Un poema religioso que, a los enamorados del Cántico espiritual, nos trae a la memoria la huida de la cárcel de Juan de la Cruz.
Título original: Un condamné
à mort s'est échappé ou Le vent souffle où il veut
Año: 1956
Duración: 99 min.
País: Francia
Dirección: Robert Bresson
Guion: Robert Bresson. Autobiografía:
André Devigny
Música: Wolfgang Amadeus
Mozart
Fotografía: Léonce-Henri
Burel (B&W)
Reparto: François Leterrier, Roland Monod,
Charles Le Clainche, Maurice Beerblock, Jacques Ertaud.
Poco a poco voy completando las
escasas catorce películas que Robert Bresson dirigió a lo largo de su vida. Un
director como él está reñido, obviamente, con la prolijidad, y en modo alguno
podía haber sido prolífico para quien cada película era una experiencia en la
que intuía cómo entraba, pero ignoraba cómo saldría. Para bien o para mal —lo
digo para los impacientes incapaces de «soportar» las claves poéticas de las
películas de Bresson— Un condenado a muerte se ha escapado tiene todas
las virtudes del cine del autor, que se aquilatarían aún más en su siguiente
película, Pickpocket, y, para esos deseantes de las 48 imágenes por
segundo…, todos sus defectos. Como, ¡gracias a Méliès!, yo me encuentro del
lado de los admiradores incondicionales del director francés, nada más fácil
que entonar la loa de una película que se ha de vivir, hasta donde las maneras
antinaturalistas y tendentes a la abstracción de Bresson nos dejan, por
supuesto, porque no es fácil ejercitar la empatía con un personaje que no
parece responder a la espontaneidad, sino, y más en su caso, un aspirante a
prófugo para evitar la muerte ya sentenciada, al cálculo preciso, riguroso,
exacto, matemático. Ignoro si el autor del libro autobiográfico en que está
basada la película se sintió identificado con ese militar místico que aspira a
burlar la muerte, pero mucho me temo que debió salir del cine tan desconcertado
como un fan de Bruce Willis o de Chuck Norris a los que hubieran «engañado»
para meterlos en el cine y asistir a la proyección.
Decir de
Bresson que es un autor «de manual» significa exactamente que se atiene a los
preceptos estéticos que vertió en sus Notas sobre el cinematógrafo,
sobre las que me extendí aquí,
adonde remito al espectador interesado en desentrañar una manera tan peculiar
de hacer cine, de crear realidad, sin reproducirla torpemente para crear un «calco»
de la misma. En cualquier película de Bresson sabemos que estamos ante una obra
de arte que responde a sus propias reglas y exigencias. Este afán de crear una
realidad que no haya existido antes en la propia realidad se advierte en el
carácter casi geométrico en que se manifiesta la acción de la película. Si
unimos a esa geometría espacial —elementos del decorado que interseccionan en
el plano y crean una suerte de red de direcciones a las que se suman las
hileras de los prisioneros repitiendo desfiles rituales y rutinarios, o
aseándose en los baños, sin que sea agobiante la presencia de los guardianes
armados, a pesar de haberlos, por supuesto— la austeridad emocional propia de
los relatos de Kafka, a mi entender una de las grandes inspiraciones de
Bresson, estaremos, creo yo, bien pertrechados para entrar en ese mundo
hermético y religioso del director francés.
Dentro de sus
propias «normas», Bresson rueda siempre con actores no profesionales y ello le
garantiza la ausencia de la afectación y la impostación. El vídeo que compré,
que ofrece la película remasterizada, añade, además, un extenso documental en
el que se entrevista al protagonista, a colaboradores de Bresson y a algunos directores,
todas esas declaraciones nos permiten obtener una valiosa información del casi
enfermizo proceso de realización de las películas de Bresson. El colmo de los
colmos, sobre todo para el montador, algo que, extrañamente, Bresson dejaba en
manos de otros profesionales, me pareció el hecho de que, para una misma frase,
disponiendo de seis o siete tomas, ¡Bresson escogiera una toma diferente para
cada una de las palabras de la frase…! Está claro que no andamos lejos de la
manía platónica, una suerte de singular perversión de la cuarta de ellas que
describe Platón, pero Bresson era muy consciente de que su norte estético era
alejarse de la realidad tal como la vivimos, de modo que pudiera rehacerla
según su visión de la historia que narra. Sorprende la condición de militar de
un joven cuyos movimientos y miradas más lo acercan al místico que al guerrero,
si no es que Bresson ha querido revivir aquel ideal del monje guerrero que
fueron los templarios.
