Espléndida sátira sobre algunas fatuidades del Séptimo Arte en un clásico botón de muestra que las combate.
Título original: Competencia
oficial
Año: 2021
Duración: 114 min.
País: España
Dirección: Gastón Duprat,
Mariano Cohn
Guion: Gastón Duprat,
Mariano Cohn, Andrés Duprat
Fotografía: Arnau Valls
Colomer
Reparto: Antonio Banderas,
Penélope Cruz, Oscar Martínez, Irene Escolar, José Luis Gómez, Manolo Solo,
Nagore Aranburu, Pilar Castro, Juan Grandinetti, Koldo Olabarri, Melina
Matthews, Ken Appledorn, Karina Kolokolchykova, Daniel Chamorro, Stephanie
Figueira, Xana del Mar.
Conociendo al
dúo Duprat-Cohn, por haber disfrutado de lo lindo con su antepenúltima película, El ciudadano ilustre, o
penúltima de ambos, porque la anterior a esta,4X4, la dirigió Mariano
Cohn en solitario, me imaginaba que la vería con agrado. La presencia de Cruz y
Banderas, no obstante, me echaba un poco para atrás, porque rara vez los he
visto actuar con la calidad que de ellos
se pregona. Me anticipo a decir que en esta, sin embargo, y acaso porque sea la
película una hija de ambos, más de José
Luis Gómez y de Oscar Martínez, que la han producido, han echado, literalmente,
«el resto»; quizás porque al tratarse de una sátira sobre actores, directores y
el mundo del cine en general, han sabido autoparodiarse y parodiar a otros con
mucho sentido del humor, con mucha perspicacia crítica y, sobre todo, con mucha
«verdad», sin la cual, a pesar de su muy disparatado guion, no funcionaría en
absoluto; esa «verdad» que la leonina directora exige de sus dos actores, los
mejores del país, enfrentados por sus papeles y por sus egos descomunales, para
sacar adelante uno de los más raros encargos que le hayan han hecho: adaptar
una novela de un Premio Nobel para hacer «la mejor película», por la que se
recuerde eternamente a su productor, quien quedaría «inmortalizado» al asociar
su nombre con ella. El productor, José Luis Gómez, un riquísimo empresario
farmacéutico, habla con su secretario —un Manolo Solo en breve pero inmensa
contribución, como es habitual en él— de
los modos posibles de pasar a la posteridad, para ser recordado por la gente,
que ahora solo lo ve como un podrido rico, a pesar de sus fundaciones, etc. Dos
proyectos se barajan: construir un puente que lleve su nombre y producir una
película con los artistas más destacados del país. Oírle a Penélope Cruz
contarle al empresario el argumento de la obra —que él no ha leído: «No soy una
persona muy lectora…»— y pensar automáticamente en esos enrevesados argumentos melodramáticos y casasecanos que se le ocurren a Almodóvar, es todo uno. Con todo, en modo alguno parodia
Cruz, como directora, al manchego, aunque algo hay de su mundo en parte de la
puesta en escena.
¡Palabras
mayores, la puesta en escena! La cuarta pata del banco, las otras tres son la
directora y los dos actores, es, por méritos propios, una puesta en escena
grandiosa, en la que los espacios nos recuerdan tomas del cine clásico, con
perspectivas infinitas y una suntuosidad que en este caso hemos de asociar más
con el estilo zen, diáfano. Se lleva la palma el más que discutido y megalómano
Teatro Auditorio San Lorenzo del Escorial, de los arquitectos Rubén Picado y
María José de Blas, que, en esta película, tiene un protagonismo absoluto,
porque las tomas en su interior y exteriores, y en el propio escenario son
apabullantes y de una hermosura rara de conseguir.
