Una comedia política con aires de Chaucer: Pajaritos y pajarracos o la estilización
del absurdo en clave de cine cómico usamericano.
Título original: Uccellacci e uccellini
Año: 1966
Duración: 87 min.
País: Italia
Dirección: Pier Paolo Pasolini
Guion: Pier Paolo Pasolini
Música: Ennio Morricone
Fotografía: Tonino Delli Colli (B&W)
Reparto: Ninetto Davoli,
Totò, Femi Benussi, Rossana Di Rocco, Renato Capogna, Vittorio Vittori, Giovanni Tarallo, Umberto Bevilacqua, Renato Montalbano, Alfredo Leggi.
La primera reflexión que me produce esta película de
Passolini tiene que ver con la dificultad inmensa que alguien que quisiera
hacer algo parecido tendría hoy para poder financiarlo, en primer lugar, y, en
segundo, para encontrar un público que permitiera subsistir a la película
siquiera una semana en la cartelera. Passolini, porque de recuperar la
inversión ni hablemos, claro. Qué suerte que en la década de los 60, la década
prodigiosa, dicen, se pudieran hacer películas como esta. Pajaritos y pajarracos es, a su manera, una road movie, al estilo de las obras del absurdo de Godot. Un padre y
su hijo van a pedir un aplazamiento del pago del arrendamiento de sus tierras al
amo , y, a lo largo del camino, vivirán unas situaciones de muy diversa
naturaleza que van desde el episodio en que se hacen frailes franciscanos con
el encargo del santo de convertir a los cuervos y a los gorriones, que daba, en
sí, para una película excelente, por cierto, o el encuentro con el cuervo que
habla y que dice ser “la ideología”, hasta la asistencia al entierro de Palmiro
Togliatti que viene a significar el fin del comunismo en Italia, o poco menos.
La película, que se abre con unos títulos de crédito “cantados”, muy graciosos,
no sería la misma sin la participación de Totò y uno de los actores fetiche de
Passolini: Ninetto Davoli. Totò, con una caracterización próxima a la de Buster
Keaton, nos ofrece un recital interpretativo que solo por él ya merece la pena
ver la película. Sí, es cierto que Totò, por su mímica, más parece actor del
cine mudo que del cine hablado, pero en esta película cada una de sus muecas
está perfectamente incardinada en la situación por la que pasan padre e hijo. Y
sí, también hay gags orales de primera magnitud. La parte “franciscana” tiene
un lirismo extraordinario que contrasta con ciertas manifestaciones populares
festivas con las que acaban luchando para poder cumplir las órdenes del santo.
La puesta en escena, todo exteriores, tanto del tramo “franciscano” como de ese
camino sin destino alguno, o aparentemente sin él, en compañía del cuervo parlanchín,
está perfectamente escogida, y no solo, como decía, estiliza la narración con
encuadres de mucha calidad, sino que también permite añadir a la narración esa naturaleza
absurda que invita a seguir con interés el destino de los dos personajes. Tiene
uno la sensación de que la película se haya rodado sin guion previo, a juzgar
por los constantes cambios de la situación de los personajes, pegados,
literalmente, al firme del camino, en una jornada infinita con un final
sorprendente, no tanto por el gracioso despiste de ambos para ir a retozar con
una prostituta de carretera, cuanto por el destino del cuervo parlanchín. Bien
mirado, algo hay, también, del tramp chapliniano. Son muchas y muy diversas las
reflexiones que se van haciendo en la película, sobre todo las políticas por
parte del cuervo, la “ideología”, en un supremo arte irónico de un autor
cercano siempre al comunismo, pero mucho más a las manifestaciones vitales del
pueblo, como se comprueba en los episodios de la película. Es difícil
establecer cuál sea el mensaje que nos ha querido transmitir el autor, pero hay
un mucho de la picaresca de la supervivencia que se impone a la ideología. Padre
e hijo son tan místicos como miserables, tan impulsivos como astutos, y algo
querrá decir el hecho de que estén indefinidamente pegados al camino, la más
vieja de las metáforas de la vida.
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