Pasolini:
El retrato intermitente y desvaído del último día de un autor polémico.
Título
original: Pasolini
Año:
2014
Duración:
86 min.
País:
Italia
Director:
Abel Ferrara
Guión:
Abel Ferrara
Fotografía:
Stefano Falivene
Reparto:Willem
Dafoe, Ninetto Davoli, Riccardo Scamarcio, Valerio Mastandrea, Adriana Asti,
Maria de Medeiros
A medio camino entre el documental, la película
biográfica y la ficción, sin optar decididamente por ninguno de los tres géneros,
Abel Ferrara nos presenta una película biográfica sobre el último día de la
vida de Pier Paolo Pasolini, el de su trágica y violenta muerte en la playa de
Ostia el 2 de noviembre de 1975. Pasolini fue, desde sus inicios, un director
incómodo para el gran público, aunque muchas de sus películas han tenido una
buena acogida popular y alguna de ellas como El evangelio según San Mateo (1964) incluso fue un clásico de las
Semanas Santas de la época franquista. Comenzó con el neorrealismo de Accatone (1961) y Mamma Roma (1962) –que acabo de ver muy recientemente, con una Anna
Magnani en todo el esplendor de su maestría interpretativa–, y después realizó
incursiones en géneros muy diferentes que siempre abordaba, sin embargo, desde
una idéntica actitud transgresora –incluso la del evangelio según San Mateo,
austera como el desierto, parecía más una visión protestante, que propiamente
católica– y siempre descarnadamente crítica hacia la burguesía, aunque sin
perder de vista nunca las contradicciones pequeñoburguesas de la izquierda del
entonces todopoderoso PCI, del cual fue expulsado, por cierto, después de haber
tenido que hacer frente a denuncias por corrupción de menores y de hacer gestos
obscenos cuando trabajaba como maestro de escuela. Fue absuelto del cargo de
corrupción de menores, pero no del de realizar gestos obscenos, lo que le valió
la expulsión de la profesión de magisterio y del PCI. Sin oficio ni beneficio y
con unas tensas relaciones con su padre, militar, decidió huir a Roma en
compañía de su madre para ganarse la vida, lo que al comienzo hizo como
corrector de pruebas. Descubrió los arrabales romanos y llevó el submundo de
los suburbios a dos novelas, Ragazzi di vita (1955) y Una
vita violenta (1959) que se convirtieron en éxitos de ventas. Ello le abrió
las puertas del cine, en el que se iniciaría como guionista, trabando para
Fellini y muchos otros. Su ideología “de izquierdas jamás la cambió, aunque,
como vemos en la película, en la cual se recrea la última entrevista que le
hicieron en televisión, el 31 de octubre de 1975, dos días antes de ser
asesinado, y que se puede ver en youtube, aquí,
su concepción de la política abarcaba todos los aspectos de la realidad, nada
quedaba excluido de la dimensión política, ni el sexo, ni la religión ni, por
descontado, la economía o la política profesional. De aquí la sospecha respeto
de que su asesinato no fuera una mera cuestión de un malentendido con un
chapero que se rebela en el último momento y se encara con él, sino una suerte
de venganza de la ultraderecha que no soportaba una provocación artística tan
radical. De hecho, la segunda versión del acusado de la muerte, 30 años después
de los hechos, adjudica a tres jóvenes de extrema derecha la responsabilidad
del asesinato. Recordemos que muchas obras de Pasolini fueron recibidas como un
insulto por las fuerzas sociales conservadoras, quienes no tardaron en
demonizarlo. Como reconoce en la entrevista, le insultaban y le seguían
insultando, a pesar de ser una figura artística mundialmente reconocida, y
Pasolini se sentía orgulloso de ese hecho, porque él consideraba que era un
derecho, el escandalizar, y que era un placer, el ser escandalizado.
La
película nos presenta un Pasolini intepretado por a quien podríamos ver como su
más exacto retrato físico, Willem Dafoe, las anfractuosidades de cuyo rostro
casi son la exacta réplica de las del propio Pasolini. La gesticulación, la
mínima expresividad que también eran propias de Pasolini, además del sentido de
su importancia como artista en el panorama cultural italiano que se trasluce en
su manera casi mayestática de moverse y gesticular, todo eso, se nos ofrece con
una veracidad que le da a la película un aire de documento verídico cercano al
documental, la técnica del cual preside buena parte del metraje. Como los
hábitos de Pasolini obedecían a una rutina muy marcada, dentro de la cual
figura la escritura de los que acabaran siendo sus últimos proyectos, Abel Ferrara,
con la complicidad del actor fetiche de Pasolini, Ninetto Davoli, se atreve a
traducir en imágenes dos historias muy diferentes: una que toma como eje de la
narración el mundo complejo de un novelista muy intelectualizado, con un aire
autobiográfico muy marcado; y otra, la historia de Epifanio, que se convierte
en una suerte de parodia a medio camino entre la verdadera fe, la política y la
transgresión, eso sí, un poco sin pies ni cabeza y con un aura de ingenuidad acaso
excesiva, para mi gusto. Ni se sabe qué hubiese llevado a las pantallas
Pasolini con estos textos aún en fase embrionaria, de ahí que Abel Ferrara se
haya mostrado demasiado atrevido en el intento de substituir la particular
visión imaginativa del director italiano.
