La vida de Beau Brummell, el Petronio inglés de un
apabullante Peter Ustinov como Príncipe de Gales.
Título original: Beau Brummell
Año: 1954
Duración: 113 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Curtis Bernhardt
Guion: Karl Tunberg. Obra:
Clyde Fitch
Reparto: Stewart Granger; Elizabeth Taylor; Peter Ustinov; Robert Morley;
James Donald;
James Hayter; Rosemary Harris; Paul Rogers; Noel Willman; Peter Dyneley;
Charles Carson; Ernest Clark; Peter Bull; Mark Dignam.
Música: Richard Addinsell
Fotografía: Oswald Morris.
Pues ya había visto y criticado
dos excelentes películas de Bernhardt, Retorno al abismo y La egoísta,
con Bogart y Bette Davis, respectivamente, como para no ceder a la tentación de
este retrato de época interpretado por un actor que no está entre los míos
predilectos, Stewart Granger, pero que aquí da el do de pecho y cumple a la
perfección, en dura pugna con una excelsitud de actor como es Peter Ustinov,
perfecto en el papel de Príncipe de Gales, futuro Jorge IV, y con un timbre de voz notablemente parecido a
quien hizo de Príncipe de Gales en The Crown, Josh O’Connor. Hasta esta
mañana no he comprobado que se trataba de la biografía de un personaje real,
aunque la película lo daba a entender, por la realeza británica aludida y por
la presencia de Lord Byron, amigo del prototipo del dandy, modelo de otros por
venir.
La historia de
George Bryan Brummell, tan elegante en buena parte de su triunfo como patética
en su triste final, que la película de Bernhardt «maquilla» notablemente, ha
tenido cierto éxito en el cine, algo que ni siquiera imaginaba, porque desconocía
absolutamente todo lo relacionado con este personaje histórico, sin duda porque,
físico obliga, soy más del gañan
style que del dandismo. Hay una película muda de 1924, El árbitro de la
elegancia, de Harry Beaumont, interpretada magníficamente por John
Barrymore y con un desarrollo más ajustado a la historia, prisión de sus
últimos días incluida y un juego de presencias evanescentes de sus días de
triunfo cuando la locura por la sífilis se ha apoderado de él. Hay otra, argentina,
El hermoso Brummel, de Julio Saraceni, cómica, que juega con el equívoco
de tomar a su criado por el bello Brummell en su huida a Escocia cuando cae en
desgracia ante el Príncipe de Gales y, tan «recientemente» como en 2006, se rodó
para la BBC Beau Brummell: Un hombre encantador, de Philippa Lowthorpe,
muy centrada en la vertiente de la moda, con un exceso de interiores y con el
triunfador de Downton Abbey, Hug Bonneville en el papel de Príncipe de
Gales, que queda bastante lejos del despliegue de producción de la película de
Bernhardt.
El inicio, una
parada militar del regimiento de húsares que dirigía el Príncipe de Gales, en
el que Brummell se exhibe con cierto descaro y se planta ante el Príncipe,
quien manda arrestarlo, dará paso a 8una historia de amor con una bellísima Elizabeth
Taylor y a una fidelísima historia de amistad entre el dandi y el Príncipe, de
naturaleza obesa y amante no solo del buen yantar, sino también del sexo al por
mayor, el juego y cualquier capricho propio de su personalidad voluble y algo
infantiloide, a juzgar por cómo aparece en la película, pero, en la realidad,
se trataba de un hombre formado, amante d ela lectura, del conocimiento y, sobre
todo, de la música, algo que si aparece en el retrato de la película. Brummell,
por su parte, coincide con el Príncipe, ambos se llaman George, en una
exquisita formación en Eton y en Oxford, dondme adquirió fama de bon vivant y,
sobre todo, lo más apreciado en los círculos cortesanos: ser un hombre de
ingenio, del que en la película se dan muestras casi constantemente, además del
sólido temperamento de triunfador en el trivial arte del triunfo social por el
aspecto. La comparación con Petronio, el famoso «árbitro de la elegancia» en la
Roma de Nerón, viene al talle y al pelo, sobre todo al pelo, porque el dictado
de Brummell iba desde el peinado natural que destierra los clásicos pelucones, hasta
el uso del pantalón de color oscuro que destierra los bombachos y las medias,
amén de unas medidas de higiene personal que, en su caso, ni siquiera desdeñan
los famosos baños en leche al estilo de Cleopatra.
