miércoles, 9 de noviembre de 2022

«Pan de limón con semillas de amapola», de Benito Zambrano o el rigor emocional.

 

Cómo arrancar a un bestseller toda la verdad sepultada en su interior: un trabajo a conciencia de Benito Zambrano.

 

Título original: Pan de limón con semillas de amapola

Año: 2021

Duración: 116 min.

País: España

Dirección: Benito Zambrano

Guion: Benito Zambrano. Novela: Cristina Campos

Fotografía: Marc Gómez del Moral

Reparto: Elia Galera, Eva Martín, Mariona Pagès, Marilu Marini, Tommy Schlesser, Claudia Faci, Pere Arquillué, Pep Tosar, Nansi Nsue, Ana Gracia, Hoji Fortuna, Toni Pons Vera, Joseph Ewonde, Carles Molinet, Luis Dyangani.

 

         El título, muy propio de los best-sellers, me sonaba a pastelón, y he tardado lo mío hasta darle una oportunidad, y ello a pesar de ser de un director del que admiro algunas de sus películas y del que me pareció buenísima la anterior, Intemperie. La sinopsis, además, sonaba demasiado a «película sororal», esto es, esos productos pensados y ejecutados con la finalidad de satisfacer al público lector y espectador dominante: las mujeres. Por todo ello, me abstenía. Comenzamos a verla, mi Conjunta y yo, y si no pusimos ninguno de los dos cara de fastidio, fue la señal de que la veríamos hasta el final, como así sucedió.

         Adelanto que la película es un ejercicio de dotar de realismo puro y duro un planteamiento que suena a novela sentimental insufrible, sin que queden exentos los tópicos de rigor, porque en el planteamiento novelesco se advierten muchos de ellos. ¿Cómo se obra el milagro creativo de pasar del tópico al realismo contundente?, porque son situaciones y conflictos más que dramáticos las que se ventilan en la historia de las dos hermanas separadas a los catorce años de un modo arbitrario y que han seguido en la vida caminos muy distintos: la médico responsable y solidaria que trabaja en África y la burguesita adocenada que, con menos luces que su hermana y buen palmito, ha cifrado en una boda su ideal de vida, hasta que ambas existencias, las de las dos hermanas, por razones muy distintas, se desmoronan. A la primera se le muere una parturienta que, mirándola a los ojos, le pide que cuide de su hija. La segunda tiene que afrontar una vida de maltrato y, finalmente, la ruina económica que pretende revertir con la venta de una panadería heredada no saben las hermanas de quién. Las líneas narrativas pasan por la vuelta de la hermana y la «investigación» sobre la persona desconocida para ellas que les ha legado esa panadería. Lo que sucede es que el espectador, que es lince viejo, sabe con certeza desde esos momentos preliminares de qué va toda la historia, una de las más viejas del mundo entre amos y criados, y ello le resta algo de interés a la dilación de las revelaciones, aunque permite asistir, sin embargo, a la excelentísima actuación, negándose a hablar de Lola, que así se llamaba la mujer, de Claudia Faci, cuyo personaje regenta la panadería hasta que las nuevas dueñas le digan cuándo ha de cerrar el negocio. ¡Menuda actuación! A mí me recordó a las clásicas de Lola Gaos, y ya lo digo todo, aunque con un acento, más catalán que mallorquín, de una veracidad impresionante.

         A pesar de ese conocimiento que estorba algo el visionado, porque el espectador se pregunta cómo es posible que lo que yo intuyo casi al momento, a los personajes les cueste tanto dar con ello, y a pesar de cierto esquematismo psicológico, como la figura sin luces del marido maltratador, a imagen y semejanza del de Solas, y a pesar del cooperante simpático y buen mozo que es pareja de la protagonista, que no nos evita, para nuestro sonrojo, alguna situación más propia del cine usamericano que del nuestro; a pesar de todos esos elementos propios de una narrativa muy popular, lo que consigue Zambrano, a través, básicamente, de las interpretaciones de los personajes, es reinstalar lo dramático donde le corresponde y hacerlo verosímil para cualquier espectador, aunque está claro que es una historia de mujeres y acaso destinada a las mujeres, como se ve claramente cuando todas ellas acogen en casa a la niña africana que, tras muchas dudas y malentendidos, adopta la cooperante. Aunque el melodrama se cuela en la película, con su fuerza redentora, a través del cáncer de la hermana arruinada, el tratamiento que le da Zambrano a través de la impecabilísima actuación de Eva Martín, como hermana mayor de una Elia Galera que le da la réplica y sabe transmitirnos toda la rabia acumulada durante tantos años cuando el padre la envió al extranjero para educarse como sus muchas luces lo exigían, apartándola completamente de la vida familiar y de haber tenido una relación más estrecha con su hermana y su sobrina, una joven «difícil» a la que salva de su futura marginación el desarrollo de la historia y el cáncer de su madre. Sí, no cabe duda de que las actuaciones de todos los intérpretes son las que consiguen hacer creíble una trama con tantos agujeros negros de la impostura amenazando con alejarnos de la película. Sucede, milagro de milagros, todo lo contrario: nos vamos metiendo en esos dramas individuales hasta que nos acaban «tocando», porque las interpretaciones les dan el relieve exacto que necesitan para que nosotros lleguemos a la catarsis que toda obra de arte que se precie ha de conseguir.

         Aunque la tonalidad dominante es la dramática, son innumerables los contrapesos del humor que nos hacen más amable la visión de la película, y, aunque con ciertos ribetes tópicos, ahí destaca Marilú Marini, cuyo cruce de pullas con Caudia Faci, en el nítido registro de la comedia costumbrista hará las delicias de los espectadores.

         La historia transcurre en Valldemosa, pero no en el seno de una familia catalanoparlante, o al menos eso se deduce de la película. No obstante, son bien pocos los exteriores, y suelen centrarse en los alrededores de la panadería y en una cala majestuosa, Sa Calobra, al norte del Puerto de Sóller, que tendrá una importante función en el devenir de los acontecimientos, aunque me lo guardo para que lo descubran, a su debido tiempo, los espectadores.

         Soy consciente de los prejuicios de muchos espectadores hacia el cine español, pero esta película de Zambrano, no reconocida como debió de haberlo sido, en los Goya, en los que solo recibió una nominación, una historia potente cuyas actrices principales son capaces de hacérnosla llegar con una generosidad interpretativa muy digna de ver.

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