jueves, 8 de agosto de 2024

«Mal vivir» y «Vivir mal», de João Canijo, un díptico magistral sobre las mujeres, sus dichos y sus hechos, sus silencios y sus pasividades.

Un exquisito tejido de vidas cruzadas y doloridas en el marco neutro de un hotel semivacío.

 

Título: Mal Viver

Año: 2023

Duración: 127 min.

País: Portugal

Dirección: João Canijo

Guion: João Canijo

Reparto: Anabela Moreira; Rita Blanco; Madalena Almeida; Cleia Almeida; Vera Barreto; Nuno Lopes; Filipa Areosa; Leonor Silveira; Rafael Morais; Lia Carvalho; Beatriz Batarda; Carolina Amaral; Leonor Vasconcelos.

Fotografía: Leonor Teles.

 

Título original: Viver Mala

Año: 2023

Duración: 124 min.

País:  Portugal

Dirección: João Canijo

Guion: João Canijo

Reparto: Nuno Lopes; Filipa Areosa; Rita Blanco; Leonor Silveira; Rafael Morais; Lia Carvalho; Beatriz Batarda; Carolina Amaral; Leonor Vasconcelos; Anabela Moreira; Madalena Almeida; Cleia Almeida; Vera Barreto.

Fotografía: Leonor Teles.

 

          El cine portugués, tan cerca, tan lejos. Y cuando uno se asoma, guiado por los virtuosismos que ha visto siempre en él, se lleva descomunales sorpresas, como la de este díptico trágico, sombrío, desesperanzado y doliente que recorre la vida de un puñado de mujeres que conviven durante unos días en un  hotel deficitario que ha sido, sin embargo, el negocio que ha mantenido unida a una familia. Estamos ante un prodigio de guion y de realización, con unas interpretaciones que, aunque puedan parecer hieráticas o demasiado trágicas, por fuerza han de serlo, porque las emociones y las desesperaciones que albergan esas mujeres y los huéspedes del hotel conforman una suerte de radiografía del dolor de vivir que, curiosamente, se manifiesta en una canción que, acompañando los títulos de crédito de la primera parte del díptico, resume perfectamente cuanto hemos visto. Se trata de la canción de la gran fadista Amàlia Rodrigues, Extraña forma de vida. Después de un suceso trágico, del que nos enteramos tras un plano fijo que nos permite entrever el amanecer desde el interior del hotel, creando un hermoso cuadro con el primer plano de la piscina, los árboles que rodean el perímetro del hotel y el vasto paisaje posterior que sitúa lejos del enclave silencioso y apartado, el bullicio de la vida de la ciudad en la que algunos de los personajes proyectan sus vidas llenas de complejidad, aparecen los títulos de crédito y suena ese fado lleno de desengaño y de incomprensión ante la propia vida, y parece que solo entonces nos hacemos cargo de lo que la historia nos cuenta.

          A un hotel regentado por una madre y sus hijas, llega una nieta tras la muerte del padre, divorciado de una de sus hijas, una mujer altiva, neurótica, que solo parece vivir para el negocio, en el que trabaja impecablemente y para su perrita faldera, Alma, pura proyección del desdoblamiento de su interior desolado y de la pérdida de la hija que prefirió al padre y que ahora se presenta sin que haya entre ambas la más mínima cordialidad. La abuela, tiránica como Bernarda Alba, pero sin «macho» que galvanice el deseo de las hijas, es cruel con la madre de su nieta, pero dulce con esta, de cuya parte se pone siempre para impedir que la madre logre atraerla a su tenebroso mundo de resentimiento, incomprensión y altivez. Digamos, para que se me entienda, que esta relación apenas es un simple aperitivo de todas las que vendrán a lo largo del díptico. La primera aparte acaba con el suicidio de la madre, no revelo nada que no entre dentro de la «lógica de las cosas», pero la segunda no parte de él, sino que volvemos de nuevo al inicio y nos replanteamos la historia desde la perspectiva de los nuevos personajes que han ido llegando al hotel. Curiosamente, no faltan, tampoco, las madres acaparadoras, seductoras y manipuladoras, como sucede con la pareja lesbiana que la madre se empeña en romper, porque, a su entender, la amante de la hija no quiere más que explotarla, vivir a su costa y desviarla del camino que ella, la madre, ha trazado con pulso firme para que su hija alcance lo mejor en la vida.

