jueves, 29 de abril de 2021

«El fantasma invisible», «Mi nombre es Julia Ross» y «Terror en una ciudad de Texas» de Josep H. Lewis, la grandeza de la serie B con mayúscula.

Tres títulos escogidos al azar del verdadero maestro de la serie que nos enseñó a ver Bien el cine en las dobles sesiones de barrio: Joseph H. Lewis, director de directores…

 


Título original: Invisible Ghost

Año: 1941

Duración: 64 min.

País:  Estados Unidos

Dirección: Joseph H. Lewis

Guion: Al Martin, Helen Martin

Música: Johnny Lange, Lew Porter

Fotografía: Harvey Gould, Marcel Le Picard

Reparto: Bela Lugosi, Polly Ann Young, John McGuire, Clarence Muse, Terry Walker, Betty Compson, Ernie Adams.

 







Título original: My Name Is Julia Ross

Año: 1945

Duración: 65 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Joseph H. Lewis

Guion: Muriel Roy Bolton . Novela: Anthony Gilbert

Música: Mischa Bakaleinikoff

Fotografía: Burnett Guffey

Reparto: Nina Foch, Dame May Whitty, George Macready, Roland Varno, Anita Bolster, Doris Lloyd, Joy Harington, Leyland Hodgson, Olaf Hytten, Marilyn Johnson, Queenie Leonard, Charles McNaughton, Harry Hays Morgan.

 







Título original: Terror in a Texas Town

Año: 1958

Duración: 80 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Joseph H. Lewis

Guion: Dalton Trumbo, Ben Perry

Música: Gerald Fried

Fotografía: Ray Rennahan (B&W)

Reparto: Sterling Hayden, Sebastian Cabot, Carol Kelly, Eugene Martin, Nedrick Young, Victor Millan, Frank Ferguson, Marilee Earle.

 

         


De la cinta de correr, donde me quedé a seis minutos de acabar la más que interesante Mi nombre es Julia Ross a mi mesa de trabajo donde he visto seguidas, una tan barata como curiosa producción con una vieja gloria del cine de terror, Bela Lugosi, El fantasma invisible, y una auténtica rareza, creo que muy poco vista, con guion de Dalton Trumbo y actuación estelar de Sterling Hayden, actor fetiche de los mejores directores imaginables: Kubrick, Huston, Nicholas Ray, Coppola, Robert Wise, Mankiewicz,  Terror en una ciudad de Texas, me he dado un buen atracón de un director de quien ya había visto dos con enorme placer cinéfilo, El demonio de las armas y Agente especial, dos auténticos clÁsicos (sic, sí, de serie muy A) del cine negro.

         El fantasma invisible narra un caso de trastorno mental transitorio por parte de un marido, Bela Lugosi, cuya mujer teóricamente ha muerto en un accidente, en compañía del hombre con quien lo engañaba, pero a quien él sigue rindiendo culto. Cuando él, usualmente en noche de tormenta presiente que se presenta su fantasma a quien ve a través de las ventanas de la casa, sin saber que ella realmente existe, que no ha muerto, y que está siendo ocultada y cuidada por el jardinero de la mansión, el hombre sufre un fiebre asesina que lo lleva a matar a quien primero se cruce en su camino. Del primer crimen, una doncella que servía en la casa, acusan al novio de la hija porque había mantenido una relación anterior con ella y el mayordomo negro de la casa, interpretado por Clarence Muse, uno de los grandes secundarios del cine usamericano y, en esta película, uno de sus mejores valores, le oye decir que no él no va  a permitir que ella, la criada, se interponga entre él y su novia. Suficiente para morir colgado. Luego llega el hermano gemelo, interesado en descubrir cómo ha sido posible que su hermano haya sido acusado y ejecutado, y su presencia servirá como catalizador para orientar las pesquisas hacia la actuación psiquiátrica, porque una bata usada por el amo de la casa incrimina al criado negro.  Más allá de ciertas inconsistencias del guion, lo maravilloso de esta cinta es la planificación de Lewis y el modo como consigue generar una tensión a través de planos como los de la mujer en el exterior de la casa, el trance del protagonista, Lugosi, que poco menos que se transforma en un prudente remedo de Nosferatu o el intento de asesinato de su propia hija del que lo «despierta» un rayo en la feroz noche de tormenta en que se siente «obligado» a matar a alguien. Ya digo, nadie se espere una película de mucha enjundia, pero le va a pasar como a mí, se la va a «tragar» de un tirón. Lewis se especializó, salvo las excepciones de rigor, en películas que iban de la hora a la hora y diez, un metraje especial para los programas dobles. Con poquísimos exteriores, hay que reconocer la extraordinaria habilidad de Lewis para conferir el dinamismo que tiene a esta película.

