viernes, 5 de julio de 2019

«Jellyfish», de James Gardner, un debut contundente.



Un drama social con ribetes de melodrama: Jellyfish o el relevo joven de Ken Loach.

Título original: Jellyfish
Año: 2018
Duración: 101 min.
País: Unido
Dirección: James Gardner
Guion : James Gardner, Simon Lord
Música: Victor Hugo Fumagalli
Fotografía: Peter Riches
Reparto: Liv Hill,  Sinead Matthews,  Cyril Nri,  Angus Barnett,  Tomos Eames.

Jellyfish es un título plurívoco, esto es, tiene muchos significados en inglés. De entre ellos cabe distinguir, porque se derivan de la historia de la película, dos: el de una persona superada por circunstancias a las que no puede enfrentarse, la figura de la madre, afectada por un trastorno bipolar que, sin embargo, no se trata médicamente y para el que, en consecuencia, no se medica en absoluto, y el de una persona protectora que ampara, metafóricamente, bajo la bóveda de la medusa, porque este es el primer significado de la palabra, a los demás: la hija de quine años, Sarah, que asume las riendas de la casa, en «ausencia» de la madre, y se encarga,  a duras penas, de sus dos hermanos menores. Al mismo tiempo, dentro de esa suerte de neorrealismo británico que linda, ya decía, con el melodrama extremo, la joven, a cuya madre han dejado de pagar el subsidio para hacer frente al alquiler, porque no se ha presentado en las oficinas de auxilio social, dado su deteriorado estado mental, se dedica a trabajar en una casa de apuestas para sacarse unas libras que les permitan literalmente «sobrevivir». Como colofón deprimente de esa situación, la joven de quince años «redondea» el sueldo haciendo de pajillera para los viejos clientes que frecuentan el local, escenas sórdidas donde las haya que  el director resuelve con extrema habilidad, pero que desembocarán, finalmente, en la violación que sufre, por parte del encargado, cuando este la descubre en el callejón trasero del edificio en ese «negocio» y amenaza con denunciarla a la policía, por ser menor de edad…
Se trata de una película aún no estrenada en España que la plataforma Filmin me ha permitido visionar antes de que llegue a estrenarse aquí, si es que llega, porque no todo el cine europeo se abre paso a través de distribuidoras que parecen serlo solo del cine usamericano, aunque de este también hay películas que por su planteamiento indie acaban no llegando a nuestras pantallas, como la que critiqué recientemente de The one I love, de Charlie McDowell. En cualquier caso, bien está ir preparando a los espectadores para que estén sobre aviso de esta excelente ópera prima de James Gardner, porque inicia una carrera que nos dará excelentes títulos en el futuro.
La joven asiste, como sus hermanos, al instituto, pero solo se nos muestra una de las clases a las que asiste, la de interpretación artística, lo suficiente para demostrar la pésima relación que tiene con sus compañeras, a las que, sin embargo, hace frente con una lengua viperina y una predisposición temeraria al enfrentamiento físico que le valen no pocas expulsiones y el desistimiento de la ayuda que le brinda el profesor, quien le sugiere que encauce toda su rabia a través de monólogos cómicos, porque el humor también es una válvula de escape para la angustia, la ira y la desesperación. Le recomienda ver a varios monologuistas de éxito y le pide que escriba su propio monólogo con sus propios chistes, para representarlo en la actuación final de curso. Esta reducción de la actividad académica a sola esa clase, del mismo modo que su intento de «usurpación» de la personalidad de la madre para poder cobrar la ayuda estatal, son puntos muy flojos de un guio que ha optado por el realismo tremendista, aunque perdiera varias plumas de verosimilitud y credibilidad por el camino, que es lo que ocurre. ¿Le resta interés a la película esa huida de lo real y sus secos procedimientos legales? En modo alguno, pero la lastra en la medida en que hace de ese “realismo sórdido” una de sus bazas fundamentales.  Definidos los tres espacios donde se desarrolla su vida: la casa, la casa de juegos y la escuela, la joven protagonista, una actriz, Liv Hill, que encarna al personaje a la perfección, con sus muy diferentes registros: desde la severidad educativa para con sus hermanos, hasta la responsabilidad adulta frente a su madre o la seductora amante-lolita capaz de chantajear a un «triunfador» desaprensivo, pasando por la inestable adolescente que no acaba de encontrar su lugar en el mundo; la joven actriz consigue, decía, hacernos llegar la congoja de un destino impropio para su edad pero que ella asume con una determinación espeluznante.
La relación con la madre, cuya afección mental está plasmada con un notable realismo, dado que la bipolaridad tiene esas dos Escila y Caribdis del alma que son la depresión y la euforia, en cada una de las cuales la misma persona acaba siendo diferentes personas, para desesperación de la hija, es uno de los momentos más enternecedores de la película, aunque, al mismo tiempo, se nos haga incomprensible, en pleno siglo XXI, que no haya un tratamiento de por medio, una atención médica que forzosamente deberían de haber buscado a las primeras manifestaciones de los síntomas propios de la enfermedad. Hacerse cargo de una persona así con quince años, de verdad que va más allá de cualquier adversidad, y la joven Sarah se empeña en asumir esa responsabilidad con una madurez que, mezclada con un falso orgullo, poco menos que la lleva al desastre.  La película está rodada en Margate, un pequeño pueblecito de la costa sureste de Inglaterra, en el condado de Kent, y no es casual que la película se inicie en el espacio, poco menos que en ruinas, de lo que serían unos baños famosos en los buenos tiempos de la ciudad. Gardner sabe explotar muy adecuadamente la puesta en escena y ciertos recursos como el travelín que lleva de la violación de la joven, a través de la desierta sala de juegos con las máquinas llenas de luces y música, al plano de la calle, una rotonda, donde el tráfico continúa, as usual, como cada día, ignorantes, quienes se desplazan y pasan por allí, de las ignominias o bajezas que cierta fachadas esconden. Insisto, como ópera prima que es, no estamos ante una película redonda, y prueba de ello es la suerte de anticlímax del desenlace, a mi parecer manifiestamente mejorable, pero sí ante una película de los nuevos tiempos de la pérdida de condiciones mínimas de vida de las clases bajas y ultradependientes de los poderes públicos. Se hablará de la influencia de Loach en el director, pero Gardner ha ido más allá, porque ha construido un personaje que lucha por hacer emerger su individualidad frente a la sordidez del medio que la coarta y la reprime. Veremos…
P.S. Por cierto, el cartel de la película engaña lo suyo, desde luego, pero como no hay otro...

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