La película
puede encuadrarse en el género específico de las fugas carcelarias, en el que
todos recordarán aquel prodigio que fue, en su día, El hombre de Alcatraz,
de John Frankenheimer, un autor por el que siento especial predilección. Ahora
bien, si el sigilo, el disimulo y la discreción son parte fundamental de esa «noble»
tarea, cuando se lleva a cabo en una situación histórica tan insufrible como la
dominación alemana de Francia, en esta película de Bresson el plan de la evasión
está descrito tan minuciosamente que cada uno de los mínimos gestos de los
actos del protagonista adquieren un relieve sustancial, aunque el personaje en
modo alguno trasparente nada que pueda traicionar su objetivo. La aparición de
un soldado desertor en su celda genera una tensión sobreañadida, porque se
pregunta —la voz en off del protagonista es un recurso valioso para no quebrar
la composición silente del personaje— si está ante un arrepentido o ante un
infiltrado que busca averiguar sus intenciones para delatarlo ante el alcaide y
las autoridades alemanas. La filmación de los detalles, como en el inicio de la
película su intento de fuga del coche en el que lo llevan detenido, pero no
esposado, y que acaba fracasando, es otra de las singularidades del cine de
Bresson: esa atención mayúscula a lo minúsculo rompe en mil pedazos la ficción
de la naturalidad y nos devuelve constantemente al artificio de la construcción
deliberada y antinaturalista de lo real. En ese sentido hemos de entender la
mayoría de los movimientos del personaje, sus miradas y sus escasas y átonas
palabras, sin apenas inflexiones que traduzcan sentimientos comunes, su experiencia interior.
El protagonista confesaba que Bresson, a diferencia de otros directores, jamás
le dio ninguna indicación de cómo debía interpretar o hablar, aunque para
ciertos gestos exigía una suerte de ritual que no se apartara ni un jeme de sus
indicaciones, sobre todo a la hora de mover un objeto, comer, desplazar algo
material en el espacio, etc. Es increíble la concentración del protagonista en
cada una de sus acciones, salvo en aquella escena hermética en la que gira una
esquina y alza los brazos como un poseso para regresar de inmediato con la
misma circunspección que lo acompaña incluso en los momentos decisivos de la
huida, junto a su compañero de celda. A mí, particularmente, me ha recordado,
también, el famoso poema de San Juan, La noche oscura: «En una noche oscura,/con ansias, en amores
inflamada,/¡oh dichosa ventura!,/salí sin ser notada/estando ya mi casa
sosegada./ A oscuras y segura,/por la secreta escala, disfrazada,/¡oh dichosa
ventura!,/a oscuras y en celada,/estando ya mi casa sosegada».
No hay película
de tema carcelario que no incluya una fuerte dosis de suspense, un temor, que
acompaña permanentemente a los protagonistas, a ser descubiertos, lo que
acarrearía, en el caso del militar condenado, el fusilamiento inmediato.
Durante la preparación de su plan, son frecuentes los fusilamientos; pero no
son los únicos ruidos que, en la reconstrucción de la realidad de Bresson,
adquieren una entidad propia en la película, y esa es otra característica de su
cine, poco dado a la inclusión de la música como un elemento de la narración,
aunque en este caso la música de Mozart se convierte en un marco indispensable
para el desarrollo de la narración: mezcla a partes iguales el sentimiento
religioso y el sentimiento épico.
Ninguna película
de Bresson deja indiferente a los espectadores, y esta menos que ninguna, dada la
austeridad esencial con que se narra una historia, como él quería siempre, que
no incluyera grandes pasiones, sino fragmentos de vida corriente que él se
encarga de rehacer otorgándole una complejidad espiritual no siempre fácil de
seguir o de aceptar por quienes suelen estar más apegados a la narrativa
tradicional. Con todo, es una película muy atenta a los detalles en un marco de
actividades rutinarias, mecánicas, y gracias a ellos se trasciende la
trivialidad de lo narrado. La expresividad de François Leterrier, tan recatada,
obra maravillas, y Bresson aprovecha todo el caudal metafórico que puede
extraer de esa interpretación entre mística, alucinada y matemática. Sea como
fuere, y con el eco permanente de otros autores como Dreyer en la memoria de la
contemplación fílmica, esta película se hace muy valedora de todos los elogios
que ha despertado entre los críticos desde que se filmó. Pasen y vean, pasen y
vean…
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