Sorprende
la discreta puesta en escena de la película, e incluso la humildad de los
espacios donde vive y se mueve el protagonista, sobre todo teniendo en cuenta
la riqueza visual de sus films, muy influidos por autores tan emblemáticos del
cine italiano como Fellini, Rossellini o Antonioni, por ejemplo, con los cuales
mantuvo un estrecho contacto a lo largo de su vida. Hay muchas secuencias
nocturnas, como si fuese, la noche, la perfecta aliada de su clandestinidad
sexual, una inclinación erótica que tanto lo marcó, sobre todo en una sociedad
tan religiosa y tradicional como la italiana de posguerra. Desde este punto de
vista, Pasolini siempre fue un abanderado de la liberación individual en todos
los órdenes y, sobre todo, en el de la libre manifestación de la sexualidad de
cada uno. La película no lo convierte en una especie de mártir gay, porque
hubiera sido demasiado grosero, pero es indiscutible la importancia que
Pasolini concedió a su condición sexual y a la dificultad de vivirla en
libertad en la sociedad de su tiempo. De hecho, la película respeta
exquisitamente la dimensión holística que Pasolini concedió a la política y que
no traza fronteras entre las diversas manifestaciones vitales de os seres
humanos.
Hay en la
película, por cierto, una opción lingüística que me dejó muy parado, porque el
director ha optado por una suerte de bilingüismo, italiano e inglés, difícil de
entender desde el punto de vista de la verosimilitud, excepto que yo desconozca
que Pasolini solía usar el inglés como elección propia en su intimidad y con
ciertas amistades, lo cual me ha sido imposible de encontrar en la documentación
biográfica que he consultado. Así pues, esta extraña elección de Ferrara choca
demasiado como para que no se vea como una elección demasiado forzada, teniendo
en cuenta, además, que el propio Dafoe cuando habla en italiano lo hace muy
bien, ajustándose a las maneras expresivas del propio Pasolini recogidas en el
dicho latino: suaviter in modo, fortiter
in re. En todo caso, eso es lo que
hay, y aunque distancia al espectador de lo que espera, porque no entiende una elección
lingüística como la que se le ofrece, acaba aceptándolo y recibiendo la
historia con un generoso “como si” el inglés perfecto de Pasolini fuera su
italiana contaminado del friulano materno, lengua en la que incluso escribió un
libro de poemas.
Llama la atención la escasa presencia de sus amistades de
renombre, excepción hecha de la actriz Laura Betti, auténtica musa de Pasolini,
interpretada, sin ninguna explicación de la importancia que tuvo su presencia
en la vida del director, por una Maria de Medeiros algo sobreactuada. Betti fue
la encargada de gestionar el Fondo Pier Paolo Passolini y en el 2001 rodó el
que se considera el mejor documental sobre la vida del director italiano.
Quizás Ferrara contaba con que el público de la película fuese adicto a la
biografía de su protagonista y supiese todas estas cosas, pero me parece un
descuido no haber incorporado al guion una mínima identificación de los
personajes secundarios, como es el caso de la criada/secretaria, por ejemplo.
Hay en la
película una suerte de presagio funesto que sobrevuela la actuación del
protagonista y de quienes lo rodean, sobre todo por la parquedad comunicativa
que acompaña la actividad cotidiana del protagonista, como si se hubiera hecho
un augurio que le avisase de la inminente tragedia a la que se vería abocado-
Una especie de sentencia fatal no explicita, pero sí operativa. En cierta
manera recuerda la situación tan bien descrita por García Márquez en Crónica de
una muerte anunciada. Nadie lo dice, porque hubiera sido absurdo, pero parece
como si todos los que aparecen en la película supiesen que están viviendo las
últimas horas de la vida del protagonista. Creo que es un lastre para la película,
pero, al mismo tiempo, le otorga una dimensión casi ritual que encoge el ánimo
de los espectadores, llevándolos a la catarsis del teatro antiguo que Pasolini también
llevó a la pantalla: Edipo rey (1967)
y Medea (1969).
Ojalá
este acercamiento a la figura de Pasolini sirviese para que volviesen a las
pantallas muchas de sus magníficas películas o, al menos, para que los amantes
del buen cine vuelvan a verlas. Les
aseguro que les sorprenderán algunas obras, como Mamma Roma o como la metafórica Teorema
(1968) por ejemplo, con un Terence Stamp divinodiabólico extraordinario que
sería “aprovechado” por Fellini para su episodio de Historias extraordinarias (1968). Se trata de una típica película
de episodios en la que Roger Vadim,
Louis Malle y Federico Fellini adaptan,
desde tres ópticas muy diferentes tres cuentos de Edgar Allan Poe.
Si nos
atenemos al credo fílmico del propio Pasolini: sólo hay una cosa esencial en una buena película: el hecho de que en la
pantalla pase algo real., podríamos decir que esta biografía es una buena película,
pero en la medida en que pasan más coses que las reales, digamos que se limita
a ser una película interesante.
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