La película es
la historia de los ensayos entre la directora y los actores, previos al rodaje
de la misma. Nueve sesiones, a lo largo de las cuales, tomando como pretexto la
rivalidad entre dos hermanos, uno de los cuales ha provocado la muerte de los
padres de ambos en un accidente, se enfrentarán dos actores en una lucha de
gallos en la que no faltará ni el derramamiento de sangre… La intención de la
directora, y he de reconocer que Penélope está magistral en ese papel de
directora transgresora y un sí es no es esperpéntica, consiste en llevar al
límite a ambos actores para que saquen de dentro toda la famosa «verdad» que
sus personajes necesitan como motor para adquirir vida. Los recursos que va
empleando la directora, algunos de ellos irónicos, otros crueles, algunos
surrealistas, van consiguiendo su objetivo y preparan a los actores para
meterse hasta el fondo en sus papeles, de tal modo que, una vez dentro de
ellos, su relación personal se verá contaminada por esa rivalidad que narra la
novela. Resumido así, bien parece que estemos hablando de Las amargas
lagrimas de Petra von Kant, pongamos por caso de actualidad, pero, en el
fondo, la sátira se acerca mucho más a la estupenda El método Kominsky,
de Chuck Lorre y, en cualquier caso, el tono dominante es el del humor satírico
empleado con maestría, ingenio y acierto. Si a eso le añadimos lo que el
espacio le permite construir dentro del plano a los directores, tenemos escenas
magistrales, como la de la piedra de muchas toneladas suspendida por una grúa y
bajo la que los actores, sintiendo esa terrible gravedad, han de dar rienda
suelta a las emociones pertinentes de sus papeles, o como algunas en las que
las distancias y la presencia hierática de los auxiliares/esclavos de la
directora nos parecen presenciar un cuadro gigantesco de De Chirico, digamos;
del mismo modo que la piedra suspendida recordaba a Magritte. La interactuación
con el espacio es, pues, uno de los principales valores de la película, como
sucedía con el museo de la película The Square, de Ruben Östlund, por recordar
alguna próxima en el tiempo. Duprat y Cohn ya han experimentado esa dimensión
de rodar en obras de arte, porque su película
El hombre de al lado fue rodada en la casa Curutchet
diseñada por Le Corbusier,
por ejemplo.
Lo que más va a
sorprender a los espectadores, además de las interpretaciones de muchos
quilates del cuarteto protagonista, no olvidemos a José Luis Gómez, siempre
exquisito en cada una de sus intervenciones y modelo, siempre, de actores, y
más allá del desnudamiento de tres personalidades tan distintas entre sí, la de
la directora y las de los dos «grandes» actores, es que, en el fondo, lo que
haya de ser la película para la que se ensaya se va infiltrando poco a poco en
la trama hasta que, en el rodaje preparatorio de la última escena de la futura
película, hecha un poco «a lo Dogville», de Lars von Trier, el espectador, por indiscutible
arte del guion y, sobre todo, del arte de los actores, vive ese desenlace que
se firma con un grado de sensibilidad que sorprende ácidamente, como un
estallido dramático, frente a la sátira constante en que nos hemos movido
durante toda la historia de los ensayos para la película. Me da que Banderas se
debe de haber sentido muy cómodo, porque, de alguna manera, el planteamiento es
muy similar al de A Chorus Line, de Richard Attenborough.
Soy consciente
de que hay muchos espectadores que han desarrollado fobia al cine español, así
dicho, con una generalización que mete espanto y abre las carnes del sentido crítico,
y se niegan en redondo a ver nada que «respire españolidad» por los cuatro
costados… Bien, quédense tranquilos: se trata de una película dirigida por dos
argentinos que, eso sí, en modo alguno son inclinados a regodearse en su «argentinidad»:
la directora y los dos actores son arquetipos, digámoslo así, y los hechos
narrados perfectamente trasplantables a cualquier cinematografía allende
nuestras fronteras, porque de lo que aquí, en Competencia oficial, se
habla es de las grandezas y miserias de los profesionales del cine, y ello nos llega
con un aroma de verdad inalienable, de ahí que la película sea tan
extraordinaria, y divertida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario