martes, 28 de noviembre de 2017

La libertad sobre todas las cosas: “Pajaritos y pajarracos”, de Pier Paolo Passolini


Una comedia política con aires de Chaucer: Pajaritos y pajarracos o la estilización del absurdo en clave de cine cómico usamericano. 

Título original: Uccellacci e uccellini
Año: 1966
Duración: 87 min.
País: Italia
Dirección: Pier Paolo Pasolini
Guion: Pier Paolo Pasolini
Música: Ennio Morricone
Fotografía: Tonino Delli Colli (B&W)
Reparto: Ninetto Davoli,  Totò,  Femi Benussi,  Rossana Di Rocco,  Renato Capogna, Vittorio Vittori,  Giovanni Tarallo,  Umberto Bevilacqua,  Renato Montalbano, Alfredo Leggi.


La primera reflexión que me produce esta película de Passolini tiene que ver con la dificultad inmensa que alguien que quisiera hacer algo parecido tendría hoy para poder financiarlo, en primer lugar, y, en segundo, para encontrar un público que permitiera subsistir a la película siquiera una semana en la cartelera. Passolini, porque de recuperar la inversión ni hablemos, claro. Qué suerte que en la década de los 60, la década prodigiosa, dicen, se pudieran hacer películas como esta. Pajaritos y pajarracos es, a su manera, una road movie, al estilo de las obras del absurdo de Godot. Un padre y su hijo van a pedir un aplazamiento del pago del arrendamiento de sus tierras al amo , y, a lo largo del camino, vivirán unas situaciones de muy diversa naturaleza que van desde el episodio en que se hacen frailes franciscanos con el encargo del santo de convertir a los cuervos y a los gorriones, que daba, en sí, para una película excelente, por cierto, o el encuentro con el cuervo que habla y que dice ser “la ideología”, hasta la asistencia al entierro de Palmiro Togliatti que viene a significar el fin del comunismo en Italia, o poco menos. La película, que se abre con unos títulos de crédito “cantados”, muy graciosos, no sería la misma sin la participación de Totò y uno de los actores fetiche de Passolini: Ninetto Davoli. Totò, con una caracterización próxima a la de Buster Keaton, nos ofrece un recital interpretativo que solo por él ya merece la pena ver la película. Sí, es cierto que Totò, por su mímica, más parece actor del cine mudo que del cine hablado, pero en esta película cada una de sus muecas está perfectamente incardinada en la situación por la que pasan padre e hijo. Y sí, también hay gags orales de primera magnitud. La parte “franciscana” tiene un lirismo extraordinario que contrasta con ciertas manifestaciones populares festivas con las que acaban luchando para poder cumplir las órdenes del santo. La puesta en escena, todo exteriores, tanto del tramo “franciscano” como de ese camino sin destino alguno, o aparentemente sin él, en compañía del cuervo parlanchín, está perfectamente escogida, y no solo, como decía, estiliza la narración con encuadres de mucha calidad, sino que también permite añadir a la narración esa naturaleza absurda que invita a seguir con interés el destino de los dos personajes. Tiene uno la sensación de que la película se haya rodado sin guion previo, a juzgar por los constantes cambios de la situación de los personajes, pegados, literalmente, al firme del camino, en una jornada infinita con un final sorprendente, no tanto por el gracioso despiste de ambos para ir a retozar con una prostituta de carretera, cuanto por el destino del cuervo parlanchín. Bien mirado, algo hay, también, del tramp chapliniano. Son muchas y muy diversas las reflexiones que se van haciendo en la película, sobre todo las políticas por parte del cuervo, la “ideología”, en un supremo arte irónico de un autor cercano siempre al comunismo, pero mucho más a las manifestaciones vitales del pueblo, como se comprueba en los episodios de la película. Es difícil establecer cuál sea el mensaje que nos ha querido transmitir el autor, pero hay un mucho de la picaresca de la supervivencia que se impone a la ideología. Padre e hijo son tan místicos como miserables, tan impulsivos como astutos, y algo querrá decir el hecho de que estén indefinidamente pegados al camino, la más vieja de las metáforas de la vida.

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