         Mi nombre es Julia Ross es una película de intriga, muy en la línea de situaciones muy parecidas a las de las películas de Hitchcock y a otras de temática parecida, de tortura psicológica, como Luz de gas, de George Cukor. El cuidado de la fotografía y la iluminación se advierten ya desde los títulos de crédito superpuestos a una mujer que camina de espaldas por una calle en una noche de lluvia, que lega a la pensión y, con la patrona arrodillada en el sueño, limpiando el suelo al fondo del pasillo, la cámara aún no ha descubierto el rostro de la mujer, hasta que recoge un sobre que es, en realidad, como le anticipa la patrona, una invitación de boda. Después  descubre en el periódico  una oferta de trabajo a la que va a escribir cuanto antes para probar suerte. La dueña de la agencia la recibe y le hace una breve entrevista en la que, sobre todo, se interesa por si tiene relaciones familiares o sentimentales que la «aten». Tras la entrevista con la señora para quien ha de trabajar y ser aceptada, llega a la pensión y descubre que su antigua pareja, quien iba a casarse, no lo ha hecho y ha vuelto a quedarse soltero y sin compromiso, aunque ella, recién aceptado el trabajo, le dice que se debe a él, aunque queda para que la recoja al día siguiente en lo que espera que sean sus horas libres. Cuando él llega a la casa se entera de que allí no vive nadie, como le informa un policía. El siguiente plano nos muestra a la protagonista en una casa sobre un acantilado, al lado del mar, en la cama, y siendo visitada por su marido, que la llama por el nombre de Marion, y la madre de este, solícita, que la intenta convencer de que ella es quien es, Marion, la esposa de su hijo, pero que ha sufrido un episodio traumático de amnesia. Prisionera, pues, de esos desconocidos, se inicia el tortuoso camino para la liberación de quien no tardará en saber que su rígida prisión la impide entrar en contacto con el exterior y avisar a la policía de su situación. No quiero arruinar el interés por lo que ocurre, porque esa es la tensión que alimenta la película, pero lo que es evidente es el peligro que corre su vida, porque está fuera de toda duda que su supuesto marido es un psicópata, como advierte en tres ocasiones en que él destripa un sofá con una navaja -su madre le va quitando todas las armas blancas y las guarda bajo llave en un cajón- o la intenta besar y lo abofetea, lo que provoca incluso un intento de asesinato que a muy duras penas  reprime… Mi nombre es Julia Ross, representada a la perfección, en toda la angustia de la situación, por Nina Foch, quien, después de aparecer en algunas películas muy famosas, como Los diez mandamientos, Un americano en París o Espartaco, derivó su carrera a la televisión y a la docencia teatral. El escenario, la mansión sobre el acantilado y a sus pies un mar amenazador que invita a que alguna tragedia suceda, así como los ingredientes de la historia no son en absoluto novedosos, ni siquiera la trampilla en la pared que la lleva a otra habitación en la que madre e hija charlan sobre cuál ha de ser su futuro…; pero Lewis tiene un don especial para crear la tensión narrativa, y de ello se beneficia enormemente la película, que se sigue con la angustia que la situación genera. Tengamos en cuenta que Lewis rodó no pocas películas ajustadas a la hora de duración y muy pocos minutos más, lo que exige una síntesis narrativa que te impide perderte en alambicamientos fuera de lugar.

