La imposible inocencia de las criaturas con poderes heterodoxos.
Título original: De
uskyldige
Año: 2021
Duración: 113 min.
País: Noruega
Dirección: Eskil Vogt
Guion: Eskil Vogt;
Reparto: Rakel Lenora Fløttum; Sam Ashraf; Alva Brynsmo
Ramstad; Kadra Yusuf;
Ellen Dorrit Petersen;
Morten Svartveit; Mina Yasmin Bremseth Asheim; Marius Kolbenstvedt; Lisa Tønne;
Birgit Nordby; Kim Atle Hansen; Irina Eidsvold Tøien; Nor Erik Vaagland
Torgersen; Tone Grøttjord-Glenne.
Música: Pessi Levanto
Fotografía: Sturla Brandth
Grøvlen.
Vi Blind
y supe que Vogt había sido el guionista de dos películas que también había
visto Copenhague no existe, de Martin Skovbjerg y La peor persona del
mundo, de Joachim Trier, ambas muy interesantes, pero quedé algo saturado
de cine nórdico y no di el paso de ver la presente The innocents, y solo
ahora sé que fue una decisión absolutamente equivocada. «Niños» y «poderes
paranormales» era una asociación que intuí poco atractiva. ¡Qué ceguera la de
mi intuición! The innocents bebe en la poderosa fuente que asocia a las
criaturas con el Señor de las moscas, y, acaso por su latitud fílmica, no tardé
en asociarla yo a mi vez con aquella maravilla, Déjame entrar, de Tomas
Alfredson.
El
planteamiento, muy propio de las películas de terror, nos introduce en la
llegada de una familia a un barrio residencial, donde acaban de instalarse.
Tienen dos hijas, una mayor, autista, y otra pequeña cuyo resentimiento y celos
hacia y de la mayor se nos comunican en la primera escena, cuando, sentadas
ambas en la parte de atrás del coche, le pega un pellizco inmisericorde a la
hermana en el brazo sin que esta haga el más mínimo gesto de sentir el dolor.
La madre envía a la hija a explorar los alrededores, por si encuentra algunos
niños con los que pueda jugar. Es verano y son pocos los chiquillos que
merodean por el parque, los columpios o los alrededores. Hay otros,
adolescentes, que no quieren compartir el balón con los «pequeños», una escena
que tendrá su terrible segunda parte más adelante.
La niña,
Ida, no tarda en entablar contacto con
otro niño, de origen paquistaní , quien, jugando, le hace una demostración de
un poder mental que la sorprende: desplazar una piedra que la niña deja caer
para impactar unos metros más allá de donde debería haberla clavado la ley de
la gravedad. Es tan grande el entusiasmo de la niña, que acaso él sea el
causante directo de despertar en el niño el espíritu de superación de sus
propias facultades, entre las que está la telepatía, por supuesto. Parte del
grupo se hará enseguida otra niña del mismo origen, Aisha, quien,
sorprendentemente, va a establecer una relación privilegiada con la hermana
autista de Ida, Anna, a quien incluso va a dictarle, mentalmente, algunas
palabras y frases que acabarán generando en los padres la falsa esperanza de
que su hija puede iniciar un camino de superación de su trastorno, que tanto
molesta a su hermana, hasta que…, en efecto, hasta que los vecinos portentosos
descubren que ella es portadora de los mismos poderes que ellos.
Como si se
tratara de una maldición, y por esas frágiles relaciones sociales de los niños,
tan prestos al amor apasionado como al odio profundo, no tardarán en aparecer
las disensiones entre ellos, aunque, en dos familias de padres ausentes y
madres omnipresentes, serán estas las principales damnificadas. Todo este
tejido de socialización demoniaca ocurre a plena luz del día y en la
semipenumbra de una escalera por cuyo hueco dejan caer a un gato para comprobar
si cae de pie y si el poseedor principal de tantos recursos logra evitarle el
costalazo y regalarle una de sus siete vidas. Todo sucede, además, al margen de
los adultos, que aparecen como instancias cuidadoras, pero no necesaria ni
imperativamente represoras, aunque sí muy cargantes, al menos en los casos de
los dos jóvenes hijos de inmigrantes, aunque asimilados plenamente, parece, a
la vida noruega. Solo una lectura superficial e intencionada podría acusar a la
historia de un rasgo xenófobo, sobre todo porque, como se demuestra más
adelante, esos superpoderes están más extendidos de lo que parece. Sí que
identificar al mal con Ben, dados sus rasgos medioorientales, tiene sus
riesgos, pero una vez aceptada la premisa de que todos los residentes en ese complejo
residencial comparten un mismo nivel de vida, y dado el antecedente de la
mínima crueldad de Ida para con su hermana autista, bien puede no hacerse distingos.
Lo atractivo
de la película es la aparente calma chicha que reina en toda ella, el sosiego
del tiempo veraniego que nunca acaba de pasar, sobre todo para los niños. Los
alrededores del edificio, además, ofrecen una serenidad que solo quienes vivimos en el centro de una
ciudad tan *turistizada, ruidosa y sucia como Barcelona, podemos apreciar en lo
muchísimo que vale. No es una película de diálogos, porque todo gira en torno a
las mínimas relaciones establecidas entre esas cuatro almas solitarias que dejan
pasar las horas hasta que eso tan humano del «ir más allá» se mezcla con una
vena maléfica que Ben, como un auténtico poseído, exhibe sin acabar de tener
clara conciencia del alcance de sus actos, aunque se complazca en ellos, por
supuesto y, poco a poco, se vaya creciendo hasta potenciar un dominio que le
garantice el control absoluto de lo que le rodea.
Los planos
panorámicos, las inversiones de cámara, como en el seguimiento del vuelo del
avión, o ciertos primeros planos inquietantes de las criaturas van tejiendo una
narración que llega a causarnos escalofríos y a sentir auténtico miedo, del
legítimo, del que no necesita aspavientos ni sustos ni monstruos ni vísceras…,
por eso, salvando las distancias, la relacionaba yo con Déjame entrar,
aunque en este el lejano antecedente de Carrie, de Brian de Palma. Ni
siquiera la música, que nos envuelve en esa marea magnética de unos poderes
invisibles, pero contundentes, ha tenido la tentación de convertirse en
principal auxiliar del terror que se le va metiendo al espectador poco a poco muy
adentro. Y cabe añadir, porque tampoco se trata de destripar un argumento cuyos
detalles son de capital importancia, que lo verdaderamente notable en la película
es la gestación de la atmósfera en cuyo seno se producen esos momentos
estelares y terribles.
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