Lo que,
siendo, pudo haber sido y se quedó en verso trunco de la obra excepcional del visionario e irrepetible Erich von Stroheim.
Título original: Queen Kelly
Año: 1929
Duración: 95 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Erich von
Stroheim
Guion: Erich von Stroheim
Reparto: Gloria Swanson; Walter
Byron; Seena Owen; Wilhelm von Brincken; Madge Hunt; Florence Gibson: Tully
Marshall.
Música: Adolph Tandler (Película muda)
Fotografía: Ben Reynolds,
Gordon Pollock, Paul Ivano (B&W).
No es normal
que una película inacabada, excepto en la versión adulterada a la que puso fin
la actriz y productora junto al
patriarca del clan Kennedy, Gloria Swanson, y que solo se vio en Europa; no es
normal, digo, que conste en la Historia del Cine como uno de sus grandes hitos.
Al margen de la versión forzada por la actriz, de 71 minutos, hay otra versión
que recoge lo rodado por Stroheim para la segunda parte de la película y que se
complementa con fotos de aquel rodaje en las partes que faltan.
Sí, ver La reina Kelly pertenece al
ámbito de la cinemanía, lo admito, pero, dada la envergadura del director de Avaricia
o Esposas frívolas —también «recortada» por los productores—, casi me
parece «de obligada visión» esta fantasía romántica en dos partes tan definidas
por contraste que parece haber inspirado una de las obras maestras de David Lynch,
Terciopelo azul. Me gusta imaginar a ciertos directores actuales «colgados»,
a solas, en sus casas, de las grandes películas del cine mudo y tomando buena
nota de tantísimos hallazgos de todo tipo que en ellas pueden encontrarse. En
Reina Kelly, el contraste entre la sublimación del amor romántico y la depravación
del mundo del burdel, teniendo en ambos mundos a la misma protagonista, es de
un poder visual casi hipnótico.
La película es una obra maldita, que no se
vio en Usamérica y que solo se explotó en Europa en la versión «dulcificada»
impuesta por la protagonista y productora Gloria Swanson, quien habla
horrorizada de cómo Von Stroheim la engañó sobre el verdadero contenido del guion,
ella creyó que lo que Stroheim rueda como un burdel, era un Music-hall, hasta
que se percató de ello y decidió despedirlo y completar el final de la
película, con lo que ya había sido rodado, a su gusto. A ello se prestó Richard Boleslawski, ayudado por el maestro de
cinematografistas Gregg Toland. Pero la actual versión que podemos ver, con la
parte africana de la historia nos permite imaginar con absoluta propiedad que,
de haber rodado Stroheim lo que tenía en mente y en su guion, hoy estaríamos
hablando de una de las mejores películas de la Historia del Cine, algo que ya lo
es con los impresionantes pecios que han sobrevivido al naufragio.
La
primera parte de la historia nos muestra., en un comienzo visual hermosísimo, el
doble desfile de los soldados a caballo y de las estudiantes de un convento,
todas vestidas de blanco, que se cruzan en un momento dado, estableciéndose un
seductor intercambio visual entre el príncipe que dirige el pelotón y la interna,
Kitty Kelly, protagonista de la narración. Tras un momento cómico en el que a
ella, mientras se miran, se le cae a los
tobillos la ropa interior, una secuencia con una miga erótica que se explotará
más adelante, cuando, en condición de prometido de la reina Regina V, de una de
esas famosas monarquías centroeuropeas que tanto juego dieron en el cine, desde
sus inicios, como El prisionero de Zenda, de 1913, dirigida por Edwin S.
