Una
nueva amiga: las peripecias travestidas de la
amistad eterna.
Título
original: Une nouvelle amie
Año:
2014
Duración:
105 min.
País: Francia
Director:
François Ozon
Guión:
François Ozon (Inspirado en un cuento de Ruth Rendell)
Música:
Philippe Rombi
Fotografía:
Pascal Marti
Reparto:
Romain Duris, Anaïs Demoustier, Raphaël Personnaz, Isild Le Besco, Aurore
Clément, Jean-Claude Bolle-Reddat, Bruno Pérard, Claudine Chatel, Anita
Gillier, Alex Fondja, Zita Hanrot, Pierre Fabiani
Estamos ante una película que dará que hablar, porque no dejará
indiferente a nadie que se acerque a verla, y la película lo merece, no solo
por el excelente trabajo de los actores, sino por la precisa dirección de su
director François Ozon, de quien hace poco nos sorprendía con inmenso placer su
película En la casa (2012) basada en una obra teatral de Juan Mayorga. En esta
ocasión, Ozon se ha inspirado en un relato corto de la recientemente fallecida
autora de novela negra Ruth Rendell, del mismo modo que lo hiciera tiempo atrás
Pedro Almodóvar en su excelente Carne trémula (1997), a mi juicio una de sus
mejores películas (a pesar del lastre que supuso Liberto Rabal, quien,
inexplicablemente, sustituyó al “programado” Jorge Sanz, tan inmenso en
Amantes (1991) de Aranda), porque tenía la virtud de atenerse a una historia
con pies y cabeza, y además ajena, puesto que a Almodóvar le pierde la fe
excesiva en sus “ocurrencias”, que tan frecuentemente confunde con
“genialidades”. Viene a cuento la referencia a Almodóvar porque el travestismo
y la transexualidad son, como es sabido, ejes de buena parte de su cine, e
incluso hay en la película de Ozon un espectacular número musical con el que se
consigue una hondura de auténtico sentimiento que en Almodóvar suele resultar
casi siempre postizo, cuando no ridículo.
Fue Magnus Hirschfeld, un sexólogo de origen prusiano que desarrollo su
labor en el Berlín de la República de Weimar quien acuñó, en 1910, el término
travestí para indicar una tendencia que se diferenciaba del homosexualismo, y
que consistía en el placer de vestirse con las ropas propias del otro sexo,
algo que se da en hombres y mujeres, además, como los ejemplos de Marlene
Dietrich, Greta Garbo o Katherine Hepburn nos ilustran, sin necesariamente
tener que compartir por ello una atracción sexual por las personas del mismo
sexo.
A partir, pues, de esa tendencia instintiva del protagonista,
travestirse, se inicia el desarrollo de una trama que difiere mucho del
original de Rendell, porque mientras éste se plantea en clave tenebrosa, en la
película de Ozon se ha primado el desarrollo de un vínculo de amistad total, el
que unía a la mujer del protagonista con su mejor amiga, quien, en el lecho de
muerte, le arranca la promesa de que cuidará de su hija y de su marido.
La sorpresa inicial de la protagonista, Claire, que accede furtivamente a
la vivienda de su amiga Laura y descubre a una mujer dándole el biberón a la
hija de su amiga, se convierte en auténtico shock cuando reconoce al marido de
su amiga, David, travestido con un
vestido de Laura. A partir de ahí se inicia una peripecia rocambolesca en la
que las pequeñas mentiras van urdiendo una trama que, por un lado, aleja a
Claire de su esposo, Gilles, y la acerca a David, a quien transforma en una
amiga de la escuela, Virginia, a quien Gilles no conoce, para encubrir sus encuentros “transgresores” con
“su nueva amiga”. La explicación de David, que su travestismo ha vuelto tras la
muerte de su mujer, y que lo practica como una necesidad de afrontar el duelo y
de ofrecer a su hija pequeña una dosis artificial de presencia femenina, es el
arranque de una relación entre ambas “mujeres” que se acabará convirtiendo en
una suerte de segunda oportunidad de la intensa relación casi consanguínea (de
pequeñas incluso se sometieron al ritual del intercambio de sangres) que Claire
tenía establecida con Laura, teñida, además, de un leve lesbianismo meramente
apuntado. La película indaga no solo en
el travestismo de David, sino también en el lesbianismo de Claire y en la doble
necesidad de ésta de asumirlo, por un lado, y de aceptar y compartir la
femineidad de David, por otro. Hay, pues, en la película, como se aprecia, algo
así como la creación de un personaje, esa Virginia que, poco a poco, ajustada
al modelo cervantino de la invención del propio personaje, irá primero
revistiéndose de las armas de la femineidad –esas escenas divertidas y
emocionantes en las que, por primera vez en su vida…, se atreve a “exhibir” su
transformación, a salir a la calle travestida e ir de compras a las tiendas de
mujeres– para, acto seguido, asumir profundamente la naturaleza del mismo: no
tanto parecer una mujer como sentirse serlo, y ahí es donde tiene una función
dramática muy precisa el número musical que David vive como una revelación. Lo atractivo
del caso es que no es un proceso individual, sino dual: David y Claire forman
una nueva pareja, Virginia y Claire, que acabará transformando la visión que
ambas tienen de sí mismas, en abierto conflicto, eso sí, con la realidad
tradicional que las rodea. La interpretación de Romain Duris, a quien conocimos
como excelente intérprete de De latir, mi corazón se ha parado (2005) de
Jacques Audiard, es excelente, y compone una Virginia llena de delicadeza
femenina con una apabullante naturalidad y con un estupendo sentido del humor
que no excluye las tensiones dramáticas que viven Virginia y Claire al sentirse
atraídas sexualmente y “tropezar” con la condición de hombre de Virginia. El final, que podría entenderse como un
homenaje de Ozon al Almodóvar de Hable con ella (2002), retoma sin embargo, el
comienzo de la película, cuando el protagonista “amortaja” a su mujer con el
traje de novia; escena de la que es calco la de
travestir a David de Virginia para, al son de la canción Une femme avec
toi, despertarlo del coma en que la había dejado un accidente que deja a sus
suegros al borde del infarto, al enterarse de que iba por la calle,
inexplicablemente, “vestido de mujer”.
Es probable que a quienes
no hayan vivido de cerca el drama de la conflictiva identidad sexual la
película les parezca una especie de vodevil ligero y en exceso almodovariano,
una inteligente comedia “sofisticada” e intrascendente; pero aquellos a quienes
un alumno de facciones femeninas se le acerca el primer día de clase y, después
de pasar lista, les piden: “A mí llámame Jenny, profe, no Manuel” comprenderán
exactamente una realidad que no por el número relativamente escaso de personas
a las que afecta deja de tener un componente emocional que se ha de tener tan
en cuenta como las últimas sentencias judiciales sobre la identificación sexual
de los niños ponen de manifiesto. Por otro lado, ahí está el caso famoso de
Shiloh, la primera hija del matrimonio de Angelina Jolie y Brad Pitt, y su
opción por la masculinidad, que tanto bien hace, socialmente, para la
aceptación desprejuiciada de ciertas conductas inevitables.
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