Una rareza llena de atractivo: un thriller lleno de
sensualidad y abducción psicológica, con una maravillosa fotografía de Burnett Guffey,
ganador de dos Oscars.
Título original: Screaming Mimi
Año: 1958
Duración: 79 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Gerd
Oswald
Guion: Robert
Blees (Novela: Fredric Brown)
Música: Mischa Bakaleinikoff
Fotografía: Burnett Guffey (B&W)
Reparto: Anita Ekberg,
Philip Carey, Gypsy Rose Lee, Harry Townes,
Linda Cherney, Romney Brent, Red
Norvo Trio, Alan Gifford, Oliver McGowan, Stephen Ellsworth, Vaughn Taylor, Jeanne Cooper, Frank J. Scannell, David McMahon, Pat Collins.
Confieso que la presencia
de Anita Eckberg como reclamo me bastaba para, en la cinta de correr, ponerme
otro thriller de serie B a la búsqueda siempre de la sorpresa, que a veces
salta, como en este caso, cuando al cansancio se le han de sumar algunos
quilómetros de más exigido por la contemplación total de la cinta. Sí, la fama
es la que tiene: ser un cuerpo exuberante en el que no cabe ni un átomo de
actriz; pero esta película servirá para desmentir la fama y acercarnos a una verdadera
actriz, acaso posteriormente desaprovechada, muy capaz de sostener, ella solita, una cinta
que reúne muchas singularidades, entra las que no es la menor la presencia de
un director de fotografía, Burnett Guffey, doble Oscar por De aquí a la
eternidad , de Fred Zinnemann y Bonnie & Clyde , de Arthur Penn,
que consigue verdaderas virguerías del más exquisito cine negro, con algunas
secuencias verdaderamente inolvidables y algunos momentos mágicos, como cuando
los dos protagonistas yacen amartelados en un sofá y, de forma paralela, el gran
danés que «protege» a la protagonista está echando en el suelo, espatarrado
como una imagen especular de la pareja. Recordemos que el perro se llama devil,
«diablo». Anticipándose en mucho a la serie de James Bond, la película comienza
con la protagonista saliendo de las olas del Pacífico con una presencia que
hace palidecer la de Ursula Andress en James Bond contra el Dr. No, de Terence
Young. A poco de salir, cuando se ha metido en la ducha exterior protegida para
desalarse, aparece un perturbado mental que, después de matar a su perro, se dirige
hacia ella con un gran cuchillo para hacer lo propio, pero su padre adoptivo,
que oye su grito de horror, coge el rifle y acaba con la vida de quien se queda
a un centímetro de abrirla en canal. El shock traumático que sufre obliga a
internarla en un psiquiátrico, donde un psiquiatra, a medio camino entre
Pigmalión y Svengali, la va abduciendo para obedecer siempre sus órdenes y no querer permanecer sino a su lado,
incondicionalmente, aunque no parece que el propósito del doctor sea disfrutar
de placer sexual de su compañía. Se escapan del sanatorio y aparecen, tiempo
después, en un night club, regido por una presentadora cuyo lesbianismo
se insinúa en una de las escenas con una frase lapidaria pero críptica: “no
sabía que esta era una fiesta con un té para dos”, dice el protagonista, Philip
Carey, la versión serie B de Charlton Heston, cuando halla a su amiga en
compañía de una joven y hermosa camarera del club que ella regenta. El protagonista,
un periodista que cubre la vida nocturna de la ciudad y también el lado oscuro
de los sucesos criminales, acaba conociendo a Yolanda, la danzarina cuyo número
sexualizado está filmado con mano maestra, pero también al doctor que la «controla»
y que lo aleja de ella. A partir de un intento de asesinato que sufre la actriz,
y del que le ha librado la decisiva intervención de su gran danés, ¡qué espectaculares
imágenes de la Eckberg apuñalada, con un vestido blanco ceñido hasta la
exageración, y el gran danés en la escalera del acceso a la planta baja donde ella se retuerce de
dolor, protegiéndola. Después de haberla podido llevar al hospital, el
periodista inicia un acercamiento a la protagonista que lo llevará a una relación
privilegiada hasta que su mentor y Svengali vuelve a interponerse entre ella y
una vida libre y autónoma, fuera de su
control, todo lo cual llevará… adonde el
respeto a la opacidad del misterio en las películas de asesinos obliga a los
críticos a silenciar su deseos de seguir desentrañando u a historia que, en
este caso, tampoco es lo más interesante de la película, todo sea dicho de
paso. La enfermedad mental juega un proceso importante en los acontecimientos,
sin duda, pero los valores «ambientales» de esta película, el night-club, la
danza de la protagonista encadenada y con el ropaje de la escultura hecha por
su padre adoptivo a raíz del ataque el maniático que la trastornó y que acabó dando
pie a su relación con el psiquiatra manipulador, la aparición de una conocida
estrella del teatro de variedades, Gypsy Rose Lee -en IMDB sostienen que, en
una escena en la que bromea con los clientes, es posible que haya un cameo de
Otto Preminger, de espaldas, con quien tuvo un hijo…- , como patrona del
cabaret e intérprete, acaso paródica, del clásico de Gilda interpretado por la Hayworth:
Put the blame on Mame, la música de jazz, las poderosas escenas
nocturnas -¡ese paseo noctambulo de Eckberg con un impermeable, el galán que la
corteja y el gran danés…!-; todo, en definitiva, se junta para ofrecernos una
película a la que el escaso presupuesto no le quita un ápice de interés y de perfección,
y en la que, al menos yo, descubro que Philip Carey sabe explotar una única
expresión con convicción y que Anita Eckberg, con unos primeros planos en los
que resplandece su belleza, con una mirada y una sonrisa que compiten con
ventaja sobre su anatomía explosiva, me demuestra que merecía con creces el
título de actriz que muchos le han regateado. Estoy pendiente de buscar una
copia de la película con que debutó, A Kiss Before Dying (Uu beso antes
de morir) basado en una novela de Ira Levin, autor de La semilla del diablo,
y con un espectacular Robert Wagner en el papel principal. Basta decir que
algunos críticos señalan en ella un precedente de Vértigo, ¡nada menos! En
cualquier caso, esta Screaming mimi, que es el nombre de la estatua
hecha por su padrastro y que da nombre a la película en inglés, es un excelente
aperitivo con entidad propia para que muchos buenos aficionados se acerquen a
una película llena de motivos emparentados con la novela Pulp y desarrollados
aquí con un estilismo formal propio e los mejores thrillers del género. Por
supuesto que Oswald ha sabido destacar imágenes de la Eckberg que podemos
considerar totalmente icónicas, y que no necesariamente son las que se centran
en su más que generosa y escultural anatomía.
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