Título original: Dodsworth
Año: 1936
Duración: 96 min.
País: Estados Unidos
Dirección William Wyler
Guion: Sidney Howard. Novela: Sinclair Lewis
Música: Alfred Newman
Fotografía: Rudolph Maté
(B&W)
Reparto: Walter Huston, Ruth Chatterton, Mary Astor, David Niven, Paul
Lukas, John Payne, Maria Ouspenskaya, Spring Byington.
Título original: The
Desperate Hours
Año: 1955
Duración: 112 min.
País: Estados Unidos
Dirección: William Wyler
Guion: Joseph Hayes. Obra:
Joseph Hayes
Música: Gail Kubik
Fotografía: Lee Garmes
(B&W)
Reparto: Humphrey Bogart, Fredric March, Arthur Kennedy, Martha Scott,
Dewey Martin, Gig Young, Mary Murphy, Robert Middleton, Alan Reed, Bert Freed,
Ray Collins, Whit Bissell, Ray Teal.
Dos visiones
muy distintas del matrimonio en dos géneros incomparables: el melodrama
familiar íntimo y el thriller, pero con un solo director verdadero.
William Wyler tuvo que soportar en vida
que lo motejaran de excelente artesano, not to be confused… con los «artistas»
del oficio tan reconocidos como Welles, Dreyer, Bergman o Ford, aunque a este
último no fueron pocos los que le pusieron todas las pegas del mundo para
sumarlo al club elitista que habita muchos escalones por encima de los «artesanos»,
si bien con estos se podría hacer el juego de palabras del «arte sano» con que
han regalado siempre los ojos de los espectadores, quienes, desde esa perspectiva,
han gozado de películas tan exquisitas y perfectas como las que se les
atribuyen a los miembros del amplio club de «artistas» con un sello inconfundible. Wyler empezó en el
cine mudo y se adaptó a la perfección a cada nueva innovación en ese mundo
cambiante del cine: el hablado, el color, la panavisión…, y sin especializarse
en ningún género, sino imprimiendo su personalidad en todos ellos, porque rodo
de todo y con la misma aspiración: lograr la película perfecta. Hoy traigo a
este Ojo dos muestras de su talento narrativo y para la puesta en escena, dos
películas muy distintas en las que, sin embargo, se observa un tratamiento de
la familia diferente: crítico hasta la negación de la misma en un caso;
entusiasta hasta la loa exaltada, en el otro. Había visto con antelación la
primera, El desengaño; pero no había visto Horas desesperadas, que me ha
dejado una muy grata impresión, quizás porque ver el duelo interpretativo entre
dos grandes de la escena en sus postrimerías, como Fredric March y Humphrey
Bogart, siempre es motivo de profunda satisfacción para un buen aficionado al
séptimo arte. Esta película, además, es
de las primeras que explota la situación de los intrusos que toman como rehenes
a una familia en su propia casa y cuya versión más dramática, entre la ficción
y el documental, fueron los hechos que dieron pie al rodaje de A sangre fría,
de Richard Brooks, un clásico indiscutible.
Desengaño, rodada casi toda ella
en interiores muy estilizados, es una película que describe los altibajos de un
matrimonio en el que la mujer, que ha aguantado a su marido en el pequeño
pueblo donde viven hasta que se retirara, para después iniciar una vida de
viajes y placeres, se niega a aceptar la edad que tiene y, dada la diferencia
de edad con su marido, cree que aún es una moza capaz de atraer a los
pretendientes, al margen de su sólida cuenta bancaria. El marido, espontáneo y
curioso, amante de la tranquilidad y la informalidad, en modo alguno puede
seguir el ritmo frívolo de su mujer, quien, a lo largo del periplo europeo de
la pareja, va cambiando de pretendientes en el barco e Inglaterra, Francia y
Austria. Finalmente, el marido volverá a casa, pero sin ella, quien permanece
en Europa para disfrutar de esa segunda juventud que en modo alguno lo es,
aunque ella no quiera reconocerlo. Aparece otra mujer con quien el marido se
comunica a la perfección, una madura Mary Astor a quien acabo de ver, en su
digna vejez, en Un beso antes de morir, de Gerd Oswald. Con un divorcio
pendiente, ambos esposos hacen su vida por su cuenta, momento en el que el
marido recala en Nápoles y se encuentra con la serena mujer con quien tan
fácilmente conectó en el barco, antes de desembarcar en Inglaterra. Es a la
mujer a quien una proposición de matrimonio con un noble austríaco no se
resuelve a su gusto y acaba en una separación ni deseada ni esperada, y ahí sí
que se enfrentan dos mundos nítidamente opuestos en aquellos años: la vieja Europa
aristocrática y la joven Usamérica emprendedora, aunque el matrimonio
