sábado, 10 de febrero de 2024

«Blind», de Eskil Vogt, los tortuosos caminos de la discapacidad.

Una inteligente aproximación narrativa al trauma de la ceguera sobrevenida. 

Título original: Blind

Año: 2014

Duración: 96 min.

País: Noruega

Dirección: Eskil Vogt

Guion: Eskil Vogt

Reparto: Ellen Dorrit Petersen; Marius Kolbenstvedt; Henrik Rafaelsen; Vera Vitali; Stella Kvam Young; Isak Nikolai Møller; Jacob Young; Nikki Butenschøn; Erle Kyllingmark.

Música: Henk Hofstede

Fotografía: Thimios Bakatatakis.

 

          El guionista de La peor persona del mundo, de Joachim Trier y de Copenhague no existe, de Martin Skovbjerg, vuelve a ponerse tras la cámara, después de sus dos primeros cortos, para dirigir esta ópera prima absolutamente magnética y llena de sugerencias, elipsis y sobreentendidos. Todo ello revestido con un lenguaje formal muy decantado hacia un esteticismo que se ajusta, en cierta medida, a la profunda carga psicológica de la película.

          La historia es sencilla: Una mujer ciega, y nunca sabemos si lo es de nacimiento o, como ella misma relata en una novela que escribe tomándose como sujeto de la historia, producto de un golpe sufrido en la cabeza, va distanciándose del marido, quien le reprocha que prefiera encerrarse en casa y no afrontar el hecho de reiniciar la vida social. No parece, por las heridas en las piernas y otras señales, que haga mucho que está ciega, por lo que se refuerza la identificación con la mujer de la historia cuya vida comienza a escribir, y el dominio de la escritura en el ordenador refuerza, sin embargo, la tesis de la ceguera largo tiempo sufrida, lo que acaba siendo un trasunto de la suya propia. Gracias a ese relato podemos ver el proceso que ella ha sufrido hasta quedar totalmente ciega. La narración, así pues, alterna el presente solitario de la mujer ciega en la casa familiar, hecha a unas rutinas que incluyen zonas concretas para momentos concretos y una cierta incapacidad para desenvolverse con seguridad en el piso, con una historia compleja que involucra a un amigo de su esposo, dedicado en cuerpo y alma, sobre todo corporalmente, a la pornografía virtual y a una vecina suya a quien observa como voyeur desde su pispo y con quien coincide en el súper y en el portal. Esa mujer se ha divorciado y ve a su hija los fines de semana alternos.

          Presentados los personajes, la narradora ciega concierta en su relato una cita a ciegas entre la mujer divorciada y su marido, si bien no se trata de una «traición» de él cuanto de un acuerdo explícito para que él no se prive de las relaciones sexuales que ella, ciega, ha dejado de necesitar, al menos de momento. Ello no quiere decir, sin embargo, que la protagonista haya sufrido algún proceso que afecte a su sexualidad, porque a lo largo de la narración observamos que la historia que va contando tiene, también, la finalidad no explícita de despertar su deseo. La película, así pues, juega con el deseo y la sexualidad desde esos tres planos que acaban, con suma habilidad del guion, por confluir a medida que se desarrollan los acontecimientos.

          Se trata de una historia muy íntima que, por los meandros del contrapunto narrativo, acaba provocando en el espectador una cierta inseguridad sobre los límites entre la realidad y la fantasía, sobre todo cuando asistimos a la cita del marido con la joven, quien comienza a quedarse ciega en el transcurso de la cena en el restaurante, una larga escena muy conseguida, con frecuentes fundidos en negro que actúan como cámara subjetiva que nos fuerza a ponernos en el lugar de la joven. La cita acaba con la relación sexual entre ambos que origina el embarazo de la joven, ya irremediablemente ciega. Se inicia, entonces, la «persecución de Marten, el protagonista. Cuando, tras algunas penalidades propias de quien se mueve por el mundo con absoluta inseguridad, logra dar con él en una fiesta a la que la esposa ciega no ha querido acompañarlo, por su inseguridad absoluta para conducirse fuera de su casa —y la escena de ella desorientándose a propósito para acabar chocando con la jamba de una puerta y romperse las narices es harto significativa—, tiene lugar una suerte de happening surrealista alucinógeno que se cuenta entre lo mejorcito de la película, y ello tras haber pasado por todas las vejaciones posibles antes de subir al «reservado» del piso superior, donde se produce la orgía, mientras en el inferior sigue celebrándose la fiesta a la que ella no ha querido asistir. Gracias, sin embargo, a que el guion nos permite identificar a las dos mujeres, la esposa y la embarazada, con el mismo estrafalario vestido que ridiculiza a ambas, podemos aferrarnos a la convicción del entrelazamiento de ambas historias para describir un único personaje, quien ha jugado con el espectador desde su oscuridad para que este vea lo que la narradora ha querido que viera: desde las extravagantes y humillantes tentaciones eróticas del alienado por el sexo virtual hasta la superposición de lo que ocurre y lo que ella escribe, de tal manera que las imágenes dependan de las palabras que aparecen en el ordenador, ¡y hay juegos narrativos extraordinarios al respecto!

          Las dos actrices brillan a un nivel extraordinario en sus difíciles papeles. Tanto la que aparece ciega desde el principio, Ellen Dorrit, como quien representa el proceso que ella ha sufrido Vera Vitali. A cual mejor. La elegante distancia de la esposa, quien va recuperando la posesión de su propio cuerpo y de su sexualidad a medida que avanza la historia, le permite al director unos planos muy de la tradición bergmaniana, porque nos adentran en su torturada intimidad de la que el vino que consuela y la letra que ilumina van sacándola poco a poco. Impresiona el modo como ella va dominando la oscuridad de su reino hasta erigirse en la Señora de su destino, a través de una historia que  la otra mujer vivirá como un infortunio al que hace frente con el mejor de los ánimos y la esperanza intacta, mientras se estrecha su relación con el alienado por el sexo virtual, incapaz de tener una relación física con ninguna mujer.

          La historia, insisto, progresa a través de intrincadas relaciones entre la ficción y la realidad, y esa es una de las mejores bazas de la película: generar incomodidad en el espectador, a quien le es dada la última palabra sobre cuanto ocurre en la pantalla. ¡Y qué final de serpiente tentadora…! ¡Apoteósico!

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