          Desde el inicio de la segunda parte del díptico, aunque por lo que acabo de decir no cabe hablar de primera y segunda parte, ese es el error en que yo caí cuando acabé de ver la primera entrega y me esperaba un desarrollo que en modo alguno llegó; solo porque sería un absurdo sistema de realización contar algo y volverlo a recontar desde la perspectiva de una parte de los personajes que aparecen en esa secuencia narrativa, hablamos de primera y segunda parte, pero lo propio es hablar de una unidad en pluriperspectiva de unas vidas que — ¡y menudo acierto el de la realización!— pasan del primer al segundo plano sin desaparecer completamente. Contantemente, fuera de plano, se oyen las voces de lo que acabamos de ver y que ha sucedido de forma simultánea a lo que estamos viendo, de lo cual, en la primera entrega ya conocimos algo en parte, como de pasada. Lo que está claro es que la complejidad narrativa es un acierto fantástico de la película, aunque no es menos cierto que la primera entrega se centra exclusivamente en la unidad familiar que regenta el hotel, y tiene su propio desenlace, y que la segunda entrega se centra en los invitados, que tienen, a su vez, sus propios desenlaces. Una pareja en crisis, él fotógrafo, ella «influencer», va a escenificar la acritud del desapego y la brusquedad de la separación, pero…, y ahí sí que he de callar por más que los dudosos lectores de estas líneas pretendan que me salte todos los códigos éticos de los críticos de cine. Otra pareja, con crisis no menor, es, en realidad, un trío buñuelesco en el que el amante de la hija «atiende» eróticamente a la suegra con la vista puesta en la herencia del marido recién muerto, pero… y vale lo escrito ut supra.

          Sí, es una película descriptiva, llena de retratos emocionales profundos y nada gratos, en los que la figura de la madre se contempla casi como una institución depravada y engendradora, a su vez, de todos los agravios y maldades. Está claro, sin embargo, que no hay madres autoritarias sin hijas sumisas, y si estas tienen la acusada personalidad de no tener ninguna el conflicto se vuelve ontológico, y comienzan las reflexiones amargas en forma de queja y rencor, mientras, al mismo tiempo, hay una búsqueda de «la madre» como un ser mitológico que ha de llenar nuestras expectativas y, sobre todo, ha de serenarnos, apaciguarnos y consolarnos por el atroz destino que a algunos les ha sido dado vivir. Recuerdo que la relación dependiente del fotógrafo con su madre es uno de los factores de disensión en el seno de la pareja, al margen de las infidelidades, constantes o esporádicas, que de todo hay.

          João Canijo ha sabido sacar un partido magnífico al escenario, sobre todo en el constante juego de la visión del hotel desde fuera o del espacio de la piscina y el paisaje de fondo desde el interior. De igual manera, los espacios interiores, llenos de sombras, de pasillos y recovecos donde los personajes espían a los otros, que combaten dialéctica y emocionalmente fuera de campo, o de duchas donde se fraguan infidelidades. Hay mucho de Bergman y de la gran imitación de su cine que hizo Allen en Interiores, acaso la película cuya situación humana más estrechamente podemos relacionar con este díptico.

          Si hay algo que, además de lo ya dicho, sobresale con mucho en esta película ello son las interpretaciones de todos los a actores y actrices cuyo dominio de las miradas, de los gestos y de las pocas palabras que tejen las historias, porque no es una película locuaz, sino llena de silencios, sobreentendidos y malentendidos; y cuando el verbo se desata, arrastra tras él una explosión del alma que lo deja todo perdido y a los espectadores acongojados ante un desnudamiento tan intenso y profundo de vidas tan conflictivas. No hay paripé ni impostura ni afectación… Dolor profundo, emociones intensas, y esa gran incomprensión que a veces nos producen las reacciones ajenas, contra todas nuestras expectativas.

          A veces me pregunto cómo es posible que más allá de nuestra porosa frontera con Portugal se haga este cine que acabo de ver: todo medido, todo exhibido: una fusión perfecta entre espacio interior y espacio exterior. Sí, Amàlia Rodrigues lo dice con meridiana claridad: «Extraña forma de vida…».

           

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