lunes, 24 de agosto de 2015

Mike Leigh: "Todo o nada": La vida es así: just working class drama…


                       

La distopía proletaria vista por Mike Leigh: Todo o nada, un puñetazo y una brizna de esperanza.


Título original: All or Nothing
Año: 2002
Duración: 128 min.
País: Reino Unido
Director: Mike Leigh
Guión: Mike Leigh
Música: Andrew Dickson
Fotografía: Dick Pope
Reparto: Timothy Spall, Lesley Manville, Alison Garland, James Corden, Ruth Sheen, Marion Bailey, Paul Jeeson, Sam Kelly, Sally Hawkins

        
              Cuando un director, como en este caso Mike Leigh, se plantea como objetivo realizar una descripción veraz y ajustada de un drama humano tan severo y denso como al que asistimos en Todo o nada, de poco o nada le sirve al crítico el habitual comentario sobre las bondades técnicas de la película: encuadres, iluminación, montaje, etc. La realidad todopoderosa que se le impone desde la historia de cuantos personajes aparecen en pantalla, todos ellos con motivos para no levantar cabeza y, de paso, ser capaces de acongojar, literalmente, al espectador que contempla, doliente, la transcripción fílmica de un guión que recibimos como un golpe bajo debajo del límite permitido de la cintura, traslada a un segundo plano las virtudes técnicas de la película, que son muchas. Sí que el crítico puede, y debe, elogiar la irreprochable puesta en escena de unos espacios sórdidos, interiores y exteriores, la actuación de todos y cada uno de los intérpretes, comenzando por un excepcional Timothy Spall, a quien hace poco le vimos bordando el personaje de Turner (2014), y siguiendo uno por uno, Lesley Manville, también excelente en la aún reciente película de Leig Another year (2010) y acabando en los hijos de la pareja, James Corden, quien interpreta un obeso malcriado, y, sobre todo, Alison Garland, la hija del matrimonio, obesa como su hermano y trabajadora en el servicio de limpieza de una residencia de ancianos, quien expresa con suma sensibilidad y poderosa eficacia actoral la vida mínima de un ser anodino, sin historia, sin relieve, un ser que sobrevive en los márgenes de la realidad sin rebelarse, sin expresarse, una autentica sombra humana. Acongoja, en efecto, como decía antes, plantarse ante la pantalla como un espectador de tantas miserias. Y no se trata solo de la familia protagonista, sino también de los vecinos que comparten sus vidas con ella: una pareja alcoholizada, incapaz de afrontar ni los actos más simples de la vida cotidiana, en la que Marion Bailey, la encantadora segunda esposa de Turner, hace un papel que nada tiene que envidiar al de Lee Remick en Días de vino y rosas (1962)  o una madre soltera cuya hija repite el mismo esquema tras unirse con un maltratador y quedarse embarazada. Supongo que hablar del Dickens del siglo XXI, y con mayor razón tras haber visto su retrato de las prácticas abortistas en la Inglaterra de los años 50 en la más que notable El secreto de Vera Drake (2004) puede parecer un anacronismo, pero algo hay de ello en Todo o nada, liberada, eso sí, del esquema folletinesco típico de las novelas dikensianas. Así pues, aviso a los espectadores que vayan precavidos, porque las imágenes que van a ver herirán irremediablemente su sensibilidad y acabarán sufriendo, tomen buena nota de ello. Se trata, sin embargo, de un realismo alejado formalmente del neorrealismo italiano e incluso de la herencia del Free cinema, pero tan contundente, sin embargo, como muchas de aquellas obras, como Alemania, año cero (1948), de Rossellini, por ejemplo, una de las películas más tristes que haya visto jamás. Es cierto que en medio de toda esa vulgaridad y deriva hay breves destellos de humor que van de la mano la excelente actriz Ruth Sheen, fija en todas las películas de Leigh, y uno de los pocos personajes “positivos” de Todo o nada, capaz de cumplir a rajatabla el refrán famoso: A mal tiempo… La relación con su hija, quien repite al pie de la letra la historia de la madre soltera, tiene una evolución en la película que corre pareja a la de la familia principal, la cual, tras el accidente vascular de su hijo, toca fondo en la crisis que afecta a todos y cada uno de sus personajes, si bien la del matrimonio resulta, por lo común de la misma, pan nuestro de cada día. La incomunicación, el maltrato de palabra, el drama último y definitivo de no sentirse amado después de 20 años de unión, por ejemplo, no son privativos de clase social alguna, pero cuando eso ocurre en el seno de una pareja de la clase trabajadora cuyo cabeza de familia no es precisamente un sujeto “emprendedor”, y cuya compañera está al borde del ataque de nervios por el exceso de responsabilidad, lo que la lleva a los maltratos mencionados, se agudiza mucho más, sin duda.

         El cine británico tiene una dimensión social que el propio Leigh encarna a la perfección, y, aunque muy distinta de la visión más esquematizadora de Ken Loach (¡aquella insufrible Pan y libertad (1995)!, tan celebrada, sin embargo, entre la progresía adinerada…), rara es la película suya en la que esa realidad retratada no sobrecoge el ánimo del espectador por la crudeza del vacío existencial que se retrata. En Todo o nada, sin embargo, y con un pretexto argumental tan tradicional como el peligro de muerte a que se expone un miembro de la unidad familiar (el tema, sin ir más lejos de La prueba, la última novela –ilegible, por cierto, de Doña Emilia Pardo Bazán–.) la familia tiene una oportunidad, acaso la última, de rehacer su vida, de darle otra luz a su existencia: la de la comunicación, la cordialidad, la higiene, el deseo… Un final feliz que Leigh les debe a los espectadores, porque si, además, la película hubiera “acabado mal”, lo que bien pudiera haber ocurrido, porque es ley de vida, es muy probable que esta crítica en vez de encorajar al espectador para que vea tan dura película, como le propongo, lo hubiera disuadido.

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