Porter y Hugh Ford, la reina le anuncia al príncipe que se casarán al día siguiente,
dicho más como una amenaza que como una promesa de eterna felicidad. Arrebatado
por la belleza y picardía de la joven interna del convento, al príncipe no se
le ocurre otra que raptarla del recinto sagrado, para lo que llega a provocar
un conato de incendio, y después organizar una velada en sus aposentos, con
cena incluida y un final muy distinto en la imaginación de cada uno de los
personajes: la seducción sexual de él, el romanticismo del príncipe azul en
ella. Antes, ya Regina V nos ha sido presentada desnuda, ocultando su cuerpo
con un gran gato blanco y leyendo El Decamerón, por lo que la potente
deriva sexual del futuro matrimonio se nos presenta como un rasgo destacado de
la personalidad de ambos: dos depredadores natos.
Pero, al parecer, Amor, que no Eros, acaba
inoculando su dulce tósigo en el ánimo del príncipe y este cae rendido a los
encantos de la joven residente del convento quien, por cierto, en uno de los
fotogramas es encuadrada por Stroheim con un fondo que representa totalmente una
suerte de aureola santa que va a contrastar poderosamente con el devenir de la joven.
La cita es descubierta por Regina V, quien, con una fusta en la mano, se
deshace, en un memorable travelín de Su Majestad, ciega de ira y de celos,
azotando a la «rival» hasta que consigue echarla del palacio, tras lo cual la
joven, dominada por la vergüenza, decide no regresar al convento y suicidarse lanzándose
al río desde un puente, aunque es salvada por un soldado que se arroja en el
acto tras ella.
Reingresada en el convento, llega una
carta en la que se requiere su presencia, como heredera de su tía, de un
negocio en Dar es-Salam, Tanzania. Sin oficio ni beneficio, deshonrada y
perseguida por la reina, quien no ha conseguido que el príncipe Wofram renuncie
al amor de la joven, aunque eso ella no lo sabe, Kitty Kelly se embarca para la
lejana Dar es-Salam, mientras su enamorado cumple pena de cárcel por renunciar a casarse
con la reina.
La parte que se conserva de lo rodado de la parte africana se inicia con un diálogo entre dos prostitutas muy ajadas que reciben al dueño del burdel, un lisiado de ambas piernas que se sostiene con dificultades sobre sus dos muletas, y que ha mantenido a la tía, por lo que esta le pide a la sobrina que cumpla la parte del compromiso que su tía adquirió con su protector y se case con él, ante ella, en su lecho de muerte, y le duela lo que le duela, verla desposarse con un ser que se nos presenta como la encarnación de lo lascivo y repugnante, en un papel sobreactuado a la perfección por Tully Marshall. Por una coincidencia léxica, este Tully está muy cerca de nuestro «tullido», pero es, en realidad, un apellido escocés que deriva de O’Toole y que significa «poderoso».
Es inenarrable el inmenso asco y el insuperable
terror que le supone a la sobrina enlazarse matrimonialmente con un ser de tan depravada
naturaleza y deformidad física insufrible, y ahí la Swanson está a la altura
expresiva de lo que pretende Stroheim; algo que consigue solo en parte al
principio, porque para la cándida interna conventual digamos que le sobran
algunos años y le falta el «candor» que atrae al príncipe licencioso y burlón,
posteriormente consumido en la llama del puro amor de la joven. Es imposible
que Stroheim conociera el esperpento de Valle, porque no consta que su literatura
esperpéntica tuviera tan vasta difusión europea, pero la parte africana de
Reina Kelly es una muestra absoluta del esperpento en el cine. Recordemos que
la visión degradante de la segunda parte se confirma por el hecho de que Kelly
se apropie de la gestión del burdel y acabe recibiendo el título de Reina Kelly
por parte de los parroquianos, y, por supuesto, ha declinada siempre, desde el
mismo instante de casarse, de convivir con el libidinoso protector de su tía.
¡Lo que hubiera rodado Stroheim para el encuentro entre el príncipe y la reina
del burdel! Esperemos que a ningún atrevido director se le ocurra rodar un
remake en el que se incluya la parte de la historia que no fue rodada, que dfe
atrevidos así está empedrado el infierno: Psicosis, El profesor
chiflado, El quinteto de la muerte… y un aberrante y largo etcétera.
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