La película,
con un tecnicolor muy marcado que pone de relieve el suntuoso vestuario creado
para la película según la moda de aquel tiempo, se aúna con una puesta en
escena lujosa que recrea los barrocos escenarios recargados propios de la corte
inglesa. De hecho, nos llamó la atención, durante el rodaje, las referencias a
Brighton, pero luego supe, por la información, que el Príncipe de Gales fue el
responsable de la creación del Royal Pavillion de Brighton, de inspiración
oriental, una de sus principales atracciones turísticas, como tuvimos
oportunidad de comprobar un verano de hace muchos años.
Hacía falta un
actor de buena planta —aunque Brummell se jactaba de no haber hecho en su vida
ejercicio físico alguno— y un aire de afectada superioridad para dar
verosimilitud al personaje, algo que Stewart Granger consigue, del mismo modo
que cuando cae en desgracia y ha de huir a Calais para evitar ser llevado a la
cárcel por sus acreedores —algo que no podría evitar con los acreedores
franceses, porque Brummell vivió siempre, incluso en sus días de triunfo,
absolutamente endeudado, pero protegido por su amistad con el Príncipe— consigue
transmitir la congoja y el miedo a la pobreza que forzosamente se apodera de
él, teniendo que vivir en una mísera alcoba donde, al parecer, perdida la
razón, «representaba» los festines con que salía agasajar a sus nobles
invitados.
Como la vida exitosa
de Brummell apenas dura una decena de años y está envuelto en no pocas intrigas
de su época, como el intento del Príncipe de declarar loco a su padre para
poder sucederle en el trono, lo que consigue en parte, convirtiéndose en
Regente, muy marcado por los políticos del Parlamento, la película transcurre,
propiamente, a uña de caballo, y echamos en falta cierto reposo para «asentar»
la personalidad del protagonista, a quien poco menos que se define desde el
principio, cuando abandona el ejército y se con vierte en el amigo íntimo y consejero
del Príncipe, sin que, de su rico anecdotario, sobrevivan algunas muestras como
la de limpiar las botas con cava o no quitarse el sombrero ante nadie para no
descomponer su estampa. Dado ese vértigo narrativo, es muy posible que, en
nuestros días, el personaje dé más de sí para una serie, que solo los
británicos pueden hacer, dada su tradición, que para una película. Tengamos
presente que Brummell heredó una fortuna de su padre y que la empleó en
instalarse como un noble; que gastó un capital en el juego y que nunca
consideró que endeudarse fuera algo que no debía hacer un caballero como él,
con tan buenas relaciones que le servían casi como aval, hasta la llegada de
los malos tiempos, en los que todos los acreedores se volvieron pulgas para el
can despreciado.
La película de
Bernhardt satisfará a todos los aficionados
al cine histórico, no solo por la riqueza de medios empleados para la producción,
sino por las interpretaciones, entre las que no se ha de desdeñar, aunque sea
breve, la del padre loco del Príncipe de Gales, Jorge III, interpretado por ese
gran secundario que fue Robert Morley, si bien ya hemos dicho que Ustinov y
Granger componen un hermoso duelo interpretativo que se gana nuestro favor.
El personaje
de Brummell me ha parecido tan rico, que bien merecería la pena que alguien con
buen ojo comercial promoviera una serie sobre él, porque estoy seguro de que la
fortuna lo favorecería. Una serie permitiría entrar en detalles muy
interesantes sobre el personaje que el metraje de una película, por extenso que
sea, ha de despreciar. Si tenemos en cuenta, además, lo que pudiera dar de sí la aparición de una figura como Lord Byron o el paralelismo evidente entre el final de la vida de Brummell y Oscar Wilde, esa particular
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