jueves, 13 de noviembre de 2025

«La doncella» y «Decision to leave», de Park Chan-wook, palabras mayores.



Título original: Ah-ga-ssi

Año: 2016

Duración: 145 min.

País: Corea del Sur

Dirección: Park Chan-wook

Guion: Park Chan-wook, Jeong Seo-Kyeong. Novela: Sarah Waters

Reparto: Kim Min-hee; Kim Tae-ri; Ha Jung-woo; Cho Jin-woong; Moon So-ri; Kim Hae-sook; Lee Yong-nyeo; Lee Dong-hwi; Yoo Min-chae.

Música; Jo Yeong-wook

Fotografía: Chung Chung-hoon.

 






Título original: Heojil kyolshimaka

Año: 2022

Duración: 138 min.

País: Corea del Sur

Dirección: Park Chan-wook

Guion: Jeong Seo-Kyeong, Park Chan-wook

Reparto: Tang Wei; Park Hae-Il; ; Park Yong-woo; Yoo Seung-mok; Kim Shin-young; Lee Jung-hyun;

Seo Hyun-woo; Park Jung-min; Jeong Ha-dam; Go Min-si; Go Kyung-pyo; Jung Yi-seo; Lee Hak-ju; Yoo Teo.

Música: Cho Young Wuk

Fotografía: Kim Ji-yong.

 

Los caminos inusuales del amour fou en Asia: una fábula moral y un thriller sin sorpresas.

 

          Después de una película tan floja como Lazos perversos, que difícilmente se sostiene a partir de un endeble guion y unas actuaciones peregrinas,  Park Chan-wook probó fortuna con una película «de época» que le permitía aventurarse en un mundo relativamente lejano desde una perspectiva estilizadora que, apoyada en una escenografía y vestuario magnificentes, levantaba un sólido guion lleno de giros sorprendentes que  potenciaban la historia desde una perspectiva transgresora que tiene la sexualidad, y sus perversiones,  como tema central, aunque se trata, paradójicamente, de una adaptación de la novela Falsa identidad de la escritora británica Sarah Waters. Si de Lazos perversos me pareció que el silencio crítico era lo más piadoso para una obra mediocre, de estas dos cumbres del cine actual deseo fervientemente, desde que las vi, hacer la crítica para que nadie deje de verlas, porque Chan-wook despliega en ambas un poderío creador que, sobre todo desde el punto de vista de la fotografía y el encuadre, que deja boquiabiertos a los espectadores, o al menos a quien este firma.

          La doncella tiene una estructura dividida en tres partes en las que grandes trechos de la narración se nos vuelven a contar desde la perspectiva de otros personajes. Tres son, en esta historia los personajes principales, Hideko,  la heredera de una gran fortuna, que vive con su tío y tutor, quien la adiestra para ser la gran sacerdotisa de un culto sexual de un reducido grupo de notables a quienes deleita narrando expresivamente libros eróticos. Un supuesto conde Fujiwara que está dispuesto a todo para conseguir casarse con la heredera y hacerse con su fortuna, y, finalmente, la «doncella», Sook-hee, una criada que ha sido educada en un lupanar, algo así como un patio de Monipodio, al que también pertenece el falso conde, aunque esto se sabrá más adelante.

          El escenario es una casa de dos estilos: inglés y japonés, aunque la trama sucede en Corea. La llegada de la supuestamente cándida criada va a suponer un revulsivo para la joven sin experiencia sexual que no tarda en descubrir la intensidad de los placeres sexuales lésbicos con la criada, en unas escenas ciertamente llenas de exquisitez y sensualidad, pero ese criterio estetizante lo empapa todo: los espacios, principalmente el dormitorio de ella, el salón donde recibe clases de pintura del conde, la impresionante biblioteca del tío y los alrededores, con especial hincapié fotográfico en el árbol majestuoso donde aparece ahorcada su tía y educadora, asesinada por su tío, quien, tras torturarla en los sótanos con los que siempre amenaza a Hideko, simula el ahorcamiento. La doncella revela a Hideko que su madre también murió de la misma manera, si bien por la «madama» del burdel sabremos que su madre era una ladrona de primera a la que solo pillaron y ahorcaron una vez.

          La trama va evolucionando con la seducción del conde, pero, en vez de tener la colaboración de Sook-hee, supuesta beneficiaria de la estafa conyugal, porque el botín ha de ser repartido en el ámbito del burdel al que ambos pertenecen, la doncella se afanará en obstaculizarla, dada el intenso nivel de «compenetración» que ha establecido con su ama. Esta, sin embargo, ve en la promesa de boda del conde una liberación del férreo control que su tío ejerce sobre su vida. El personaje del tío, Goo-gai, es el único en el que  el relato ha cargado en exceso las tintas —y no lo digo por la costumbre de mojar el pincel con que escribe y dibuja en la lengua, que la ha vuelto asquerosamente negra—, porque acaba teniendo un cierto aire caricaturesco que choca, sin embargo, poderosamente, con e alto grado de violencia y crueldad con que se conduce en la mansión. Como de vez en cuando, para comerciar con esos libros eróticos, pasa unos días fuera, ello favorece los planes de escapatoria de los inciertos amantes. Camino de su liberación, los amantes escenifican la locura de la heredera para internarla en un sanatorio mental de tintes tan lúgubres como el sótano del tío.

