El amor imposible en la edad adulta: un apasionado melodrama a la altura de Breve encuentro.
Título original: The Passionate
Friends
Año: 1949
Duración: 87 min.
País:Reino Unido
Dirección: David Lean
Guion: Eric Ambler. Novela: H.G. Wells
Música: Richard Addinsell
Fotografía: Guy Green (B&W)
Reparto: :Ann Todd; Claude Rains; Trevor Howard; Betty Ann Davies; Isabel
Dean; Arthur Howard; Guido Lorraine; Marcel Poncin; Natasha Sokolova; Hélène
Burls; Jean Serret; Frances Waring; Wenda Rogerson; Helen Piers; Ina Pelly; John
Huson; John Unwin; Max Earle; Wilfrid Hyde-White.
¡Cómo nos atraen, queridos
seguidores de este Ojo, los amores imposibles! Hay algo en ellos que
despiertan en nosotros una simpatía profunda, una comprensión absoluta, una
solidaridad sin límites, un interés inagotable. A través de un encuentro que se
sospecha alimento de pavesas no extinguidas, como la letra de un bolero
apasionado que nos habla de esos amores en los que ni contigo ni sin ti tienen
los males ni los bienes remedio; un encuentro casual en dos habitaciones
contiguas de un hotel con encanto junto a los Alpes suizos, a orillas de un
lago plácido por el que los amantes imposibles navegarán contra el viento, sin
poderse oír, pero felices, antes de la tormenta; un encuentro que reanuda la
historia de esos amores imposibles en un estadio muy diferentes para ambos
amantes; a través de ese encuentro retrocedemos en el tiempo y se despliega
ante nosotros otro, en la nochevieja de 1939, en la que, disfrazados, los jóvenes
amantes se encuentran cuando sus destinos han cambiado lo suficiente como para
que se haga muy cuesta arriba «torcerlos» sin terrible quebranto.
Pero ellos aún
siguen enamorados, en el 39 y en el 48, en Londres y en Suiza. El joven
estudiante de química no pudo vencer, con su modestia y su ilusión, la tentación
poderosa de una vida lujosa, estable, sólida, y hasta cierto punto
independiente, según el pacto con un marido bastantes años mayor que ella y
dedicado a la banca en una posición socialmente inalcanzable para el joven
enamorado. El primer encuentro, aquí más dilatados que breves, se produce
cuando, en esa nochevieja del 39 él parece prometerle una «sólida sociedad
matrimonial» y el profesor desdeñado en su día una «entusiasta relación
apasionada». Los viajes de trabajo del marido la dejan a ella en manos de
escribir su propio destino, acercándose terrible y peligrosamente a la idea de
reiniciar su vida con él, de renunciar a su estabilidad matrimonial y de
lanzarse a la aventura de ese amor apasionado que siempre sintió por el joven.
Pero cuando todo parece encauzarse hacia ese destino: abandonar los fríos brazos
del hombre maduro para seguir el camino de los ardientes del joven profesor —entiéndase
toda esta pasión con la contención anglosajona propia de los personajes, por
supuesto; nadie vaya a creer que corre por las venas del trío la sangre
ardiente de un adulterio de otras latitudes meridionales…— se produce otro
encuentro fortuito en que el banquero descubre la mentira de los amantes no
adúlteros y asistimos a una entrevista en la que las florituras de la educación
se mantienen lo justo para asistir a uno de los pocos momentos en que el marido
pierde los nervios y le grita que desaparezca de su casa. Posteriormente… ¿De
verdad quieren saber lo que ocurre inmediatamente después? Es sencillo. Váyanse
a YouTube y lo descubrirán. Porque van a asistir a una decisión que
forzosamente va a sorprenderles, y les incitará a contemplar el resto de la película
en su presente, 1948, como si fuera un argumento de Hitchcock.
La reanudación de la historia se produce,
además, al margen de los interiores rodados en Pinewood, en Londres, en los
Alpes Suizos, en los que el director y su director de fotografía, el también
excelente director Guy Green [El amargo silencio, Secretos de una
esposa, El señor de Hawái y The Snorkel, todas ellas criticadas
elogiosamente en este Ojo] consiguen encuadres de inolvidable belleza,
¡un pícnic de altura, ciertamente!, el de la imposible pareja que reanuda su
relación nueve años más tarde. No son solo las tomas desde el teleférico hacia
la niebla de las alturas, o las propias de ellos en las altas cimas de las
montañas, sino, sobre todo, las espectaculares de la lanza en el lago, al irse
y al volver, aunque, a la vuelta, la presencia inesperada del marido nos brinde
la oportunidad de un suspense tan bien llevado como en la mejor de las películas
de don Alfredo.
En una película de solo tres personajes,
está claro que el nivel de las interpretaciones va a determinar la calidad de
la cinta, sin mayores consideraciones técnicas, porque está en su mano hacernos
creer en el amor apasionado, en la celosa propiedad del amor pactado y en la
desorientación de una mujer que se enfrenta a decisiones trascendentales para
su futuro desde la mayor de las incertidumbres. Y aquí, David Lean ha contado
con dos actores, Claude Rains y Trevor Howard, y una actriz, Ann Todd, que
brillan esplendorosamente. Trevor Howard repite papel, por así decirlo, y sabe
cómo encarnar a la perfección el amante que pone en peligro un matrimonio y que
respira amor apasionado y sincero en cada mirada, ¡desde el mismo comienzo de
la película, y aun cuando confiesa estar casado, tener dos hijos y ser feliz!
Claude Rains, a su manera, también repite el papel de esposo desconfiado de Encadenados,
de Hitchcock, y tiene auténticos momentos memorables, como el diálogo con su
esposa cuando esta vuelve a casa tras haber desistido él de presentar una
demanda de divorcio contra ella, las razones de la cual verá oportunamente en
el desarrollo quien decida, con el mejor de los criterios, no perderse esta película
tan emocionante y hermosa, porque son innumerables los planos planificados
hasta el más mínimo detalle, y en la que abundan unos primeros planos de los
tres intérpretes capaces de satisfacer la mayor vanidad del mundo. Ann Todd
brilla especialmente en ellos, y el rostro del amor, como el de la vergüenza o
la desesperación, nos encogen el ánimo a todos. Bien está recordar que, después
de haberla filmado con tanto amor, el director se casó con la actriz, una de las
seis esposas que tuvo a lo largo de su vida.
Hay una elegancia innata en las maneras
fílmicas de Lean, sobre todo en sus obras intimistas, que lo acercan
sobremanera a otro exigente director: Max Ophüls. El melodrama, desde su
perspectiva, adquiere una dimensión de cine para adultos con tramas llenas de
pasiones complejas y no siempre fáciles de comprender. Me ha sorprendido que la
novela sea de H.G. Wells, e imagino que los guionistas habrán hecho y deshecho
a su antojo, pero lo cierto es que esta película invita a una próxima lectura.
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