Una excursión
por las sombras del subconsciente, con la carnalérrima Ruth Weyher y el drama
de los celos con el gran especialista del género: Emil Jannings.
Título original: Schatten - Eine nächtliche Halluzination
Año: 1923
Duración: 90 min.
País: Alemania
Dirección: Arthur Robison
Guion: Arthur Robison,
Rudolf Schneider
Música: (Versión restaurada:
Ernst Riege) (Película muda)
Fotografía: Fritz Arno
Wagner
Reparto: Ruth Weyher, Alexander
Granach, Max Gülstorff, Lilli Herder, Rudolf Klein-Rogge, Fritz Kortner, Karl
Platen, Fritz Rasp, Eugen Rex, Ferdinand von Alten, Gustav von Wangenheim,.
Título original: Varieté
Año: 1925
Duración: 95 min.
País: Alemania
Dirección: Ewald André
Dupont
Guion: Ewald André Dupont (Novela: Felix Hollaender)
Fotografía: Karl Freund,
Carl Hoffmann (B&W)
Reparto: Emil Jannings, Maly Delschaft, Lya De Putti, Warwick Ward, Alice Hechy, Georg John, Kurt Gerron,
Paul Rehkopf, Trude Hesterberg, Georg Baselt, Werner Krauss.
He aquí dos de esas joyas del
cine mudo alemán a las que más de dos, ¡o acaso ya tres!, generaciones
posteriores a la de quien esto escribe es muy verosímil que les hayan dado
definitivamente la espalda, ignorándolas con la altivez solo propia de la
nesciencia y de una educación harto deficiente, amén de un exceso de narcisismo
vacuo cuyas figuras eminentes son esos influencers que abarrotan los
altares perversos de la ultraposmodernidad y el milenarismo de estos nuevos
«locos veinte» que nos toca remalvivir…
Dos alemanes
muy distintos, uno con apellido francés y el otro de origen usamericano que
decidió, hijo de alemana y usamericano, formarse en Alemania, cuando los
europeos emigraban, empobrecidos, hacia el mito de la Usámerica de las
oportunidades, ruedan, con la distancia de dos años, dos películas que han
dejado huella indeleble en la Historia del Cine. Varieté, de Dupont, se
anticipó a la película por la que este suele aparecer en las enciclopedias:
haber rodado la primera película sonora del cine alemán, Atlantic, 1929,
sobre la tragedia del Titanic, nombre que se desechó por los posibles pleitos
judiciales. Con un inicio espectacular, el preso número 28 que, a pesar de los
requerimientos de su mujer legal y su hijo para que pida el indulto para su
condena se niega a ello con la terquedad de quien aún no ha podido perdonarse
el crimen cometido. Con esa información que se da de buenas a primeras, pudiera
entenderse que se nos ha chafado el final de la película, pero sucede todo lo
contrario. Se abre un flashback majestuoso que nos lleva a una feria en
la que un feriante rivaliza con otro para atraer clientes para sus números
respectivos. Uno ofrece la fuerza de los músculos masculinos; el otro, los
encantos corporales femeninos. Uno no da abasto, pero tengo para mí que algún
serio estudioso del cine debería dedicar una monografía a la presencia de las
Ferias en el cine, no solo porque le sale una nómina bien nutrida, sino porque
desde Freaks hasta El hombre que tenía rayos X en los ojos,
pasando por esta o por Extraños en un tren y El tercer hombre, sin
ir más lejos, son innumerables las excelentes películas -¡ah, y Wonder Wheel,
de Allen, tan reciente…- que han situado su acción o parte de ella en las
ferias bulliciosas que recorren las cámaras con una delectación casi
avariciosa, porque las posibilidades para los encuadres, los movimientos de
cámara y las tomas aéreas y de todo tipo son infinitas y todas ellas vibrantes.
En ese ambiente de feria, el personaje, un acróbata retirado porque su mujer
sufrió un accidente y con la que tiene un hijo, acoge a una joven que ha
viajado como polizón en un barco y que no tiene a nadie en el mundo. La acogen
y lo inevitable sucede; el extrapecista se siente atraído por ella y decide
abandonar a su mujer y volver, con la joven, de nuevo al trapecio, por lo que
emprende una nueva carrera que no tarda en llevarles a entrar en relación con
otro gran trapecista que les ofrece trabajar con él. El trio amoroso inicial
vuelve a producirse, pero, ahora es al fornido trapecista al que le toca el
papel que asignó a su mujer en el primer trío: padecer, reconcomido por los
celos, la pasión que se urde a sus espaldas. Emil Jannings fue un actor cuya
fama fue comparable a la de las más rutilantes estrellas del cine usamericano,
pero en Alemania y en Europa, en general. Recordemos que fue el protagonista de una de las mejores
películas de Josef von Sternberg, El ángel azul, inspirada en la novela
de Heinrich Mann, Profesor Unrat. Pues bien, si fue elegido para ese
papel, ello, aparte de sus muchos méritos, se debe a que en Varieté ya
había interpretado un personaje hasta cierto punto parecido, pero sin el
patetismo de la película de Sternberg, porque en Varieté, Jannings, que es
fotografiado por un genio como Karl Freund con una capacidad de penetración
psicológica en ciertos primeros planos que nos dejan anonadados, presenta un
rico repertorio de diferentes facetas de la personalidad y todas ellas las
resuelve con un verismo que pocos actores consiguen. Lya de Putti, otra gran
estrella del momento, le da una réplica magnífica, como la da, así mismo, la
otra pata del taburete sobre el que se sostiene la más antigua de las
historias, la de la traición amorosa y los celos, Warwick Ward, un prestigioso
actor inglés al que la llegada del sonoro reconvirtió en productor. Son muchos
y muy variados los planos con que Dupont sorprende a los espectadores, así como
ciertas secuencias como la que el protagonista se aleja por el pasillo del
hotel, devastado psicológicamente, arrastrando a su amante, agarrada a sus
hombros, ese tipo de secuencias difíciles de olvidar.
