Las miserias
de la cuna en quien subió a los palacios del arte: la ventana rota de la patria
chica…
Título original: El
ciudadano ilustre
Año: 2016
Duración: 118 min.
País: Argentina
Dirección: Mariano Cohn,
Gastón Duprat
Guion: Andrés Duprat
Música: Toni M. Mir
Fotografía: Mariano Cohn,
Gastón Duprat
Reparto: Óscar Martínez,
Dady Brieva, Andrea Frigerio, Belén Chavanne, Nora Navas, Iván Steinhardt,
Manuel Vicente, Marcelo D'Andrea, Gustavo Garzon, Emma Rivera.
La befa de las miserias
culturales y morales de las patrias chicas es ya casi un tópico en sí mismo, y
todos recordamos algunos nombramientos de “hijos ilustres” de tal o cual
localidad en que se rinde homenaje a la persona famosa que, de repente, deja de
ser quien individualmente es para convertirse en algo así como el apóstol que
lleva por el mundo todo la buena nueva de la localidad donde nació, «poniéndola
—como ahora se dice, con no poco énfasis chovinista— en el mundo». Ese
malentendido entre la cuna y los palacios a los que sube el homenajeado está en
la base de esta película muy ácida, terriblemente cáustica, que nos sitúa ante
la vuelta del hijo pródigo, ahora nada menos que Premio Nobel, a su pueblo
natal, la imaginaria Salas argentina donde un alcalde voluntarioso que, como
todos, busca la medalla que le permita distinguirse para la próxima elección.
Que ese Nobel esté encarnado por Óscar Martínez,
cuya presencia y dicción son un modelo de bien hacer, hace presagiar al
espectador algo de lo que está por llegar, después de haberse dibujado convenientemente
en los primeros compases de la película una personalidad caprichosa, distante,
iconoclasta y antisocial. Cuando, de entre todas las propuestas que recibe el
flamante premio Nobel, este escoge la invitación de la municipalidad de su
pueblo para que acepte el título meramente honorífico de “Ciudadano ilustre de
Salas” y vemos que se le dibuja en la sonrisa y la mirada una suerte de extraña
ensoñación evocadora, los espectadores nos preguntamos qué trama o cuáles son
las razones para que, frente a los laureles de la fama y el reconocimiento de
todo el mundo, escoja viajar a ese territorio austral de la Argentina y volver,
no sabemos si con nostalgia o con ánimo vengativo al territorio donde vivió
hasta que a los veinte años huyó de él para no salir de él nunca más, porque su
mundo literario se ha construido sobre la evocación de dicho lugar y las
historias que en él conoció, de lo que se derivarán algunos de los malentendidos
que permitirán trazar un retrato de la patria chica a medio camino entre los
cuadros de Solana y el pueblo de Bienvenido Mr. Marshall.
Estamos ante una película de personajes,
pero también de ambientes y de espacio, y, sobre todo, ante el choque entre la
realidad recordada o creada a partir del recuerdo y el presente con toda su
crudeza y sus limitaciones, amén de las miserias e incluso las amenazas que
puede vivir alguien que literalmente «cae» casi por arte de birlibirloque en
esa realidad municipal y espesa en la que un guion perfectamente urdido va a sorprendernos
gratamente casi a cada paso de a los que se compromete el escritor, una vez
aceptado el título de “Ciudadano ilustre” y el apretado y casi surrealista «programa
de actos» organizado por el alcalde, como si de un programa de festejos de la
fiesta del pueblo se tratara. No es difícil, como decía al principio, que a uno
se le crucen las imágenes de Sarita Montiel en Campo de Criptana, por ejemplo,
para darnos cuenta de lo que era, como en Plácido, de Berlanga, la
llegada de «las artistas» a una localidad minúscula y el revuelo que ello
conllevaba.
Película de contrastes, pues, que enfrenta
a un escritor con una realidad de Salas que nada tiene que ver con lo que él ha
novelado a lo largo de cuarenta años de vida lejos de esa pequeña localidad. Y
pequeña es adjetivo que oculta el enorme tamaño de las miserias, ingenuidades y
salvajismos propios de un lugar al que llegar desde el aeropuerto se convierte,
ya, en una aventura, porque el «taxista» al que envían a recibirlo, una excelente
muestra de lo que le espera al bienintencionado, ¡o no!, escritor laureado,
sufre un pinchazo y no tiene rueda de recambio para cambiarla, por lo que han
de hacer noche en el auto en un «atajo» hasta que a la mañana siguiente,
alarmados por su tardanza, vengan a buscarlos desde el pueblo.
Como es una película coral, no tiene
sentido desmenuzar cada una de las relaciones que se establecen en la película,
pero todas ellas conforman un «fresco» de la decadencia argentina, por un lado —buena
parte de los recuerdos del Nobel son,
literalmente, ruinas—, y de la dificultad de la cultura para redimir a nadie en
un rincón apartado en el que las exigencias del cultivo de la tierra y otros
menesteres muy «apegados» a la tierra, a lo esencial de la supervivencia,
construyen una mentalidad muy distinta de la perfilada por una educación
exquisita, aunque en el pueblo también tienen sus artistas, como el concurso de
pintura, del que el Nobel ha de ser jurado, da a entender, y que es uno de los
tramos más divertidos de la historia, aunque la principal complicación vendrá
por la vertiente sentimental que supone el recuerdo de quien era su novia,
antes de irse, ahora casada con un condiscípulo escolar, una parte de la
historia que concentro los momentos más duros, amargos y ácidos del retrato
total del pueblo y sus habitantes. Es cierto que hay un leve desnivel en el guion
en el encuentro de los dos pretéritos novios, pero enseguida la aparición de la
hija se encarga de ubicarlo en la senda correcta de la sátira demoledora. Y
poco más se puede decir, sin destripar el placer de todos esos pequeños
detalles que van literalmente «asaltando» a la gloria local que ha tenido a
bien «aparecer» entre ellos, trayéndoles el protagonista de unas noticias que
solo se ven en los telediarios.
La interpretación de Óscar Martínez, de
quien he visto muchas actuaciones impecables, la última fue El cuento de las
comadrejas, de Juan José Campanella, es literalmente perfecta, lo cual no
quiere decir que esta película describa el enfrentamiento entre un «héroe» y el
pueblo donde nació, sino la compleja relación del escritor con la memoria y,
sobre todo, con la vida auténtica. Y ya sabemos que «auténtico», en nuestros días,
tiene tanto de elogio como de censura…
En cualquier caso, y sobre todo para los
amantes, como yo lo soy, del español argentino, esta es una oportunidad para
disfrutar de él inmejorable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario