Lo insólito: Brooklyn en Chamartin o la usamericanización
del realismo poético europeo: Un ángel
pasó por Brooklyn o un apólogo moral de hondas raíces grecolatinas.
Título original: Un ángel pasó por Brooklyn
Año: 1957
Duración: 90 min.
País: España
Dirección: Ladislao Vajda
Guion: Ladislao Vajda, Ugo Guerra, Ottavio Alessi, José Santugini, Gian
Luigi Rondi, István Békeffy (Historia: István Békeffy)
Música: Bruno Canfora
Fotografía: Heinrich Gärtner (B&W)
Reparto: Peter Ustinov, Pablito
Calvo, Aroldo Tieri, Maurizio Arena, José Isbert, Renato Chiantoni, Carlos Casaravilla, José Marco Davó, Enrique Diosdado.
Cuando empecé a ver la
película no podía creérmelo: un barrio italiano de Brooklyn en el que todos se
expresaban en el más castizo español imaginable, y eso incluía policías, jueces,
abogados, e tuti quanti… Además, la
españolidad de actores intransferibles a la realidad americana, como Pepe
Isbert, el propio niño Pablito Calvo -el
inmortal Marcelino de Marcelino, pan y
vino- o colaboraciones esporádicas de Luis Sánchez Polack, el Tip de Tip y
Coll o la propia hija de Isbert añadía un factor de distorsión de la realidad
que dura, prácticamente, desde que empieza la película hasta que acaba. No
tarda mucho el espectador en ubicarse y darse cuenta de que la deslocalización
geográfica no responde sino a un intento de internacionalizar una trama que,
eso sí, es perfectamente universal, porque se trata de un apólogo moral que
predica la bondad frente al neoliberalismo despiadado, para entendernos. Los
niños van “disfrazados” de niños americanos y el resto de los personajes no han
de adaptarse, porque son todos inmigrantes que viven, o mejor, malviven en
pisos de alquiler que les cuesta mucho pagar religiosamente cada mes. Y ahí
entra la figura del abogado administrador de las fincas que ha de cobrar esos
alquileres y proceder, en caso contrario, al desahucio de las familias que no
paguen: Peter Ustinov, en un papel de administrador sin entrañas que tiene
esclavizado a su empleado y que es temido por todo el vecindario, pues incluso
en las tiendas o en el restaurante repele su proverbial antipatía, da el papel
con excelente severidad e impía fortaleza. Este abogado intenta enseñar a su
empleado a ladrar desde dentro de la oficina para ahuyentar a los indeseables
pedigüeños que llaman al timbre. Todo transcurre, dentro de esa realidad
“impostada” de Brooklyn en Chamartín, en una recreación de estudio admirable,
magnífica, que se ajusta a la realidad como un guante. Incluso el equipo de
Vajda rodó algunas tomas en el Brooklyn verdadero para aumentar la
verosimilitud de una recreación, ya digo, fantástica, y que, a veces, hace
dudar al espectador de si está viendo, como en los cuadros de Elmyr de Hory,
protagonista del F for Fake de Welles.
Los personajes de la historia son, básicamente, gente humilde que trata de
sobrevivir al desengaño del sueño usamericano en el que los perros se atan con
longanizas, como tiene la infausta ocasión de reconocer uno de los
“triunfadores”, el abogado que no les pasa ni una a los pobres diablos a
quienes extrae alquileres que significan el hambre o la imposibilidad de hacer
frente a las exigencia vitales de la vida diaria. Una anciana que vende cuentos
por la voluntad, llama a la puerta del abogado para vender su humildísima
mercancía, pero este, ladrando como un buen perrazo, la asusta y la echa, pero
no puede evitar que la maldición de la vieja lo alcance y lo convierta en un
perro. A partir de ese momento, Ustinov ha de compartir el estrellato de la
película con Calígolo, el perro, que sabe estar a la altura del actor, a juzgar
por la expresividad que logra arrancar la cámara del animal. La escena en la
que un vagabundo que está comiendo frente a él, le da algo de comer para
atraerlo a una tienda de fabricación de salchichas donde lo vende con tan
siniestro fin es excelente. Y aquí entra en acción Pablito Calvo, quien,
despreciado por otros zagales del barrio, y maltratado, se acaba haciendo amigo
del perro, con quien tiene escenas muy logradas. La relación del empleado y el
amo, convertido en perro, también es algo muy especial, porque Aroldo Tieri,
quien vela por los intereses de una joven que ha de cobrar una herencia de 6000
dólares, y de la que está enamorado en secreto, aprovecha la ausencia canina del jefe para conceder
aplazamientos, pagar la herencia a la joven, etc. Por medio, porque se trata de
una película coral, ha de mencionarse la historia del semi mafioso -por el
traje oscuro de rayas blancas también- que quiere apoderarse del dinero de la
joven y dejarla en la estacada, tras haberle prometido que se casaría con ella.
Todo se resuelve cuando el jefe advierte lo que está ocurriendo y, cuando ella
va a entregarle el sobre con el dinero al mafioso, el perro se interpone y,
mordiendo el sobre, se coloca fuera del alcance de quienes se reúnen para
detenerlo, ante quienes se zampa los seis mil dólares en billetes en un periquete.
Un desastre que, sin embargo, le abre el camino amoroso al empleado, quien será
correspondido. Es decir, la película tiene también una historia en clave de
melodrama que se imbrica en el apólogo moral en el que se difuminan, más allá
del bien y del mal, los matices de la conducta humana. Es un cine heredero del
gran Capra, por supuesto, pero también del cine italiano de posguerra en
películas como Milagro en Milán, por ejemplo. Hay que recordar que la película
es coproducción italo-española, y de ahí la presencia de actores italianos que
contribuyen espléndidamente a dar vida a una película cuyo carácter de fábula
poética la sitúa más allá de la crítica realista que desmenuce ciertas
alienaciones o resignaciones sociales que excluyen la conciencia de lucha activa
contra las desigualdades. Aunque sean usamericanos de Chamartín, todos parecen
haber asimilado el ideal usam3ricano del self
made man… En fin, como la actuación del perro ocupa casi un tercio de la
película y está espléndido, es indudable que los espectadores que acepten la
petición de principio de la deslocalización fake
de la historia disfrutarán lo suyo con una película para la que parece haberse
inventado el adjetivo entrañable. No
puede competir con la anterior, Mi tío
Jacinto, ya criticada en este Ojo,
pero le anda a la zaga, sobre todo por la fotografía y esa puesta en escena “lujosa”
de la recreación del barrio neoyorquino.
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