viernes, 19 de febrero de 2021

«Doble coartada», de Alfred Travers o el elogio del artesano aplicado.

 

Un sólido drama tópico ambientado en el mundo del circo.

 

Título original: Dual Alibi

Año: 1947

Duración: 81 min.

País: Reino Unido

Dirección: Alfred Travers

Guion: Alfred Travers, Stephen Clarkson, Vivienne Adès (Historia original: Renalt Capes)

Música: Stanley Black

Fotografía: James Wilson (B&W)

Reparto: Herbert Lom, Phyllis Dixey, Terence de Marney, Ronald Frankau, Abraham Sofaer, Eugene Deckers, Ernst Ulman, Ben Williams, Clarence Wright, Beryl Measor, Eric Mason, Harold Berens, Griffiths Moss, Sebastian Cabot, Leonard Sharp.

  

Mis sesiones de cine sobre la cinta de correr me están permitiendo descubrir un mundo de películas, directores e intérpretes que permitirían escribir «otra» Historia del Cine, como si fuera el doble de la oficial llena de grandes directores, extraordinarias películas y actores y actrices rutilantes. Pongamos por caso la presente,  Doble coartada,  de un director que para la Wikipedia solo merece, acaso por la ausencia de los seguidores que nunca tuvo o que son perezosos, a la hora de rendirle tributo, esta línea: «Alfred Travers (born 1906, date of death unknown) is a Turkish-born British screenwriter and film director». No debió de ser un don nadie en su tiempo, desde luego, e incluso firmó un musical Meet the Navy y una comedia «irlandesa», The strangers came, además de una película/documental sobre la ópera Don Giovanni. En cualquier caso, mis pesquisas han resultado inútiles, y me temo que habría de orientarlas hacia las enciclopedias británicas dedicadas al cine para sacar algo más en claro de este artesano que, al menos por esta Doble coartada, sabía perfectamente qué se traía entre manos a la hora de rodar una película. La aparición, incluso, de Herbert Lom, un actor usualmente secundario, como en la serie de películas de La pantera rosa, después de la inicial, por ejemplo, pero que aquí tiene un papel protagonista absoluto y por duplicado, es todo un aval del propio director.

La historia tiene un comienzo inquietante, porque el director de un circo le pide a su agente de publicidad que disfrace de payasos a los anunciantes deambulantes del mismo para disimular que son poco menos que la «escoria» de la sociedad, verdaderos «cadáveres andantes» lega a decir, aunque se disculpa enseguida. Cuando entra en el carromato, ve a uno de ellos pintándose, y la cara le suena, pero no se acuerda de qué, hasta que cae: dos gemelos idénticos que tenían un número de acróbatas en ese mismo circo hacía algunos años, como estrellas indiscutibles. Tomando como pie que el director nunca pudo distinguir a uno de otro, se inicia un flash back en que se nos cuenta la historia de los hermanos y de cómo, tras haber comprado un décimo mientras actuaban en Francia, son contratados para trabajar en Inglaterra, donde «no» reciben la comunicación oficial de que su décimo ha sido agraciado con un millón de francos, porque la comunicación ha caído en manos del jefe de prensa del circo, quien, desde ese momento, con la complicidad de su pareja, vendedora de bebidas en el propio circo, hará todo lo posible para que no lo cobren nunca, y sí él, quien dispone de la carta que preceptivamente se ha de presentar, junto con el décimo, para cobrar el dinero.

Como la vida de los acróbatas gemelos se basa en la práctica constante y en la dedicación plena a su espectáculo, uno de ellos resulta muy accesible a los halagos de la vampiresa de turno que ha de ligárselo para poder acceder al billete de lotería. Y a partir de ahí ya está servido el futuro enfrentamiento entre los hermanos, la «caída» de uno de ellos en la red viscosa de la promesa de amor eterno y, finalmente, el camino de la perdición en que, por los celos y el engaño, caen ambos.

El mundo de circo ha sido espacio privilegiado para el cine, y la aparición de este no ha acabado con él, aunque sí en su forma primitiva de mundo de barracones de feria y de bestias «feroces»; pero como escenario de pasiones siempre se ha mostrado como un decorado fantástico. En este caso, sin embargo, como la acción transcurre fuera de la pista, son relativamente pocas las escenas propiamente circenses, de trapecio, lo cual le da a la trama psicológica la importancia que merece y cuyo desarrollo permitirá incluso que la película derive hacia las películas «judiciales», lo que permite mezclar dos géneros en uno solo y potenciar el interés de la trama, porque el hecho de tener como protagonistas de los hechos a dos hermanos gemelos idénticos complica la situación de tal modo que siempre nos queda la sospecha de si se ha hecho o no justicia, por ejemplo.

La película es deudora evidente de Varieté, de Ewald André Dupont,  aunque un escalón por debajo, eso me parece evidente, lo cual, sin embargo,  no le quita ningún mérito, ni al espectador el mismo placer con que puede verla. Al fin y al cabo, la actuación doble de Herbert Lom tiene mucho mérito y es capaz en todo momento de marcar las diferencias psicológicas entre los hermanos: el ahorrador que mira al futuro, y el hedonista que ha sucumbido al placer del presente. Se advierte que hay menor presupuesto y, en cierto modo, menos atrevimiento en la iluminación y en las tomas, pero la historia tiene una extraordinaria fluidez que nos conduce paso a paso hacia el umbral mismo de la tragedia.

Cuando vea alguna otra de Travers, veremos hasta dónde llega su reputación definitiva. De momento, esta es una excelente carta de presentación.

 

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