viernes, 30 de diciembre de 2022

«Tros», de Pau Calpe, una ópera prima soberbia.

 


Una tragedia rural como mandan los cánones desde que Tespis se echó al camino…

 

Título original:  Tros

Año: 2021

Duración: 83 min.

País España

Dirección: Pau Calpe

Guion: Marta Grau. Novela: Rafael Vallbona

Música: Bernat Vivancos

Fotografía Gina Ferrer

Reparto: Roger Casamajor; Pep Cruz;  Annabel Castan; Ana Torguet; Eduard Muntada; Iván Caelles;  ; Ramon Bonvehí; Belén Gallego; Xavi Iglesias; Montserrat Trepat.

 

         Confieso que el atractivo cartel anunciador de la película, dos figuras emergiendo entre la niebla tradicional de la provincia de Lérida, sosteniéndose una en la otra, me hizo concebir esperanzas de que pudiera ver una obra que «compitiese» con Alcarràs, dado el espacio, la lengua y la ocupación del protagonista. Pensé incluso en la tan hermosa como triste película de Bela Tarr,  El caballo de Turín. Ese tros del título remite a la aparcería tradicional, a la “parte” que explota el aparcero para vivir de lo que rinda el terreno, lo que en Murcia se denomina «terraje», por ejemplo.

         Tomando como pretexto los robos en las explotaciones agrícolas, que desesperan a los agricultores, la película nos habla del «somatén», las patrullas de propietarios que vigilan de noche sus explotaciones al margen del muy escaso desempeño de las autoridades, de un pueblo que, en una de sus batidas, uno de los agricultores acaba atropellando mortalmente en su huida a uno de los ladrones.

         Previamente, hemos conocido al hijo del protagonista, quien tiene una relación pésima con su padre, no pega ni golpe, porque se dedica al trapicheo de droga, y está, además, preocupado por las «ausencias» mentales de su progenitor, como dejarse el gas de la cocina abierto, por ejemplo. Dada la pésima condición física del padre, decide acompañarlo en su ronda de vigilancia, justo cuando el padre acaba matando al ladrón, aunque desde ese mismo momento se inicia un extraño juego en el que el padre parece dispuesto a endosarle el asesinato a su hijo.

         La película interrumpe la línea cronológica narrativa con unos flashbacks que permiten ir perfilando la historia del padre y del hijo, pero el verdadero conocimiento «total» de esa relación envenenada no lo tendremos hasta el mismísimo momento del sorprendente y muy conseguido desenlace.  La mezcla de tiempos se revela, en alguna ocasión, confusa, porque el espectador tarda unos momentos en situar en el tiempo lo que ocurre; pero, en general, el retrato de los personajes se perfila adecuadamente.

         Desde el momento del asesinato, la acción toma una deriva clásica de la persecución del criminal, o del sospechoso, por parte de las fuerzas del orden. Si a ello se suma que el hijo es buscado a su vez por su proveedor de droga, a quien le ha estafado el importe de un alijo, tenemos una doble persecución de la que padre e hijo se escapan, en principio, con cierta habilidad, lo que implica un conocimiento del terreno y la ayuda de la vecina con quien el padre, tras la muerte de su mujer, mantiene una relación sentimental que el hijo ignoraba; una relación con un momento muy logrado cuando ambos, el vecino amante aún un fugitivo, bailan el bolero Regálame esta noche, que en uno de sus fragmentos dice, ¡nada menos!: «regálame esta noche, retrásame la muerte…».

         Si sumamos la búsqueda de padre e hijo por parte de los integrantes del somatén para que se entreguen a la autoridad, acabamos de sumar las adversidades que se oponen a la fuga de los malavenidos. Con todo, la casi fratría secreta de los agricultores en un pequeño pueblo nos permite conocer unos códigos de conducta que van más allá de los deberes ciudadanos para con la autoridad. Hay hechos que son juzgados desde otras leyes, y a esas se atienen los personajes, algo que queda muy claramente expresado en la reacción de los policías cuando llegan al escenario final de la historia.

         Si en Alcarràs había un esteticismo paisajístico muy de agradecer, en Tros no lo hay menos, aunque la niebla y el frío no sean tan esplendorosos como  el estallido vital del verano, pero sí, al menos para mi gusto, más impactante, porque la respiración de la tierra parece sacar muy de dentro la humareda de un fuego que quema las entrañas y nubla las emociones. Salvo algunos espacios neutros, como las casas, el bar o la estación de autobuses, tratados con el realismo que destaca lo modesto, la escenografía natural está conseguidísima, incluso en las tomas nocturnas de las secuencias que muestran las luces de los coches del somatén trazando laberintos en los trossos cultivados. La cámara está perfectamente colocada para encuadrar a los personajes en el medio en que viven, porque, en efecto, ¿qué es, sobre todo el padre, lejos de su tros? El desgarro por tener que abandonarlo para huir de las autoridades, y en ese contexto se produce el baile con la amante al compás del bolero, nos va a llevar al magnífico desenlace de la historia, si bien los aristarcos pueden aducir que la policía, y más por tratarse de una pequeña localidad, bada molt, va muy despistada.

         Como en las buenas tragedias y en las películas de intriga policial, un buen desenlace lo cura todo, y eso es lo que tiene esta magnífica ópera prima de Pau Calpe.

         El capítulo de la interpretación brilla poderosamente, porque el naturalismo de los secundarios enmarca a la perfección las muy destacadas actuaciones de Pep Cruz, de Roger Casamajor y, aunque en papel demasiado breve  para sus muchas cualidades, de Annabel Castan, quien saca destellos diamantinos a la imposible novia del bala perdida sin remedio.

         Este Tros bien puede ponerse en relación con As bestas, de Sorogoyen, porque en ambas cobra protagonismo la suerte de bestialidad humana que parece crecer en la lucha contra el medio, en lugares poco habitados, como lo reflejaron  a la perfección dos autores tan portentosos como Pardo Bazán en Los pazos de Ulloa y La madre naturaleza y Valle-Inclán en sus Comedias Bárbaras

           Lo propio hubiera sido que esta película tan soberbia hubiera recibido algún Goya en justo reconocimiento a sus muchos valores, pero advierto que no hay ni rastro de su paso por esos premios. O sea, todo dentro de lo "normal" en este país en que tan grueso se hila a la hora de reconocer los méritos. A ver qué pasa con la próxima...

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