domingo, 30 de junio de 2019

«Nightmare», de Freddie Francis, terror Hammer en estado puro.



Una excelente puesta en escena gótica para una película canónica: El abismo del miedo o los intrincados caminos de la ambición y la maldad.

Título original: Nightmare
Año: 1964
Duración: 83 min.
País: Reino Unido
Dirección: Freddie Francis
Guion: Jimmy Sangster
Música: Don Banks
Fotografía: John Wilcox (B&W)
Reparto: David Knight,  Moira Redmond,  Jennie Linden,  Brenda Bruce,  George A. Cooper, Clytie Jessop,  Irene Richmond,  John Welsh,  Timothy Bateson,  Elizabeth Dear.

Del director de Doctor Terror, criticada en este Ojo hace ya dos años, me encuentro, sobre la cinta de correr, en Youtube, con esta nueva película de Freddie Francis, bastante mejor que la anterior, y digna de ocupar un alto puesto en el escalafón de las películas de terror psicológico, no solo por la cuidadosa realización de la misma, con un juego de sombras, encuadres y movimientos de cámara verdaderamente notables, sino también por el hecho de ajustarse a una situación que podríamos calificar de «tipificada» y haber sido  capaz de darle la vuelta para construir un guion ingenioso y eficaz que, como en las buenas películas de suspense, solo se resuelve en la última escena, cuando se descubre una trama urdida a espaldas de los espectadores, distraídos por lo evidente: lo que pasaba ante sus ojos.
 La joven protagonista, que vive en un internado para chicas, tiene una pesadilla recurrente que permite un inicio brillante de la película: denle a un director un pasillo salteado aquí y allá por tenues luces que penden del techo, permítanle un travelín eterno hacia una voz que, en la oscuridad, llama a la soñadora y metan a esta, finalmente, en una celda, cuya puerta se cierra a sus espaldas bruscamente, con una mujer de rostro desquiciado que estalla en una risa histérica ante la presencia de la joven…Ese es el núcleo de la pesadilla que no tarda en contarle, a la profesora de la joven, la ama de llaves de la mansión: se abre un flash back y observamos que la niña, el día de su aniversario, sube alegremente las escaleras para encontrarse con su madre, pero lo que descubre es a su propia madre con un cuchillo en la mano y a su padre, ensangrentado, en la cama.
A partir de ese momento, un tío de la joven entra discretamente en acción, porque le precede una enfermera que se encargará de cuidar de la delicada salud de la joven, de quien se teme que haya heredado la tendencia  a la locura de la madre. La joven queda en mano, pues, del mayordoma y el ama de llaves, que llevan toda su vida en la familia, y de esa enfermera que se mueve por la casa con  total naturalidad. La profesora que acompaña a la protagonista en su vuelta a casa, y a quien el ama de llaves le cuenta el terrible pasado de la joven, no se va de la casa, de vuelta al colegio, con total tranquilidad.
Y ahí empieza, como quien dice, el núcleo duro de la película, porque una sucesión de apariciones nocturnas de mujeres que se mueven por la mansión como los tradicionales fantasmas made in england logran llevar a la joven a un desquiciamiento histérico que se consuma cuando el tío -a quien la joven recibe el primer día que lo ve con un beso de amante, más que de sobrina, por cierto…, lo que dará pie al espectador a jugar con las hipótesis-, después de haberla engañado con la ayuda de la enfermera y haberle hecho creer que su esposa es el fantasma que la ha atormentado, se presenta con esta el día en que se ha decidido que la joven sea llevada a un sanatorio. Ese día, el primero en que la mujer del tío pisa la casa y se da a conocer, es el día en que la joven, convencida de que es ella la que la atormenta, coge un cuchillo y delante de todos le clava varias puñaladas hasta matarla.
Finalmente, pues, el tío abogado y la enfermera, como se muestra cuando esta se quita la máscara de látex a semejanza del rostro de la mujer del tío, ven despejado el camino no solo para su boda, sino para tomar posesión de la mansión y, por su parte, el tío, heredar los bienes de su esposa, a los que solo se alude una vez y por los que parece haberse casado con ella, pues una cicatriz como un costurón quirúrgico le recorre un lado de la cara desde la sien hasta la mandíbula…
Todo, hasta aquí, entra dentro de lo normal, pero la vuelta de tuerca a la situación nos llega cuando afloran las tensiones entre el tío y su ahora flamante esposa, todo debido a que en el hotel donde se hospedan, un empleado insiste en reconocer al tío y confesar que ha estado allí hospedado con otra mujer, lo cual dispara, como es lógico, los celos de la mujer, hasta convertir la situación en un instrumento de lo que ella cree una venganza y el intento del abogado de liberarse de ella, una vez que le ha prestado sus servicios.
¿Se advierte hacia dónde vamos? En efecto, de nuevo vuelven las apariciones, pero esta vez contra quien las había protagonizado antes, lo que sume a lo espectadores en un maremágnum de suposiciones que les permiten vivir sumidos en una incertidumbre desasosegante el último tercio de película… Y para esto, la Hammer se las pintaba sola, sin duda, porque se trata de ese tipo de situaciones claustrofóbicas en la que, aun estando marcados los personajes en función de sus intereses particulares, sabemos que puede saltar la sorpresa en cualquier momento, y eso es lo que sucede. ¿Qué sucede? Eso es lo que tendrá que ver quien decida, con sano criterio, seguir esta película de Freddie Francis, cuya maestría como cinematografista, al servicio de películas como El hombre elefante o Gloria nos dan la talla de su competencia cinematográfica. En esta película, concretamente, su dirección raya a la altura de las grandes producciones del género y sabe mover la cámara por espacio tan reducido como el de la mansión con una variedad de encuadres, incluido algún preciso y precioso plano cenital, que desde primeros planos ulraperturbadores hasta planos generales que permiten una visión muy actual, Hammerscope llama la productora a su técnica, logra introducirnos en la narración con una congoja constante. Las interpretaciones con actores desconocidos, a día de hoy, probablemente habituales en la propia productora, son, acaso justamente por ello, muy valiosas, no condicionan a los espectadores y cumplen su cometido con una convicción extraordinaria. Ajustados a sus respectivos papeles, hay una armonía interpretativa que impide que nadie cargue las tintas sobre su rol: el candor,  la maldad, la servicialidad o el amor. En definitiva, una esmerada incursión en un género, el terror psicológico, del que Francis sale muy bien parado y en permanente revalorización de su figura. Espero no tener que tardar otros dos años para que una nueva película suya caiga ante mis ojos complacidos.

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