Una interesante película rodada en buena parte en el interior de la Tate Gallery.
Título original: The Fake
Año: 1953
Duración: 80 min.
País: Reino Unido
Dirección: Godfrey Grayson
Guion: Patrick Kirwan, Bridget Boland (Historia original: James Daplyn)
Fotografía: Cedric Williams (B&W)
Reparto: Dennis O'Keefe, Coleen Gray, Hugh Williams, Guy Middleton, John
Laurie, Gerald Case, Seymour Green, Eliot Makeham, Stanley Van Beers, Ellen
Pollock, Morris Sweden, Dora Bryan, Arnold Bell, Philip Ray, Michael Ward,
Leslie Phillips, Billie Whitelaw, Clifford Buckton, Marianne Noelle, Joe
Wadham, Beatrice Kane.
Me asomo a este Ojo un
momento para recordar la existencia de estas películas británicas en las que la
aparición de estrellas menores usamericanas, como Lloyd Bridges en The
limping man, de Cy Endfield o Coleen Gray, a quien vemos, con gusto, de
forma repetida, pues la vi hace nada en El beso de la muerte, de
Hathaway, le conceden un parentesco
efectivo con el potentísimo cine negro usamericano de los años 40 y 50, si bien
en el caso del cine británico asumimos esa suerte de cuota especifica de la
idiosincrasia inglesa que tan excelentes películas y directores nos ha deparado.
Como Denis O’Keefe
es el protagonista se esta cinta y quien corre con el peso de la historia, se
diluye en parte ese efecto británico, que queda reducido al rapapolvo que
recibe el protagonista cuando un sospechoso aparece ahorcado y él sospecha que
asesinado: En este país esperamos que los ciudadanos colaboren con su policía,
le dice el inspector de Scotland Yard al detective encargado de vigilar un
cuadro de Da Vinci cedido en préstamos a la Tate Gallery, después de que otros
dos cuadros del autor hayan sido robados.
Hace menos de
quince días que critiqué en este Ojo la película Crack-up, de
Irving Reis, con la que la presente comparte temática, aunque desarrollen sus
historias de muy diferente manera. El mundo del arte y de las falsificaciones
ha recibido bastante atención por parte del cine, y el título de la presente
nos recuerda el famoso documental de Wells F de falso (F for Fake),
sobre el extraordinario copista Elmyr de Hory, algunas de cuyas imitaciones, según
él, son copias que pasan por auténticas en no pocos museos. En la inauguración
de la exposición, una de las empleadas de la Tate, desciende a los sótanos del
edificio y busca una puerta de servicio por la que introduce a un viejo en
dicha celebración, no sin que al «eficaz» detective le pase por alto la maniobra.
Al final, su chasco se deriva de que es el padre de la protagonista quien ha entrado
con ella, y que el tal es un excelente pintor pero sin reconocimiento alguno.
Como pasa en estas películas, y le pasaría a cualquiera con Coleen Gray, el
detective se siente intensamente atraído por la joven y decide cortejarla,
aunque aún ignora que el padre está envuelto en la trama de las
falsificaciones.
Uno de los
principales méritos de la película es haber recibido el permiso singularísimo
para rodar muchas secuencias de la película en el interior de la Tate Gallery,
lo cual contribuye notablemente a la veracidad de la historia, además de
permitirnos seguir la acción en unos interiores que llaman la atención, sobre
todo cuando se produce la persecución de quien ha sustraído el cuadro de Da
Vinci y ha dejado una copia en su lugar. Ese recorrido por las salas sin gente,
en penumbra, con la salida a los tejados desde donde el ladrón se descuelga
hasta la calle tienen una potencia visual notabilísima, y se relacionan
íntimamente con las técnicas clásicas del género negro.
En su cortejo,
el detective le encarga al padre, que siempre parece ir necesitado de dinero,
un cuadro de su hija, lo que facilita su entrada en la casa y tener una cena
privada con ella, pues el padre sale a la calle con un vulgar pretexto. Antes,
por supuesto, ella le ha puesto las cosas difíciles, y todo se complicará más
cuando ella crea que la corteja solo para poder investigar la desaparición de
los cuadros. La aparición del padre ahorcado complica enormemente la situación
y quiebra la relación entre la hija y el detective, quien ha de enfrentarse a
los responsables del museo por la sustracción del Da Vinci que él había de
vigilar.
Denis O’Keefe,
aunque algo envarado, da perfectamente el papel de detective «paleto» que no
entiende nada de arte, ni le interesa, pero ello le permite recibir distendidas
lecciones de la hija del pintor, en el
sofá, en lo que parece un imparable progreso de su relación, hasta la aparición
efectista del cadáver del padre. La visita a un albergue de gente sin recursos
y sin techo, donde buscan a un pintor callejero que conoce al padre, forma
parte de esas escenas sociales en que se muestra el otro lado del sistema, la
cara desfavorecida de quienes se quedan atrás en la lucha por la vida.
La película,
insisto, no es una maravilla, pero la puesta en escena, a la que se suma haber
escogido la suite de Mussorgsky, Cuadros de una exposición, como banda
sonora, le da un cierto empaque que se acrecienta en el magnífico desenlace de
la película, aun a pesar de que sea muy parecido al de Crack-up. Lo
cierto es que quien decida verla, pasará un buen rato.
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