jueves, 4 de julio de 2024

«Kinds of Kindness», de Yorgos Lanthimos o la receta aligerada.

Entre lo gratuito y la transgresión forzada: un retrato de la alienación de la lealtad.

 

Título original: Kinds of Kindness.

Año: 2024

Duración: 165 min.

País: Irlanda

Dirección: Yorgos Lanthimos

Guion: Efthymis Filippou, Yorgos Lanthimos

Reparto: Emma Stone; Jesse Plemons; Willem Dafoe; Margaret Qualley; Hong Chau; Joe Alwyn; Mamoudou Athie; Hunter Schafer; Susan Elle; Merah Benoit; Elton LeBlanc; Cynthia LeBlanc; Rose Bianca Grue; Krystal Alayne Chambers; Jess Weiss; Victoria Harris;

Ja'Quan Monroe-Henderson; Timothy Hinrichs; Nathan Mulligan; Julianne Binard; Tessa Bourgeois; Tremayne Cole; Christian M. Letellier.

Música: Jerskin Fendrix

Fotografía: Robbie Ryan.

 

          Parece que Lanthimos ha creado un núcleo artístico junto a Emma Stone y Willem Dafoe decidido a ir más allá de un planteamiento tan «domesticado» como el de la superproducción oscarizable y adentrarse en los terrenos que le hicieron ganarse un nombre entre los cinéfilos de medio mundo. De hecho, el guionista es el mismo  de Canino y Langosta, dos de sus obras emblemáticas. En esta ocasión, director y guionista han optado por un formato de episodios que, demasiado artificialmente, mantiene un tenue hilo conductor a través de la creación de un personaje que protagoniza cada uno de los episodios, en este caso, los dos primeros con Jesse Plemons, adueñándose del relato, con una magnífica interpretación del hombre alienado y blandengue al que los escrúpulos morales para cometer un asesinato gratuito, en el primer episodio, están a punto de arruinarle completamente la vida, que depende en su integridad de la generosidad de su jefe, un Dafoe por encima del bien y del mal, si bien su culto al descontrol, a la ira, a la liberación del instinto —simbolizada en el regalo carísimo de una raqueta rota por McEnroe— queda muy lejos de una película tan turbadora como Crash, de Cronenberg, por poner un ejemplo señero de mundos distópicos o simplemente retorcidos, como el amasijo de chapa y motor de los coches accidentados.

Sin apenas extras, los tres relatos se centran en las personas que los protagonizan, en escenarios muy concretos, con escasos exteriores, salvo el último episodio, protagonizado de forma «eléctrica» por Emma Stone, aunque con mejores recursos dramáticos que su estereotipada actuación en Pobres criaturas, tan esperpéntica como pueril. Salto hacia el tercer episodio porque guarda con el primero un mismo planteamiento y en ambos Dafoe encarna la figura del maestro, gurú, mentor o protector capaz de disponer de las vidas ajenas, sometidas al aura de su superioridad. El personaje de Stone es una mujer casada, con una hija, a la que echa de menos, que se dedica, junto con Plemons a buscar un ser con poderes especiales que asegura la eternidad, porque, mediante la imposición de manos no solo es capaz de curar cualquier herida, sino incluso de hacer resucitar a los muertos. Nada diferencia la secta descrita en la película —incluido el lujo puesto al servicio del hombre santo— de las muchas destructivas que aparecen día sí y al otro también en las crónicas de «sucesos» de los diarios, y con mayor frecuencia en Usamérica. La descripción de las «prácticas» de sumisión al líder y otros extremos del relato no o suponen nada nuevo, aunque la infracción cometida por la devota, quien es engañada por su marido, que la droga para violarla, la convertirá en una apestada, lo que la lleva a intensificar la búsqueda de la «sanadora» que le abrirá, de nuevo, las puertas de la secta, fuera de la cual le es imposible, ya, vivir.

El episodio central es una variación muy libre de El regreso de Martin Guerre, de Daniel Vigne, o del remake usamericano Sommersby, de Jon Amiel. La mujer de un policía, que ha sido rescatada del naufragio al que ha sobrevivido varias semanas en una isla, es recibida por su marido con una gran extrañeza, porque advierte un comportamiento en ella muy lejano del habitual de su esposa. Poco a poco, el hombre, obsesionado por lo que entiende que es una incomprensible suplantación de personalidad, como si le hubiera llegado un clon a casa, en vez de su mujer, va trastornándose lentamente, y ello hasta el punto de perder los nervios, los papeles y usar el arma reglamentaria, con enorme daño, en un control rutinario a dos jóvenes algo «entonados». El psiquiatra del cuerpo policial le da la baja y lo medica, y aunque él parece responder, la relación con el «doble» de su mujer se envenena y deriva hacia una relación tóxica que tiende a probar que él no anda equivocado, a pesar de las pruebas escalofriantes que lo demuestran. Esta parte intermedia reúne ingredientes muy propios del cine de Lanthimos, pero la normalidad del contexto en el que se desarrolla la historia, sobre todo la relación con su compañero de patrulla y la mujer de este, priva a la historia de esos contextos surrealistas tan significativos en las obras anteriores de Lanthimos.

La desigual longitud de los tres episodios y su muy forzada conexión no impide que, sobre todo a través de la aparición de los mismos actores en los tres episodios, bien con carácter protagonista bien como secundarios, haya una cierta unidad de planteamiento, dado el tema fundamental de la sumisión alienada, si bien en el episodio central lo que hay es una rebelión contra ese imperativo de acatar la realidad, máxima cuando esta choca tanto con lo aceptado hasta ese momento.

          Cualquiera que haya visto sus obras primeras se percatará de la dulcificada propuesta de este tríptico, quizás algo amanerado y sin afán de transgredir realidades muy sólidamente establecidas. Se mantiene la tendencia a la abstracción, sobre todo en el primer episodio, en el que el personaje se mueve en una suerte de despoblado mundo fantasmal sin exigencias morales, y en el que la sumisión es la fuente de la vida «ordenada», segura y tranquila. Ahí Plemons se supera a sí mismo y es capaz de atravesar su accidentada relación con su jefe con un buen manojo de recursos expresivos que, más allá de la trivialidad del argumento, seduce al espectador. Tras el primero, el segundo deriva temáticamente y solo Plemons lo salva, a nivel interpretativo. El tercero, con una Stone demasiado envarada, discurre por cauces excesivamente tópicos, aunque la santa sanadora añade, en las escenas finales, un interés del que carecía el episodio hasta entonces.    


P.S. Varios jovencitos no acabaron la sesión en los Renoir Floridablanca

 y salieron de naja antes del preceptivo The End.  

2 comentarios:

  1. Leo más reseñas en este blog de cine que películas veo en un mes. Esta tan poco la conozco, no comprendo como viviendo en un mismo mundo dos personas pueden tener referentes tan dispares. Esta no me la apunto porque esa estructura que describes me sacaría de ese elemento de racionalidad contenida que debe ser la ficción, me haría demasiado consciente de estar ante algo artificial y porque no veo alegría en ninguna de las historias, y por alegría no digo humor o bromas sino esa íntima calidad humana que nos permite afrontar la vida sin caer en la desesperanza.

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  2. No sé si disculparme..., pero, jubilado como estoy, el clásico nulla die sine linea, lo he convertido en nulla side sine película...

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