viernes, 31 de diciembre de 2021

«Man on a Tightrope » («Un hombre en la cuerda floja»), de Elia Kazan

Una película tan romántica como política.

 

Título original: Man on a Tightrope

Año: 1953

Duración: 105 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Elia Kazan

Guion: Robert E. Sherwood. Novela: Neil Paterson

Música: Franz Waxman

Fotografía: Georg Krause (B&W)

Reparto: Fredric March, Gloria Grahame, Terry Moore, Cameron Mitchell, Adolphe Menjou, Richard Boone, Robert Beatty.

 

         Me he negado a usar el título en español, Fugitivos del terror rojo, porque tiene tal tufo a cine de propaganda barata que bien podría hacer desistir de ver esta curiosa película a cuantos, más allá de la dosis de cine político que en sí es la película, puedan apreciar las buenas maneras de Elia Kazan tras la cámara, aunque su nombre esté ya avalado por algunos  títulos fundamentales de la Historia del Cine. Esta en particular no la conocía, pero tampoco conocía El malabarista, de Edward Dmytryk, un director por el que siento debilidad, y que también estuvo acusado en los tiempos del macartismo, y me sorprendió su capacidad para hablarnos de los efectos del nazismo en un personaje que se ha quedado con el alma a la intemperie, sin asidero ninguno que le permita seguir viviendo, con una estupenda interpretación de Kirk Douglas. Se trata de un judío repatriado a Israel y que huye del campo de refugiados donde lo albergan hasta integrarlo en una realidad cuyos controles sobre las personas tienen un carácter policial que al traumatizado malabarista lo tienen confundido, como si no se hubiera librado aún de los nazis.

         El mundo del circo es casi un subgénero en el cine, pero, en este caso, Kazan lleva a la pantalla una historia real, lo cual, para un espectador ignorante de la historia del circo en Europa, poco a nada le dice que se trate del circo Brumbach y, en consecuencia, puede sentarse ante la película sin ninguna información que condicione el seguimiento de una historia que nos llega muy de cerca porque el ansia de libertad siempre tendrá más simpatías de los espectadores que un régimen policial que solo trata de asegurar el sometimiento de los ciudadanos a las consignas  y las disposiciones —no malgastemos el concepto de «ideales» para ese ejercicio social totalitario— del régimen gobernante, alineado con una Unión Soviética experta en totalitarismo varios.

         Kazan convierte el exitoso circo Brumbach en un viejo circo casi de segunda, un circo itinerante al estilo de la compañía teatral que llevó Fernán Gómez a la pantalla en Viaje a ninguna parte, lo que le confiere a la película un mayor romanticismo y un punto más de nobleza y amor a la libertad, porque, frente a la obligación de convertirse en un circo de vulgar agitprop, voceando consignas comunistas marcadas por el Régimen, escogen, aun a riesgo de sus vidas, el desafío de atravesar la frontera y refugiarse en la Alemania ya liberada del nazismo por los Aliados, para lo cual trazan un plan que necesitará no solo de su valentía, sino también de sus habilidades circenses.

         La película, en un blanco y negro turbio, de obra antigua y pobre de medios, pero rica en imaginación, ofrece varias líneas narrativas que acabarán potenciando el desafío final. El romance entre la hija del circo, un exquisito Fredric March, convincente como nadie, sobre todo en sus últimos papeles en el cine, y un trabajador de quien nadie sabe nada, y de quien se sospecha lo peor; el matrimonio roto del director con una mujer más joven y ardiente, Gloria Grahame, en esos papeles de mujer voluptuosa e infiel que bordaba, y la relación con las autoridades, que para continuar validando su permiso de trabajo y tránsito le exigen que se convierta en altavoz de los «valores» del Régimen, constituyen desarrollos argumentales que se supeditan a una puesta en escena clásica, con una estimulante descripción de los entresijos de la vida del circo, algunos números relevantes y esa sensación extraña que deja en el espectador la contemplación de una nutrida familia trashumante que vive permanentemente en el camino, instalando aquí y allá la carpa de los sueños para chicos y grandes. Una vez que deciden poner fin a esa sumisión, descubren que hay entre ellos un traidor que informa a la policía de sus movimientos y de sus intenciones, alguien a quien solo se descubre cuando ya los planes para el intento de huida están muy avanzados.

         Kazan extrae del blanco y negro, de los primeros planos y de la puesta en escena una potencia estética formidable, de modo que la película adquiere una dimensión épica desde el compromiso del director con la defensa del verdadero espíritu del circo, lo que redunda, finalmente, en la realización de una película permeada por el sabor de las grandes películas que han sabido contar la hazaña del compromiso radical con la libertad y la denuncia sin componendas del totalitarismo.

         No se me escapa que el componente político de la película, reducido aquí a un nada sutil enfrentamiento entre el despotismo y la libertad del arte, por ínfimo que se haya considerado que ha sido siempre el del circo, no admite matices, lo cual le permite al director centrarse en la perfecta descripción de esas líneas narrativas que alimentan el desarrollo de la historia central. Y ahí hay ya hallazgos, como el adulterio de la mujer con el domador o el enfrentamiento del enano con otros artistas del circo, que derivan en secuencias espectaculares, poderosas. Destaca, en todo caso, la posición ambigua de un viejo policía, encarnado por Adolphe Menju con extraordinario patetismo, que se enfrenta a los jóvenes radicales extremistas, ¡estos sí que ignorantes de nada que no sean las estrictas órdenes recibidas!

         A muchos, siempre que no sean nostálgicos paleoizquierdistas de la Rusia soviética del genocida  Stalin, les va a sorprender esta película sobre cuya trayectoria pública lo ignoro todo. Para mí fue una sorpresa, pero, al cabo, muy grata. Otra cosa es una escena del matrimonio roto en la que él la golpea al estilo Hilda y ella, desde el suelo, ante el conato de arrepentimiento de él, le confiesa, convulsa de deseo,  que «tendría que haberlo hecho mucho antes»… En fin, ¡o tempora o mores…!

        

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario