Del
inconveniente de las bandas con lerdos y los padres con agallas…
Título original: Cry Terror!
Año: 1958
Duración: 96 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Andrew L. Stone
Guion: Andrew L. Stone
Reparto: James Mason; Inger Stevens; Rod Steiger; Neville Brand; Angie
Dickinson; Kenneth Tobey; Jack Klugman; Jack Kruschen; Carleton Young; Barney
Phillips; Harlan Warde; Edward Hinton; Chet Huntley; Roy Neal; Jonathan Hole.
Música: Howard Jackson
Fotografía: Walter
Strenge (B&W)
Andrew L. Stone pertenece al selecto
club de los directores todoterreno muy competentes, pero sin la chispa del
genio que los hace subir en el escalafón terrible de los cinéfilos. De él hay
en este Ojo comentadas dos películas de muy buen ver, Asesinato a la orden y
Trampa de acero, y acometo ahora la crítica de la última que he visto, Cautivos
del terror, una monumental película de serie B que ocupa un relevante lugar,
sin embargo, en la serie A a la que, por el reparto de campanillas, pertenece.
Que en la misma película compartan cartel James Mason, Rod Steiger, Inger
Stevens y Angie Dickinson es toda una declaración de intenciones.
La película da
bastante más de lo que en apariencia promete cuando arranca, y la historia,
salvo algunas torpezas de guion, se desarrolla en un crescendo que se ve con
satisfacción, a lo que contribuyen las actuaciones estelares de quienes han
hecho maravillosas películas.
Un anónimo
recibido en una compañía aérea, alertando de que hay una bomba en uno de los
aviones, moviliza a los directivos, pero también a la policía, que da credibilidad
al anuncio. Se trata de un petardo, propiamente dicho, pero construido con un
ingrediente, un material altamente explosivo, capaz de volar un avión con muy
poca cantidad. A partir de este momento, la trama se disocia: por un lado, el
cerebro de la banda que quiere extorsionar a la compañía aérea secuestra al
ingeniero que ha fabricado el explosivo con la promesa de un contrato
provechoso para su compañía de explosivos, secuestro que afecta a su mujer, en
esos momentos en la casa, y, sin poder evitarlo, a la pequeña hija de ambos,
que se suma a los secuestrados, lo que le complica la situación al «cerebro»,
rodeado de compañeros no demasiado brillantes, y uno de ellos directamente un
psicópata. Por otro lado, la policía, en contacto permanente con la compañía aérea,
empeñada en descubrir a los autores de la extorsión. Ambas tramas, interesantes
por igual, van a converger en el recurso que el jefe de la banda ha ideado para
la entrega del dinero: que sea la esposa del ingeniero quien lo recoja en la
sede de la compañía aérea y lo lleve a una dirección que la mujer solo conocerá
cuando le llegue a través de la emisora interna de la policía.
La factura
estética de la película, con planos medios, panorámicos, lo que permite
secuencias en las que hay interesantes desplazamientos en el plano, un blanco y
negro no demasiado contrastado y un nervioso desplazamiento en coche de la
protagonista para entregar a tiempo el dinero, si no quiere que la banda se «deshaga»
del marido y la hija de ambos, son elementos que le dan «empaque» de excelente
cine negro a la película, más propiamente de suspense, porque, en habiendo
plazos perentorios por medio, se trata de resolver el caso «antes de que pase
lo irremediable». Como era de esperar, Rod Sgteiger, en el papel de cerebro-psicópata
de la banda está impecable, con su atuendo que lo disfraza como profesor de
universidad, y sin apenas una palabra más alta que otra. La banda ya es otra
cosa, y el expresidiario que necesita colocarse con Benzedrina, y al que se le encarga
vigilar a la esposa, dando por descontado que se cobrará, también, el servicio
en especie sexual, es uno de los puntos
más flojos del guion, aunque cumple el cometido requerido, por supuesto.
En la medida
en que la historia no deja de ser una versión más del golpe perfecto, se presta
una atención especial a la estrategia montada por el cerebro de la banda para
conseguir hacerse con el dinero sin que la esposa del ingeniero que hace de
intermediaria sea seguida y consiga llegar al punto de cita a la hora
convenida. El derroche de medios para conseguir el suspense, camión atravesado
en la carretera incluido, o equivocación forzada por otro, al coger la salida
hacia Nueva Jersey, generan esa tensión que aún se vera reforzada por el
intento del ingeniero de aprovechar un momento de calma en la vigilancia de los
secuestradores para, descolgándose por el ascensor, conseguir avisar a la policía
de su paradero. De algún modo, hay en esas escenas un recuerdo de la muy
reciente Rififí, de Jules Dassin, aunque la calidad de esta está a años luz de
la presente, por más que se trate de una película que me ha sorprendido gratamente,
porque progresa de forma muy satisfactoria hacia la tensión que ha de dominar
cualquier historia en la que el suspense sea parte esencial. De hecho, la tensión,
recae más del lado de Inger Stevens que del de Mason, aunque ambos se refuerzan mutuamente, a
distancia, y se mantiene hasta una persecución final en el túnel del metro muy
pero que muy digna.
Sorprende,
curiosamente, que el botín, casi pase a un segundo plano, como si el plan fuera
conseguirlo, pero no estuviera fijado cómo acabar, limpia y rápidamente con los
testigos indeseables que se revuelven contra ese destino que intuyen con toda
la fuerza que los padres desarrollan en la circunstancia dramática en que han
de velar por la prole, en este caso por la hija.
Insisto,
estéticamente, la película está muy conseguida; narrativamente, mantiene la tensión
hasta el desenlace, y las interpretaciones le confieren un plus del que
carecería si hubiera sido una producción B. Merece una oportunidad, desde
luego.
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