pertenezca a la alta burguesía. Estamos ante una película de corte psicológico que
enfrenta dos personalidades muy diferentes, la llana y entusiasta del marido
frente a la frívola y narcisista de la esposa, cuya elegancia y exquisitez
contrastan poderosamente con unos andares que parecen copia exacta de los
de Mae West. El ambiente relativamente
lujoso de los hoteles europeos no debe condicionar nuestra visión de la película,
porque lo fundamental es el análisis de una relación que se había fundamentado,
sobre todo, en la ausencia del marido merced a su dedicación laboral, de tal
modo que cuando ambos pueden compartir su tiempo lo que se revela es lo lejos
que están el uno del otro, lo desconocidos que son el uno para la otra y
viceversa. A partir de entonces, pues, se otea en el horizonte un drama
inevitable. Y así sucede, pero cómo sucede, de acuerdo con los inescrutables
caminos del azar, es algo que tendrán que descubrir los espectadores. Recuerden,
Walter Huston, el padre del cineasta John Huston, es el esposo que no acaba de
comprender la súbita trivialidad de su mujer, un actor de la vieja escuela que
llenaba la pantalla con un modo de actuar absolutamente prodigioso por
espontáneo, poco menos que como nuestro insigne Pepe Isbert. Es un placer
descubrírselo a las nuevas generaciones, sin duda.
Horas desesperadas puede
considerarse una película de corte policiaco que, dada la tardía intervención
de la policía, se acerca al thriller, porque el padre de la familia que ha sido
secuestrada por tres convictos huidos de la prisión ha de ingeniárselas para
tratar de evitar el desastre que los tres hombres, en su desesperación, pueden
causar. En la medida en que hay un escenario casi único, la casa, los planos
del director, gracias a la ubicación de la cámara, son los que van a crear el
ritmo narrativo, de ahí la multiplicidad constante de los mismos, de modo que
no queda rincón de la casa desde la que se vea cuanto ocurre en ella. Hay buna
acción exterior, por supuesto, porque los fugados esperan el envío de dinero
para poder hacer frente a los gastos de la huida. Los tres fugados, dos
hermanos y un forzudo bobalicón pero despiadado, no son precisamente la
concordia personificada, y parte de sus problemas radica en la desconfianza que
hay entre los tres. La presencia de un hijo pequeño y una hija mayor, con un
novio que teme por ella y por ser aceptado en la casa en su condición de tal,
van a suponer un aliciente para añadir dramaticidad al desarrollo, porque, poco
a poco, van surgiendo inconvenientes, problemas, y decisión es arriesgadas
sobre la marcha como el asesinato del recogedor de basura que, al abrir el
garaje para recoger los periódicos viejos, descubre el coche de los fugados.
Una vez que la policía toma cartas en el asunto, el cerco se va estrechando y el
final de los acontecimientos supone un calculado crescendo que tiene,
eso sí que se intuye desde el principio, un final feliz y familiar, porque el
secuestro ha puesto a prueba los vínculos que los unen a todos entre sí, el
niño incluido, porque la fe en su padre se debilita hasta desaparecer cuando
advierte que su padre es no es capaz de plantar cara y derrotar «a los malos»
para liberarlos de la amenaza. Como se advierte, pues, son varas líneas argumentales
las que, tomando como pretexto el secuestro, se desarrollan ante los ojos de
los espectadores. De más está decir que tanto en El desengaño como en
esta, los directores de fotografía contribuyen poderosamente al brillante resultado
final de las películas: Rudolph Maté en aquella y Lee Garmes en esta, dos pesos
pesados de la dirección fotográfica, sin duda. Por el lado de la interpretación,
sobresalen March y Bogart, pero sin el auxilio de todos los secundarios que
bordan sus papeles y saben transmitir el grado exacto de ansiedad, de terror,
de desesperación e incluso de amor, difícilmente Horas desesperadas tendría
el valor que tiene. No olvidemos que, con el pretexto de los fugados, hay un
planteamiento incipiente de lucha de clases entre los residentes, relativamente
modestos, y los don nadie sin oficio ni beneficio que ocupan el hogar soñado
por la clase media usamericana.
Dos películas antiguas, de esas que
ahuyentan a la juventud, pero con una solidez argumental y técnica que contribuyen
mucho a la educación de la sensibilidad cinematográfica de los espectadores.
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