Una parábola
sobre la necesidad primordial del cuidado de la prole para evitar la extinción de
la especie tras el apocalipsis del planeta.
Título original: I Am Mother
Año: 2019
Duración: 114 min.
País: Australia
Dirección: Grant Sputore
Guion: Michael Lloyd Green
Música: Dan Luscombe, Antony
Partos
Fotografía: Steve Annis
Reparto: Clara Rugaard, Hilary Swank, Luke Hawker, Tahlia Sturzaker,
Jacob Nolan, Summer Lenton, Hazel Sandery, Maddie Lenton.
Tras un corto, Legacy, y
dirigir una serie de cuatro episodios, Castaway, Grant Sputore debuta en
el largometraje con una historia futurista llena de sugerencias, recuerdos y propuestas
que a buen seguro van a desconcertar a muchos espectadores, quien esto escribe
incluido. No tiene una trama enrevesada, pero se necesita estar muy atento para
que las frases que, dichas un poco casi como de paso, y que sirven para
descifrar las entrañas de la trama, no nos pasen desapercibidas. Reconozco
humildemente que un extremo de la película solo he podido aclararla a través de
la crítica que le hizo el chileno J. Páez en FilmAffinity.
La acción se
inicia en lo que tiene toda la pinta de ser una estación espacial. En ella, un
robot selecciona un embrión humano de los muchos que guarda congelados y activa
el proceso de su desarrollo. «Nace» una niña y el robot, de voz dulcísima, la
acompaña en su crecimiento hasta que llega a la mayoría de edad, siguiendo,
siempre, todas las indicaciones del robot a quien llama «madre» con auténtico
cariño, porque «cuida» de ella con una solicitud y esmero indesmayables. La
comunicación entre ambas es cariñosa y leal.
Como un aviso
que nos habla de la relación de la estación espacial con el exterior, un día la
joven descubre un ratón, el único ser vivo, junto con ella, de la estación. Por
motivos higiénicos, sin embargo, su madre se lo quita y lo incinera, lo que
contraría notablemente a la muchacha. La joven tiene grabaciones del mundo que
parece haberse extinguido, y del que solo ella es, ahora, la única
representante en un mundo de robots que la cuidan y que proveen a sus
necesidades. En ese momento en que la joven comienza a asumir una mayor autonomía
y a cuestionar, de modo anecdótico, las decisiones de su madre robótica,
irrumpe en escena, desde el exterior, una mujer, herida en una pierna, que
desconcierto por completo a la joven, quien estaba convencida de que no existían
seres humanos como ella. A partir de ese momento, se genera una tensión entre «las
tres» llena de misterios profundos que desconciertan a la joven, quien, lógicamente,
se ve en la tesitura de acercarse bien a su madre cibernética, bien a su «semejante».
En ese momento los espectadores descubrimos lo que no se nos ocultaba: que el
robot materno es, así mismo, una poderosa arma letal, capaz de todo para evitar
que le «roben» la cría. En medio de esa
tensión, la madre-robot decide iniciar a su hija en el descongelamiento y
gestación de un «hermano» escogido entre los embriones congelados, un proceso
que cumplen a la perfección, mientras la «intrusa» se recupera en la enfermería
de la herida de bala que, según la madre-robot, se ha infligido ella misma,
para acabar de confundir del todo a su hija.
Pasada la hora
larga de acción en la plataforma, que recuerda mucho la nave de Alien,
aunque, en este caso, sea la joven lo «extraño» en ese mundo cibernético, la
mujer logra convencer a la chica para que se escapen juntas, previa amenaza a
la madre-robot de degollar a la hija si se lo impide. El mundo exterior, con
una tierra de ceniza, plantaciones de maíz en la que se refugian cuando son
perseguidas por una aeronave de la estación, la visión del mar con un buque
enorme partido en dos y varado en la playa, son señales inequívocas del
cataclismo que debe de haber acabado con la vida humana en el planeta. La mujer
lleva a la joven al contenedor donde ha instalado su casa y sobrevive como
puede, aunque, para desengaño de la joven, no hay ni rastro de otros seres
humanos con los que poder socializar o compartir una aventura de vida: solo están
ellas dos frente a la organización de la plataforma, con la que todo parece
indicar que la mujer tiene alguna «cuenta pendiente».
A partir de
aquí, está claro que nos acercamos a la parte final de la trama, en la que la
joven, muy espabilada, irá haciendo los descubrimientos pertinentes que le
ponen en antecedentes de lo que ha pasado, de lo que está pasando y de lo que
va a pasar si… Y ahora sí que he de enmudecer, antes de que me aborrezcan para
siempre.
La jovencísima
actriz que lleva todo el peso de la película, Clara Ruggard, es un acierto pleno,
porque no solo aguanta perfectamente el pulso con una actriz tan experimentada
como Hillary Swank, sino que incluso acaba imponiéndose en ese duelo, si
juzgamos por la amplia gama de sentimientos que es capaz de expresar en esa tensión
que la sitúa entre la lealtad a su madre y la lealtad a su congénere.
Me temo que
esta suerte de celebración de la «maternidad» no acabe de ser del agrado de
algunas corrientes feministas, pero sí de otras pioneras como la condesa de
Campo Alange, por ejemplo, para quien la maternidad es el signo distintivo por excelencia
de la mujer. Lo que está claro es que en un escenario apocalíptico como en el
que se sitúa la acción la maternidad es la única clave para la recuperación de
la especie, un proyecto del que las tres figuras, el robot maternal, la mujer y
la joven forma parte.
La puesta en
escena de la película es muy meritoria, y la desolación de los exteriores, con
el buque varado en la playa, que recuerda, en parte, a El planeta de los
simios, magnífica. Por fuerza, la escasez de personajes puede parecerles un
hándicap a algunos espectadores, pero, a mi entender, la trama discurre
siguiendo unas pautas muy precisas en la que los motivos dinámicos aparecen a
tiempo para evitar esa posible sensación de claustrofobia, una sensación que, a
larga, operará en sentido contrario del que los espectadores se imaginan…, pero
que ellos lo descubran.
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