lunes, 31 de octubre de 2022

«La puerta del infierno», de Teinosuke Kinugasa, una explosión de belleza.

 

El amor fou de un samurái en una eclosión cromática incomparable.

 

Título original:  Jigokumon (Gate of Hell)

Año: 1953

Duración: 88 min.

País:  Japón

Dirección: Teinosuke Kinugasa

Guion: Teinosuke Kinugasa, Masaichi Nagata. Obra: Kan Kikuchi

Música: Yasushi Akutagawa

Fotografía:  Kohei Sugiyama

Reparto: Machiko Kyô, Kazuo Hasegawa, Isao Yamagata, Yataro Kurokawa, Kotaro Bando, Jun Tazaki, Koreya Senda, Masao Shimizu.

 

         Si hay un mundo digno de ser explorado ese es el de la cinematografía. Atendiendo a que en nuestro planeta apenas queda rincón inexplorado, y que incluso tribus que viven en la edad de piedra han sido ya filmadas, el mundo de la cinematografía no deja de sorprender al aficionado que se interna en él con total ausencia de prejuicios. Si hoy toca esta joya del cine japonés, en el que las hay a docenas, por cierto, dentro de unos días tendré el placer de criticar Cuidado con el coche, de Eldar Ryazanov, una sátira muy divertida del cine negro usamericano desde una perspectiva costumbrista deliciosa, aunque es posible que le dedique un monográfico con tres películas del ya fallecido director ruso.

         La puerta del infierno quizás signifique metafóricamente la puerta del amor, en el que, una vez se ha entrado, todo puede ser maravilloso, anodino  o infernal, en función de la fortuna que se derive de esos lances con, a menudo, insólitos desenlaces. En el contexto de una guerra civil contra el emperador, un samurái que se mantiene leal al emperador, y que ha de enfrentarse con su hermano, que capitanea a los rebeldes, es encargado de proteger a una mujer que se hace pasar por la hermana del soberano para atraer a los enemigos y dejar el campo libre para la huida de la verdadera. Arriesgando su vida en el empeño, Moritoh, el samurái, pone a buen recaudo a la «impostora», quien, al liberarse de los ricos manteos que la ocultan al conocimiento ajeno, expone ante Moritoh una belleza que lo fulmina con el ansia de poseerla a toda costa, una codicia que no va a ceder ni siquiera ante la noticia de que la mujer está casada, felizmente casada. Una vez que la sublevación es dominada, el Emperador otorga recompensas a sus leales, pero Morito no quiere ningún otro bien que el de que le sea concedida la mano de Kesa, dama de la Emperatriz. Todos los guerreros sonríen burlonamente de semejante pretensión, pero los méritos del samurái inclinan al emperador a organizar un encuentro entre Moritoh y la mujer, y «todo lo demás» dependerá de él, aunque le prohíbe el uso de la fuerza.

         Kase, citarista exquisita, toca el instrumento para el Emperador, pero, en un momento dado, este se retira y la deja sola. Al poco aparece Moritoh, quien, desesperado de amor, rabioso, henchido de una pasión que no va a poder calmar hasta que haga suya  a la mujer, requiebra de amores a Kesa, quien se refugia en su estado de casada para tratar de hacer entrar en razón al impetuoso samurái, quien, avanzando hacia ella con el ímpetu de su pasión, acaba pisando y destrozando la cítara, en perfecta metáfora de a lo que conduce su pasión desenfrenada. La sutileza del lance de amor, entre el amor pacífico de su marido y el impetuoso de Moritoh, se aprecia en la ambigüedad con que Kesa escucha al pretendiente, y ello permitirá durante toda la película mantener el interés del espectador, quien baraja desenlaces sin saber a qué carta quedarse, pero, eso sí, atrapado en la red de belleza cromática, de vestuario y de puesta en escena que nos regala Kinugasa con una sensibilidad que puede perfectamente ponerse en parangón con las mejores películas en color de Kurosawa, por supuesto, y de otros clásicos japoneses, entre los que ha de figurar esta película universalmente admirada: ganadora del Oscar a la mejor película extranjera y de la Palma de Oro del festival de Cannes.

         No estamos ante una obra de cámara, pero casi, porque el contraste de los exteriores, usualmente al anochecer o al amanecer, ¡con unos azulescasinegros portentosos!, y con las salas diáfanas donde se recogen los personajes, ¡esa maravillosa austeridad de la decoración japonesa!, como si el abigarramiento fuera el peor pecado que se pudiera cometer contra la belleza, maravilla a cualquier espectador, por más que le pueda irritar la morosa solemnidad de los protocolos japoneses de la convivencia. No voy a adelantar nada, por supuesto, pero la película tiene un desenlace extraordinario en el que se enfrentan dos concepciones distintas del amor, y que merece ser visto con el respeto que merece una reflexión tan oportuna.

         La historia del amor impetuoso de Moritoh es la propia del amour fou del surrealismo, pero en un contexto histórico lejano, lo que hace aún más singular el desarrollo de esa pasión. Chocante es para el espectador occidental, con todo, que Kesa sea la encarnación de una belleza capaz de provocar el estado de Moritoh, pero ahí hemos de tener en cuenta el dispar criterio de los cánones de belleza en las diferentes culturas, un reconocimiento que nos permitirá empatizar mejor con los protagonistas. Dicho eso, las interpretaciones justifican sobradamente la categoría de obra maestra que se le adjudica al film y que este crítico comparte ampliamente. Solo hay que pensar en la importancia que la composición fotográfica tiene en obras como La asesina, de Hou Hsiao-Hsien, para darnos cuenta de que la tradición esteticista cinematográfica tiene, en la sensibilidad artística oriental, un pilar fundamental. Piénsese en Adiós a mi concubina, de Chen Kaige, por ejemplo, entre tantas otras.

         Es cierto que el ritmo en el desarrollo de los acontecimientos no puede ni remotamente asemejarse al que solemos estar acostumbrados en las películas occidentales, y menos aún con esas tan aburridas que se llaman «de acción», pero, como espectadores, nos conviene dejarnos seducir, y aun empapar, por ese ritmo lento, casi ritual, de la vida oriental. No necesariamente el ritmo lento garantiza la profundidad emocional o reflexiva, pero ambas se dan en esta película con sobradas dosis. ¡Que la disfruten!

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