domingo, 13 de noviembre de 2022

«Cinco lobitos», de Alauda Ruiz de Azúa o la recia frialdad.

El enfado perpetuo o cuando la espontaneidad ha desaparecido de la vida. 

Título original: Cinco lobitos

Año: 2022

Duración: 104 min.

País: España

Dirección: Alauda Ruiz de Azúa

Guion: Alauda Ruiz de Azúa

Música: Aránzazu Calleja

Fotografía: Jon D. Domínguez

Reparto: Laia Costa, Susi Sánchez, Ramón Barea, Mikel Bustamante, José Ramón Soroiz, Amber Williams, Lorena López, Leire Ucha, Elena Sáenz, Asier Valdestilla García, Nerea Arriola, Juana Lor Saras, Justi Larrinaga, Isidoro Fernández.

 

         Amante como lo soy del cine español, y aun a riesgo de oponerme a una corriente crítica demasiado favorable a la película, debo decir que, sin ser una película fallida, gracias a las sólidas interpretaciones de los veteranos actores, Susi Sánchez y Ramón Barea, la historia ofrece no pocas carencias, lo cual la hace naufragar en ese mar siempre tan peligroso de las buenas intenciones. Supongo que la situación inicial, con una suerte de depresión posparto de una primeriza, a quien asusta, sobre todo, quedar descolgada de la rueda inmisericorde del mercado laboral, y quien, adoptada la cara del sufrimiento en las primeras secuencias, no la va a abandonar en casi toda la película. Cierto que el planteamiento inicial, la imposibilidad de compaginar la vida laboral y la vida familiar, es un poderoso motor que podría haber sido desarrollado con mayor profundidad, porque es lo que trae a mal traer a la protagonista frente a ¿quién?, porque la indefinición de su relación con el cariñoso padre de la criatura hace sospechar que la criatura haya sido producto de un descuido, un accidente gomaelástico o una súbita obsesión maternal que no ha considerado, como en los ejercicios del inglés que ella domina, los pros and cons…, si no, no se explica la tensión de una pareja que, en apenas unas semanas, se deshace como un copo de nieve. En fin, ya entiendo que lo que se quiere contar es la vida familiar, el cuarteto padres, hija y nieta, y cómo la vida familiar es un «infierno» cotidiano de paradójica frialdad, sequedad y hasta cierto desapego.

         Reconozco que, a pesar del crecimiento de la niña, me ha sido imposible percibir el paso del tiempo en una situación estancada que no varía desde el inicio de la película hasta el final, de tal manera que ni siquiera el recurso a la enfermedad —en las dos últimas películas españolas vistas el cáncer es un elemento narrativo esencial— logra hacerlo perceptible a este espectador. Diríase que la lamentable situación matrimonial de los padres detiene el tiempo, y que la niña crece a su aire, acaso en una narración paralela, fuera de campo… La «afrenta» matrimonial, la aventura de la mujer con un amigo, que solo aparece un par de veces en la narración, para irritación contenida del marido, parece haber dominado ese mundo de frialdad glacial que se ha instalado entre los padres, dos vascones tradicionales, por cierto, que, sin embargo, no hablan el vasco en la familia, aunque parece que lo dominen. Digamos que la mujer es un témpano y el marido un hombre entre excesivamente tradicional y pusilánime, pero con estallidos de violencia verbal, y en ese ambiente se refugia la criatura que acaba de dar a luz con una niña de la que se ha de seguir encargando ella sola, porque su pareja o ya no aparece solo esporádicamente por casa de los suegros.

         El realismo a ultranza que persigue la realización, incluyendo retazos de la vida vecinal, se desmorona en parte cuando advertimos que la hija ha caído en el tiempo vacío, arisco  y repetido hasta la saciedad del enfrentamiento entre sus padres, y en el que ella no puede ni siquiera mediar, aunque lo sufre, quizás porque, sola con una criatura recién nacida, cualquier ayuda es poca, por poca que sea, pero la sensación de seguridad que tiene la joven la lleva a soportarlo como puede. De algún modo, la irrupción de la enfermedad de la madre es algo así como la oportunidad de ablandarla y, ante el peligro, desvelar el lado afectivo que constantemente ha escondido, porque el «trauma» de la joven es precisamente ese: no haberse sentido querida, ni mimada ni abrazada…, algo que ya se entiende, viendo la seca actitud personal de los padres, incapaces de, si no afecto, manifestar al menos un mínimo de cortesía. En este sentido es muy clara la secuencia de la canción vasca que le dedica el marido en una celebración de amigos, a lo que ella responde yéndose antes que él a la casa, lo que da pie a un áspero cruce de acusaciones.

         La película bien podría haberse llamado La memoria dolorosa, por ejemplo, porque la vida de ese matrimonio está férreamente detenida en ese adulterio del pasado, y así permanece hasta el final de la película. Sí, no voy a negar que la directora ha buscado el recurso de la lágrima en supuestas escenas que, inesperadamente en la vida del matrimonio, hacen aflorar la emotividad, pero parecen deslices impropios, no oportunidades para la imposible reconciliación.

         La indeterminación de la familia joven, que ni se sabe si son pareja o familia o qué, porque la presión laboral presiona a ambos con una fuerza que la maternidad no es capaz de vencer, y menos aún la paternidad, deja un mal sabor de boca al espectador, porque ve la situación casi tan estancada como la de la pareja mayor, y el constante y desagradable enfado de la hija, que amenaza con convertirse en la versión millenial de la abuela de la criatura, no acaban de convencer a este crítico de que haya habido un buen desarrollo de ese extremo de la historia, ¡tan importante!

         La realización se atiene estrictamente al canon realista y pretende ofrecernos un trozo de vida fácilmente identificable. No hay experimentación ninguna y los planos se atienen al hilo narrativo, por más que la narración sea una especie de cárcel de motivos dinámicos que nunca hacen progresar la historia. Es cierto que Laia Costa posee una fotogenia excepcional, y que, cuando no llora, es capaz de una infinita ternura para con quienes jamás se la dieron antes, pero su propio conflicto entre las exigencias laborales y la esclavitud que le supone el cuidado de la hija, lo interpreta a la perfección. Ello, sin embargo, nos da a entender que la historia bien podría haber recogido los flash-backs del momento en que ella y su pareja deciden convertirse en padres, porque hubiera enriquecido notablemente el drama familiar previo al drama familiar de la protagonista. A lo mejor nos sorprende la autora con una precuela…

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