domingo, 3 de septiembre de 2023

«Las ocho montañas», de Felix Van Groeningen y Charlotte Vandermeersch.

La amistad entre desiguales y la común pasión por las montañas. 

Título original: Le otto montagne

Año: 2022

Duración: 147 min.

País: Italia

Dirección Felix Van Groeningen, Charlotte Vandermeersch

Guion: Charlotte Vandermeersch, Felix Van Groeningen. Novela: Paolo Cognetti

Música: Daniel Norgren

Fotografía: Ruben Impens

Reparto:  Luca Marinelli; Alessandro Borghi; Filippo Timi; Elena Lietti; Surakshya Panta; lo

Elisabetta Mazzullo; Lupo Barbiero; Cristiano Sassella.

 

          De Félix Van Groeningen vi en su momento Alabama Monroe, un drama desgarrador ambientado en un grupo musical de seguidores belgas de la música tradicional usamericana bluegrass. Ahora, junto con su mujer, nos entrega una larga película en la que con cierta parsimonia se desarrolla la historia de una amistad profunda entre dos seres muy distintos que acaban forjando, desde niños,  una sólida amistad que tiene como fundamental razón de ser la necesidad de mitigar sus soledades respectivas, son los únicos niños de la misma edad en una zona rural montañosa que se ofrece en todo su esplendor a su vivencia de la naturaleza. Vale decir que el padre de Pietro, el niño urbano, la familia vive en Turín, es un apasionado aficionado a la montaña y se empeña en inculcarle al hijo esa pasión. En sus aventuras, no obstante, se advierte enseguida la buena traza de Bruno para defenderse en esos espacios no exentos de peligros que ponen en riesgo la propia vida. Ello no obsta para que ambos jóvenes vayan ensanchando un ámbito de amistad y camaradería que se interrumpirá en los años finales de la adolescencia, cuando el padre de Bruno, albañil, decida llevárselo consigo para trabajar lejos de casa, durante el verano, privándolo de la compañía de Pietro. Y ello porque los padres de Pietro han hecho gestiones ante los padres de Bruno para permitirles llevar a Bruno a la ciudad a fin de que se escolarice y pueda decidir después si seguir o no estudios superiores. La amistad entre ambos jóvenes, contada siempre desde el punto de vista de Pietro, dada la incapacidad de Bruno para el pensamiento abstracto e incluso la narración curiosa de los hechos de su existencia, vuelve a reencontrarse cuando, en la madurez, ambos deciden reconstruir un viejo refugio y convertirlo en su hogar de la montaña, donde convivirán muchos veranos mientras ambos tratan de encontrar su propio camino en la vida. El de Bruno, apegado a la tierra, lo lleva por el camino de la cría de animales y la fabricación artesana de quesos; el de Pietro, tentado por la escritura, lo lleva a forjarlo en el Tíbet, que recorre para después elaborar un libro que le publicarán, aunque ignoramos su contenido. Mientras trabaja como cocinero, establece una relación con una compañera, pero cuando esta, con otros amigos, van a hospedarse una temporada en el refugio de los dos amigos, la amiga sentirá una atracción inmediata no tanto por Bruno cuanto por la vida, para ella «alternativa» a la de la ciudad, de los animales y la artesanía alimentaria. No tardan, ella y Bruno, en establecer una relación que los convierte en socios y en padres. Ello, por supuesto, no «entorpece» la relación entre ambos hombres, sino que incluso la fortalece. De hecho, hay entre ellos una intimidad emocional que está por encima de sus estrictas circunstancias individuales, a pesar de que cuando llegan los malos tiempos para la explotación ganadera y el matrimonio de Bruno, aparecen cierta distancia e incomprensión que forman parte de cualquier relación humana liviana o sólida. Pietro, a su vez, se ha enamorado en el Tíbet de una maestra y ha descubierto que aquel es «su lugar en el mundo».

          A algunos espectadores puede recordarles, esta emocionante historia sobre una amistad masculina, la película de Ang Lee, Brokeback Mountain, haciendo salvedad de que no hay ningún tipo de atracción sexual ni encubierta ni transparente, y no estarían equivocados. Es cierto que hay un delicado análisis de las relaciones masculinas clásicas, pero no es menos cierto que el proceso de crecimiento personal y de desarrollo de sus dos proyectos de vida, tan distintos, forma parte esencial del desarrollo de la trama; sobre todo porque Pietro vive inmerso en una suerte de niebla sobre su propio camino que lo lleva a alejarse para tratar de recuperar incluso su propia infancia y su relación con el padre, de quien va descubriendo, por los señalizadores de los picos que recorren en sus salidas, los diarios en los que anotaba sus impresiones, así como la satisfacción de ser acompañado por su hijo en ese senderismo de altos vuelos.

          Supongo que de más está decir que la naturaleza es la puesta en escena esencial de la película, amén del refugio en cuya construcción se demora la acción para darnos cuenta de lo que supone, simbólicamente, disponer de un «refugio» que les permita aislarse de las inclemencias de la vida, más que de las atmosféricas, aunque estas jueguen también su papel en la película, por supuesto. La relación con el medio, el conocimiento, la sensibilidad, el espíritu ecologista que se advierte en la relación de ambos con «la montaña» no dejará indiferentes a los espectadores, por urbanitas que se precien de ser. Palabras, como «imponente» o «majestuoso» se unen a otras como «sagrado» para ayudarnos a darle voz a unas emociones paisajísticas que para los protagonistas son un elemento esencial de sus vidas. Algo de «insulares» extravagantes tienen los aficionados a la soledad de las altas montañas. La introspección, el culto al silencio, el despertar absoluto de los sentidos, el placer de la soledad o de la compañía silenciosa son rasgos identificadores de esos amantes que cifran en el trato asiduo con la montaña parte de su razón de ser y de estar en la vida. No apartes a un fenicio del mar; no apartes a Bruno y Pietro de la montaña. Se nace para estar en contacto con unas u otras manifestaciones de la naturaleza, porque las ciudades son la negación de nuestro pasado ancestral, y Bruno y Pietro son felices, muy felices, compartiendo una naturaleza que se les ofrece como imagen viva de la libertad y la independencia. Solo las servidumbres mercantiles de la vida acabarán arruinando ese estado de gracia; pero eso es mejor que lo descubran en esta morosa película, tan bella como intensa e inusual en nuestras pantallas. Pocas películas tan bellas habrán visto los espectadores últimamente en las pantallas como este canto a la vida natural y a la amistad que nos han ofrecido Van Groeningen y Vandermeersch.

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