         Esa capacidad sintética se manifiesta de forma ejemplar en la última película de estudio de su vida, Terror en una ciudad de Texas, una rareza poco conocida y que se abre con algo absolutamente inusual en el mundo del western: un duelo a muerte entre un pistolero y un arponero sueco, el primero con sus pistolas y el segundo con su enorme arpón ballenero, ¡lo nunca visto!, podría haberse anunciado, porque lo insólito de la situación se lleva la palma. En ese momento en que el arponero, con todo el pueblo detrás, se enfrenta al malvado pistolero, casi una caricatura del prototipo: todo de negro inmaculado, hasta el caballo, se inicia un flash back que nos cuenta la historia por sus pasos cronológicos contados. Así, sabemos que el rico del pueblo les está comprando a todos los habitantes del lugar sus tierras, y a quienes se niegan a vender, el pistolero los liquida sin contemplaciones y, a ser posible, sin testigos. En el caso del padre del protagonista, un Sterling Hayden que encarna a un rudo sueco con un defectuoso inglés que es una delicia de composición lingüística, el crimen ha sido contemplado por su vecino, un mejicano con dos niños y otro que está en camino, y al que, por esas desgracias de los guiones, nunca va a conocer. La estructura de la historia es tan simple y transparente como el didactismo filocomunista de su guionista, Dalton Trumbo, del pistolero encarnado por  Nedrick Young y, por supuesto, de su protagonista, Sterling Hayden, de quien Trumbó tomó los datos biográficos del personaje, porque, en efecto, Hayden fue marinero y dio, en calidad de tal, la vuelta al mundo. Sin duda ese componente biográfico, además de la caracterización mediante el vestuario adecuado, le aporta una verosimilitud al personaje que favorece mucho esta historia centrada alrededor del miedo individual frente al poderoso y de la necesidad de la unión de los damnificados para plantarle cara y no dejarse robar las tierras que les pertenecen y en las que, ese es el quid de todo, han descubierto petróleo. Siguiendo el modelo típico del western, el del héroe humillado que parece sucumbir ante la fuerza de los malvados, poco a poco, el “sueco” va sembrando entre los habitantes del pueblo la semilla de la solidaridad mediante la que cosechar el fruto de la unión sin la que cualquier esfuerzo será en vano, aunque el verdadero impulso para que crezca tan benéfica planta es el ejemplo individual de quien, como el sueco, está dispuesto a enfrentarse solo contra el pistolero y con un arma tan en apariencia ineficaz contra la rapidez deletérea de las balas. La emocionante historia de los vecinos de origen mejicano que acogen tan familiarmente al hijo de su vecino y amigo, completa la motivación vengativa del protagonista, quien, en cuanto descubre el asesinato del amigo de su padre, no duda ni un minuto en armarse con el arpón y salir a la búsqueda de su destino, sea cual sea. Y ahí he de dejarlo, por fuerza, si bien hay una trama complementaria, la de la mujer del pistolero, que se debate entre la lealtad a la única persona que la acepta, la incipiente vejez que le lastra las esperanzas y su indignación moral ante los asesinatos cometidos por el pistolero… Rodada en gran parte en exteriores, y con muy bajo presupuesto, como nos muestran esas escenas en un Hotel y Saloon literalmente vacíos, Lewis construye un relato con tintes heroicos que no excluye ciertas delicadeces de orden ético incluso en el pistolero; pero es mejor que se acerquen a esta breve obra de serie B con guionista, intérprete y Director de serie A, para tener su propia opinión. Lewis recordaba el rodaje, en aquellos duros años, como una contribución necesaria a la supervivencia de los afectados por la locura anticomunista que se instauró en Usamérica gracias al senador McCarythy, de infausta memoria. A título anecdótico, Marilee Earle, a quien vimos hace nada en la película de Jacques Tourneur, Los intimidadores, tiene aquí un brevísimo papel, nada comparable con el estelar, dentro de lo que cabe, de Carol Kelly, el único que tuvo en su discreta carrera. En fin, he querido ofrecer al curioso espectador que se pasea de vez en cuando por este Ojo cosmológico, una triple muestra poco conocida de un Director que va creciendo en interés para los cinéfilos a cada nueva generación. B de Excelente, as a matter of fact

        

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