paso del tiempo sobre el personaje, tenemos la sensación, en Boyhood, de estar viendo una historia
verdadera, no una ficción, tal es la fuerza de la verdad que emana de la
película con el procedimiento seguido. La montadora, Sandra Adair, habitual en
las películas de Linklater es, sin lugar a dudas, la responsable de la sutileza
con la que fluye el envejecimiento de los personajes sin énfasis de ningún tipo
que desvíe la atención del espectador de lo que verdaderamente importa: la
desorientación vital del protagonista, Mason, quien comienza la película
colgado del viaje de las nubes y la acaba con los ojos reconciliados con lo que
lo rodea. Como el protagonista subraya, “no se trata de ir a la captura del
instante, sino de dejar que los instantes tomen posesión de nosotros” (cito,
lógicamente, de memoria). Son palabras de un aficionado a la fotografía que
continuamente se ha escondida detrás del objetivo por miedo de afrontar,
desnudo, la realidad. La mirada de Mason, llena de matices que revelan muchas
facetas del personaje, pero esencialmente la timidez que pone de manifiesto su
exacerbada timidez, máscara no afectada de su fragilidad emocional, acompaña el
desarrollo de las vidas que lo rodean como si nada fuera con él, sabedor de que
nunca sabrá dónde acabará encontrando su propio destino. Sorprendentemente para
los cinéfilos, la evolución física del actor protagonista, Ellar Coltrane, parece
convertirlo en una reencarnación, la de Michael Sarrazin, el conocido actor
canadiense de los años 60 y 70, protagonizó El
juez del patíbulo (1972) con Paul Newman, por ejemplo.
Boyhood tiene, como no podía ser de otra
manera, una estructura fragmentaria, pero en ningún momento hay giros bruscos
en la trama ni se subrayan los cambios físicos de los protagonistas, sino que
todo fluye con una naturalidad apabullante que impresiona a los espectadores
–no pocos aplaudieron–. La impagable naturalidad y la inexistencia de
afectación de los intérpretes, con una Patricia Arquett, la madre, insuperable,
contribuye poderosamente a ver la película (lejanamente heredera, desde el
realismo impulsor, de Ordinary people
(1980), “Gente corriente”, la primera película como director de Robert
Redford) como una obra mucho más
ambiciosa y lograda. Usualmente no vemos el cine teniendo en cuenta los
parecidos entre cine y novela, aunque a menudo se oyen comentarios sobre la
superioridad de la novela respecto de su adaptación cinematográfica, pero en el
caso de Boyhood acaso el mejor elogio
sea, a mi entender, que se ve con la misma intensidad con que se lee una
magnífica novela, como si el mundo de pequeños detalles que construyen la
realidad en el arte narrativo estuviesen presentes, y de manera avasalladora,
en esta película. En definitiva, un maravilloso ejercicio biográfico, lleno de poderosa realidad y
emociones intensas.
No te comento últimamente porque, debido a circunstancias que conoces, no he ido al cine desde hace más de dos meses y medio. Esta era una de las primeras películas que quería ver. Conocía su planteamiento y las buenas críticas, unida a la tuya. No sé cuándo la podré ver. No sé si estará todavía en cartelera o en todo caso intentaré verla piratescamente en casa on line. Siento no poder opinar. Tu reseña es muy interesante y dan más ganas todavía de verla.
ResponderEliminarMe hago cargo. Lo bueno de las películas es que se multiplican las ocasiones de verlas: en cines de reestreno, ¡que han vuelto!, como no podía ser de otro modo, dado el precio exagerado de la proyección de estreno; en la televisión, aunque no es la mejor manera, en internet, que tampoco o comprando el DVD, pero si se tiene una pantalla pequeña se pierde bastante del efecto origina. Si puedes, vela, es un prodigio de naturalidad.
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