Sombras,
frente al realismo extremo de Varieté,
aunque Dupont no renuncia a ciertos efectos especiales distorsionadores, sobre
todo cuando los trapecistas están en acción y se intuye que puede producirse el
drama en cualquier momento, con una cámara que se mueve siguiendo el vaivén de
las peripecias de los protagonistas, se apunta a una supresión de los
intertítulos que facilitan la visión de la película, que se explica a sí misma
con absoluta claridad…, paradójicamente, con la de las sombras que van a representar la realidad oculta que un
marido celoso quiere conocer a toda costa. La película, después de un prólogo
del teatro de sombras que presenta a los personajes, comienza con la llegada de cuatro hombres a una casa para
celebrar un banquete en compañía del anfitrión y de su esposa, de quien este
sospecha que le es infiel con uno, ¡o varios!, de los invitados. La llegada del
artista del teatro de sombras que va a proyectar una doble realidad, distinta
de la cena a la que son invitados los presentes, y que fácilmente ha de
entenderse como la proyección de los deseos ocultos de estos, promoverá una
confusión entre las muy distintas acciones de las sobras de los protagonistas y
sus propios cuerpos que llevarán al marido casi a la desesperación, hasta que…
Y ahí todos han de pasar por “(bu)taquilla” para saber cómo se resuelve el extraño
caso del divorcio entre los cuerpos y las sombras y la pasión que despierta una
actriz como Ruth Weyher, que se come la cámara a fuerza de sensualidad derramada
por los cuatro costados y por quien es justo arriesgar la honra y empeñar la vida…,
o eso cree ella. La presencia de los criados, con un toque tétrico de
personajes muy próximos en algunos momentos al Nosferatu de Murnau, de
la que Robinson tomó más que buena nota, parecen querer derivar la película hacia
lo fantástico, pero, al margen del extraordinario juego de sombras constante a
lo largo de la película, la obra se ciñe a lo que hemos de entender como una
obra de engaños sexuales, como bien se refleja, en uno de los planos -y
convendría averiguar si es la primera película en la que tal recurso se emplea-
en que la cabeza de la figura del marido
se proyecta como una sombra bajo una cornamenta colgada como adorno en la pared…
Poco puede decirse de esta película cuya trama es tan vieja como las primeras
historias de cualquier literatura, porque debería ir comentando, fotograma a
fotograma, las muchas virtudes de la imaginación del autor, que no hubieran
visto la sombra (que no la luz) sin la contribución del otro pilar del
expresionismo alemán junto a Karl Freund, Fritz Arno Wagner, quien había
filmado el Nosferatu de Murnau, que antes mencioné como precedente inequívoco de esta obra excelente.
Estamos en presencia, pues, como anticipé
al inicio de la crítica, de dos obras típicas del cine alemán de los 20, muchos
de cuyos directores emblemáticos acabarían nutriendo los estudios usamericanos
tras la llegada de Hitler al poder , por más que Robinson, siempre a
contracorriente de todo el mundo, siguió en la Alemania de Hitler y rodaba para
la UFA, una nuevo versión de El estudiante de Praga, en 1935, cuando
falleció. Varieté y Sombras son dos buenos exponentes del cine
popular y del cine experimental, siendo ambos muestras claras de la excelencia
del cine convertido en arte y en diversión para las masas. Recordemos, no
obstante, que cuando Murnau, antes del exilio provocado por la llegada de
Hitler al poder en Alemania, rodó Amanecer, en 1927, en Usamérica, dejó impactada a toda la
industria usamericana y provocó un salto de calidad en su cine cuya importancia
debemos valorar como corresponde. Si algo bueno tienen las dos películas de
esta crítica es que a muchos espectadores les van a parecer mucho más modernas,
cinematográficamente, que buena parte de los bodrios insulsos que copan hoy las
carteleras o las plataformas digitales. ¡Atrévanse!
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