Desangelado y
honesto viaje a través de la sexualidad y la urticaria crónica de una mujer.
Título original: Creatura
Año: 2023
Duración: 112 min.
País: España
Dirección: Elena Martín
Guion: Elena Martín, Clara
Roquet
Música: Clara Aguilar
Fotografía: Alana Mejía
González
Reparto: Elena Martín; Oriol
Pla; Alex Brendemühl; Clàudia Malagelada; Clara Segura; Mila Borràs; Marc
Cartanyà; Carla Linares; Teresa Vallicrosa; Cristina Colom; Bernat Roqué; David
Vert.
Me llamó la atención
del avance publicitario que la protagonista padeciera la terrible urticaria
crónica que yo he sufrido durante años, hasta descubrir el bendito Omalizumab
que me ha permitido llevar una vida más o menos «normal», aunque con medicación
continua, pero se trata de un medicamento que no existía en los años en que
transcurre la historia. Esta arranca del presente, en el que una pareja fría,
reflexiva e incomunicada hasta la perplejidad del espectador, porque sabe desde
el mismo inicio que no sabe cómo han llegado a acabar formándola, escenifica un
desencuentro cuyo origen se va a rastrear en diversos flashbacks a lo
largo de la película, con dos calas nítidas: la adolescencia y la niñez. De
hecho, la situación inicial es tan confusa emocionalmente como caricaturizable,
y de ello se resienten las actuaciones de, al menos, un excelente actor, Oriol
Pla, que solo es capaz de estar a la altura de sí mismo cuando se sincera con
su pareja antes de tomar la decisión más que previsible y una actriz con serias
carencias. Hasta entonces, ambos escenifican una relación absurda a medio
camino entre el sainete y el cine familiar —no digo «de barrio» porque la acción
transcurre en el elitista Ampurdán, clase a la que pertenece la familia de la
protagonista, cuya casa ha decidido habitar para, imaginamos, independizarse de
sus padres. Añadamos la superposición de imágenes entre el padre y la pareja:
ambos corrigiendo trabajos escolares en la terraza
La protagonista escogida por la directora
me parece uno de los puntos más débiles de la película, que se resiente mucho
de las torpes maneras interpretativas de la actriz, por más que pretenda
ajustarse a unos moldes naturalistas que lo dejan todo en un chapurreo de
frases tópicas, previsibles y sin mordiente alguno, al margen de las
expresiones y miradas que entorpecen la mínima empatía que la condición de
protagonista exige. Cambia mucho la película cuando una actriz con mejores
maneras toma el relevo en el tramo de la adolescencia, Clàudia Malagelada, y
aún más cuando interviene la prodigiosa niña Mila Borràs. Algo sorprendente es
el poco cuidado del reparto a la hora de elegir a las actrices que interpretan
la niñez y la adolescencia de la protagonista, porque no se atisba ni un rasgo
de semejanza entre ellas. No sucede lo mismo con la madre, con quien sí se
puede establecer esa relación física.
He visto la
película en catalán, lógicamente, pero advierto que es tendencia general de
todo el país recurrir a un sonido directo que a duras penas recoge con nitidez la,
por otro lado, ausencia casi total de
vocalización de actores y actrices. No digo ya que hubieran de seguir todos el
modelo de Flotats o la Espert, pero no
puede ser que, compartiendo la misma lengua, te pases un tercio de película
preguntando a tu compañera de sofá qué acaban de decir, a ver si anda mejor de
oído que tú. Son modas, está claro. Y esta distancia mucho al espectador de lo
que ocurre en pantalla.
El largo viaje
de la sexualidad femenina desde la niñez hasta la vida adulta es lo que nos
muestra, con escenas que no ahorran la incomodidad de ciertos «alivios» sobre todo
en el seno familiar y el círculo de amistades, como ocurre en la comida de
amigos con la niña en el regazo de un invitado, una de las mejores escenas de
la película.
No me ha
quedado clara, ¡como tantas otras cosas!, la supuesta relación entre la
enfermedad y la sexualidad, porque diríase que, a veces, según y cómo, la creatura
piensa en ella como una suerte de maldición por tener impulsos lascivos que la
dominan. De hecho, el acercamiento incestuoso al padre se resuelve, en la
niñez, del peor modo posible, por la vía del exabrupto y la huida, lo que acaba
distanciándolos hasta la curiosa escena del sofá, en la que se
vuelve a generar la misma incomodidad que provoca el mismo escapismo. Se trata,
en consecuencia, de una aproximación a un mundo en el que usualmente domina el
silencio, los malentendidos y la distancia cauta y preservadora de, acaso,
impulsos inexplicables, pero reales, y a los que se ha de hacer frente. Ese
afán mueve a la hija, pero una conversación «de adulta a adulto» es casi
imposible tenerla con un padre, porque esta condición, la paternidad, anula cualquier terreno igualitario en el que
compartir confidencias o teorías o sentimientos.
Por todo lo anterior,
la película parte de un planteamiento honesto y poco tratado en el cine de
forma tan explícita en, al menos, nuestra cinematografía. Y ha de reconocérsele
a la directora la valentía para adentrarse en él, superando no pocos tabúes que
aún condicionan nuestras experiencias familiares al respecto. Me parece
importante destacar, además, el valor excepcional que se le concede a la mirada
como fuente de conocimiento y, al tiempo, de extrañamiento por parte de la
protagonista: ve la sexualidad y, urgiéndole una satisfacción de sus propios
impulsos, se mantiene a distancia, hasta que, en la adolescencia, se acerca a
ellos y se le mezclan a partes iguales, como en la masturbación a un noviete,
el deseo y el rechazo. Por eso no se explica, en el presente, qué le impide
disfrutar plenamente de su sexualidad, al margen, claro está, de la urticaria
que, según y cómo, a veces, en lo más feroz de un ataque, tiene carácter
invalidante. No queda claro, ya lo dije antes, si se presenta la enfermedad en
términos de culpa, aunque no lo parece, pero la ingenuidad materna de creer que
el agua de mar es una panacea para ella no parece la respuesta más lógica,
aunque acabe teniendo para la protagonista un valor curativo sin par. De que el
mar, metafóricamente, se contemple como un bálsamo para aliviar los ataques
saca la directora excelente partido, aunque lo lastra un descuidado «toquecito»
de calendario de taller mecánico, pero la intención es buena y lo justifica
casi todo. Ello no impide que, por extensión, ser consigan excelentes planos de
la Costa Brava, sobre todo los nocturnos de una cala desierta como por la que
suspiran todos los *caleros del mundo,
La película
tiene un aire francés inequívoco, pero donde en Rohmer es todo fluidez natural
y diálogos deslumbrantes, aquí hay cierta transición ortopédica entre las
edades de Mila y algunos planteamientos, como el del inicio, difíciles de
aceptar como película de adultos hecha para adultos, todo ello al margen de los
serios problemas de dicción que tanto entorpecen el seguimiento de la trama. En
última instancia, no estamos tanto ante una reivindicación de la libertad
sexual o de la vivencia sin culpa del propio deseo, cuanto del caso particular
de una mujer que vive una y otro con dificultad, lo que acaba condicionando su vida
de tal modo que ella, para sí misma, se convierte en un enigma, doloroso.
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