          Y en ese mismo momento se inicia de nuevo el relato desde el punto de visto de Hideko, quien narra su tortuosa niñez bajo el imperio violento de su tío, quien la educa para ser una lectora magistral de los relatos eróticos que han de complacer a los nobles que asisten a ellos, en una suerte de ritual que vagamente recuerda, hasta cierto punto,  el depravado de Eyes Wide Shut, una de las películas más flojas, si acaso no la única, de Kubrick. En esta segunda parte se desarrolla con mayor intensidad explicita el  romance entre la doncella y su ama, lo que va a significar un giro en la narración que acaba desmontando el final de la primera parte.

          La tercera parte tiene que ver con la venganza diferida de las dos mujeres contra el conde, de quien se encarga el tío con toda su refinada crueldad, en unas secuencias de aire gótico propias de la Hammer, con la presencia espectacular de un pupo gigantesco en una pecera, un efeto que vale por todo el desenlace, bastante flojo en lo que a las dos amantes se refiere, pero ello no invalida, en modo alguno, el festival inagotable de belleza que supone el visionado de esta película tan cuidada en todos sus aspectos técnicos. Aquí sí que la imagen se impone a la historia, aunque las interpretaciones son sobresalientes, y extraordinariamente ardorosas las escenas lésbicas.

          Decision to leave es un thriller sin sorpresas, esto es, sabemos desde que arranca la película que el inspector de policía que trata de esclarecer el caso de un escalador que se ha precipitado desde lo alto de un farallón, aislado en el paisaje, descubre con relativa rapidez que la  mujer del escalador  es la principal sospechosa y, en un momento dado —¡esas manos rasposas…!—, la asesina no confesa. ¿Qué ocurre? Pues que ella es china y el inspector coreano se enamora de ella hasta las trancas y, quítame una prueba aquí y hago la vista gorda allí, se convierte en cómplice de ella, rendido a sus pies, a su encanto y a sus artes conciliadoras del sueño. Sí, la invención del inspector es el gran hallazgo de la película, porque se trata de un hombre que padece insomnio y se pasa la película administrándose lágrima artificial en los ojos para poder ver con nitidez. La protagonista, que trabaja como cuidadora de ancianas y tiene conocimientos de masajes y otras artes similares, se presta a combatir con él el pertinaz insomnio, usando una técnica usamericana, dice, que consiste en acompasar la respiración del policía y la suya hasta conseguir atraer el sueño.

          El policía vive en otra ciudad distinta de donde trabaja, porque allí su mujer tiene el trabajo, que no puede dejar. Ella le sugiera que pida traslado a donde ella está, aunque eso significaría una pérdida de categoría, por supuesto, como se advierte cuando, abandonado por la mujer china, después de un desagradable encuentro con un compatriota que la acusa de haber dejado morir a su madre, a la que cuidaba, él pide el traslado y le asignan una ayudante algo más que rudimentaria. Su paz, sin embargo, no tarda en verse alterada cuando, paseando por la calle, de forma muy casual, acaso excesivamente casual, la protagonista, casada con otro hombre, se tropieza con el policía y su esposa. A partir de ahí, los fantasmas del pasado reciente reaparecen, y no tarda en sobrevenir la muerte del marido en una escena muy particular., en mitad del crudo invierno, en la piscina. De nuevo volvemos al principio, de nuevo el insomne sucumbe al hechizo de la mujer, un cásico ejemplo de femme fatal que no se ajusta al modelo vampiresa, sino al de una extraña belleza perturbadora que, sin los rasgos clásicos de las curvilíneas seductoras del cine usamericano, trastorna por completo al hombre. Recordemos que, antes de desaparecer ella, habían convivido, y había sido ella la que le había ayudado a determinar que su obsesión por los casos no resueltos —un mural de su casa con todas las fotos y pistas de esos casos, disimulado tras una cortina que lo ocultaba a los visitantes— era la causa definitiva de su insomnio: no poder dejar de pensar en ellos; lo que en la terapia Gestalt llaman las «gestalts inconclusas», que han de resolverse antes de poder rendirse al sueño.

          Se trata, aunque sea un thriller, de una película poética en la que son innumerables las secuencias con una estética que impacta al espectador, y no necesariamente porque implique la presencia de ambos personajes en una relación sensual. Hay planos cenitales de la playa, un camino y unos terrenos que tiene un poderoso efecto pictórico, por ejemplo; del mismo modo que en la visita a los templos hay ángulos y enfoques que van más allá, propiamente, de los personajes, aunque estén ellos en el plano.

          En películas así la interpretación es determinante, y la figura del inspector Park Hae-Il, con un bagaje de más de cuarenta películas en su haber y una maestría en la expresión de los estados de ánimo con el mínimo despliegue de gestos, miradas y voces que logran llegar a los espectadores de un modo muy potente. Su fragilidad de insomne perdido en el tormento, en el martirio, de no poder conciliar el sueño, logra hacernos empatizar enseguida con él y con su súbito y poderoso enamoramiento de quien, como china que es, él ve como una persona necesitada de protección, aunque acabe descubriendo que es una asesina en serie. Es evidente que la morosidad en el desarrollo de la trama persigue crear un clima emocional en el que la extraña unión entre el policía y la asesina quede justificada por ese amour fou que gobierna al policía, más que a ella, aunque la deriva hacia el reconocimiento de que también la asesina es presa del mismo sentimiento supondrá un acercamiento hacia la tragedia, en ningún caso a un imposible happy ending. Tang Wei, por su parte, sabe jugar con la inocencia y la perversidad a partes iguales, en una exhibición interpretativa que la va aupando a un puesto de honor en el firmamento cinematográfico, adonde llegó tras su rodaje con Ang Lee en Deseo, peligro, donde compartió reparto con otro monstruo de la pantalla: Tony Leung, el inolvidable protagonista de Deseando amar, de Wong Kar-wai en una historia de marcado acento hitchcockiano.

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