Una inteligente aproximación narrativa al trauma de la ceguera sobrevenida.
Título original: Blind
Año: 2014
Duración: 96 min.
País: Noruega
Dirección: Eskil Vogt
Guion: Eskil Vogt
Reparto: Ellen Dorrit
Petersen; Marius Kolbenstvedt; Henrik Rafaelsen; Vera Vitali; Stella Kvam Young;
Isak Nikolai Møller; Jacob Young; Nikki Butenschøn; Erle Kyllingmark.
Música: Henk Hofstede
Fotografía: Thimios
Bakatatakis.
El guionista
de La peor persona del mundo, de Joachim Trier y de Copenhague no
existe, de Martin Skovbjerg, vuelve a ponerse tras la cámara, después de
sus dos primeros cortos, para dirigir esta ópera prima absolutamente magnética
y llena de sugerencias, elipsis y sobreentendidos. Todo ello revestido con un
lenguaje formal muy decantado hacia un esteticismo que se ajusta, en cierta medida,
a la profunda carga psicológica de la película.
La historia es
sencilla: Una mujer ciega, y nunca sabemos si lo es de nacimiento o, como ella
misma relata en una novela que escribe tomándose como sujeto de la historia, producto
de un golpe sufrido en la cabeza, va distanciándose del marido, quien le
reprocha que prefiera encerrarse en casa y no afrontar el hecho de reiniciar la
vida social. No parece, por las heridas en las piernas y otras señales, que haga
mucho que está ciega, por lo que se refuerza la identificación con la mujer de
la historia cuya vida comienza a escribir, y el dominio de la escritura en el
ordenador refuerza, sin embargo, la tesis de la ceguera largo tiempo sufrida, lo
que acaba siendo un trasunto de la suya propia. Gracias a ese relato podemos
ver el proceso que ella ha sufrido hasta quedar totalmente ciega. La narración,
así pues, alterna el presente solitario de la mujer ciega en la casa familiar,
hecha a unas rutinas que incluyen zonas concretas para momentos concretos y una
cierta incapacidad para desenvolverse con seguridad en el piso, con una
historia compleja que involucra a un amigo de su esposo, dedicado en cuerpo y
alma, sobre todo corporalmente, a la pornografía virtual y a una vecina suya a
quien observa como voyeur desde su pispo y con quien coincide en el súper y en
el portal. Esa mujer se ha divorciado y ve a su hija los fines de semana
alternos.
Presentados
los personajes, la narradora ciega concierta en su relato una cita a ciegas
entre la mujer divorciada y su marido, si bien no se trata de una «traición» de
él cuanto de un acuerdo explícito para que él no se prive de las relaciones
sexuales que ella, ciega, ha dejado de necesitar, al menos de momento. Ello no
quiere decir, sin embargo, que la protagonista haya sufrido algún proceso que
afecte a su sexualidad, porque a lo largo de la narración observamos que la
historia que va contando tiene, también, la finalidad no explícita de despertar
su deseo. La película, así pues, juega con el deseo y la sexualidad desde esos
tres planos que acaban, con suma habilidad del guion, por confluir a medida que
se desarrollan los acontecimientos.
Se trata de
una historia muy íntima que, por los meandros del contrapunto narrativo, acaba
provocando en el espectador una cierta inseguridad sobre los límites entre la
realidad y la fantasía, sobre todo cuando asistimos a la cita del marido con la
joven, quien comienza a quedarse ciega en el transcurso de la cena en el
restaurante, una larga escena muy conseguida, con frecuentes fundidos en negro
que actúan como cámara subjetiva que nos fuerza a ponernos en el lugar de la
joven. La cita acaba con la relación sexual entre ambos que origina el embarazo
de la joven, ya irremediablemente ciega. Se inicia, entonces, la «persecución
de Marten, el protagonista. Cuando, tras algunas penalidades propias de quien
se mueve por el mundo con absoluta inseguridad, logra dar con él en una fiesta
a la que la esposa ciega no ha querido acompañarlo, por su inseguridad absoluta
para conducirse fuera de su casa —y la escena de ella desorientándose a propósito
para acabar chocando con la jamba de una puerta y romperse las narices es harto
significativa—, tiene lugar una suerte de happening surrealista alucinógeno que
se cuenta entre lo mejorcito de la película, y ello tras haber pasado por todas
las vejaciones posibles antes de subir al «reservado» del piso superior, donde se
produce la orgía, mientras en el inferior sigue celebrándose la fiesta a la que
ella no ha querido asistir. Gracias, sin embargo, a que el guion nos permite
identificar a las dos mujeres, la esposa y la embarazada, con el mismo
estrafalario vestido que ridiculiza a ambas, podemos aferrarnos a la convicción
del entrelazamiento de ambas historias para describir un único personaje, quien
ha jugado con el espectador desde su oscuridad para que este vea lo que la
narradora ha querido que viera: desde las extravagantes y humillantes
tentaciones eróticas del alienado por el sexo virtual hasta la superposición de
lo que ocurre y lo que ella escribe, de tal manera que las imágenes dependan de
las palabras que aparecen en el ordenador, ¡y hay juegos narrativos
extraordinarios al respecto!
Las dos
actrices brillan a un nivel extraordinario en sus difíciles papeles. Tanto la
que aparece ciega desde el principio, Ellen Dorrit, como quien representa el
proceso que ella ha sufrido Vera Vitali. A cual mejor. La elegante distancia de
la esposa, quien va recuperando la posesión de su propio cuerpo y de su sexualidad
a medida que avanza la historia, le permite al director unos planos muy de la
tradición bergmaniana, porque nos adentran en su torturada intimidad de la que
el vino que consuela y la letra que ilumina van sacándola poco a poco.
Impresiona el modo como ella va dominando la oscuridad de su reino hasta
erigirse en la Señora de su destino, a través de una historia que la otra mujer vivirá como un infortunio al
que hace frente con el mejor de los ánimos y la esperanza intacta, mientras se
estrecha su relación con el alienado por el sexo virtual, incapaz de tener una
relación física con ninguna mujer.
La historia,
insisto, progresa a través de intrincadas relaciones entre la ficción y la
realidad, y esa es una de las mejores bazas de la película: generar incomodidad
en el espectador, a quien le es dada la última palabra sobre cuanto ocurre en
la pantalla. ¡Y qué final de serpiente tentadora…! ¡Apoteósico!
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