Entre el aburrimiento, el cliché y
la abulia: Irrational man: ¿Por nadie
se deja aconsejar Woody Allen?
Título original: Irrational Man
Año: 2015
Duración: 96 min.
País: Estados Unidos
Director: Woody Allen
Guión: Woody Allen
Música: Ramsey Lewis
Fotografía: Darius Khondji
Reparto: Joaquin Phoenix, Emma
Stone, Jamie Blackley, Parker Posey, Ethan Phillips, Julie Ann Dawson, Mark
Burzenski, Gary Wilmes, Geoff Schuppert, David Pittu, Steven Howitt, Kaitlyn
Bouchard, Ana Marie Proulx, Kate McGonigle, Tamara Hickey
Woody Allen nos había acostumbrado a un ritmo de rodajes que
alternaba los disparates con las grandes obras o, en su defecto, con obras
notables. Ahora bien, después de la inverosímil, ridícula y absurda Magia a la luz de la luna del año pasado,
de la que apenas se salvaba, por las imágenes, la secuencia en el mirador
astronómico, nos entrega ahora esta Irrational
man que, además de exiliar a este espectador particular al mullido terreno
de Morfeo, le ha deparado un aburrimiento bostezante y dinámico durante el
tiempo que, a muy duras penas, ha estado atento a la pantalla, removiéndose en
el asiento ante la inanidad de lo contado y de la forma de contarlo. No se
trata de que sea una obra “de manual”, con sus habituales ingredientes, sino de
que detrás de ese rodaje parecía haber un sustituto aplicado pero sin ninguna
chispa detrás, un funcionario de la realización: así de chata, de plana, es. La
figura del protagonista, adelgazada hasta más allá del tópico, parece arrastrar
en su indefinición al resto de los comparsas, de ahí que un actorazo indiscutible
como Joaquin Phoenix nos parezca ridículo y más aún el inverosímil “hechizo” con
que atrae a la coprotagonista, si bien Emma Stone le confiere bastante más credibilidad
a su personaje. La película se abre como una película “de campus” y se cierra
como una parodia en tono más que menor de una de sus grandes obras: Delitos y faltas. A diferencia, sin
embargo, de otros planteamientos, en esta ocasión el personaje improvisa una
falta de arrepentimiento total y una ebriedad nietzscheana de superhombre al
que le está permitido, como al Travis de Taxi Driver convertirse en el “justiciero”
de la sociedad, es decir, y en otra variante, como un Charles Bronson, pero en
filósofo universitario y patoso, o con mala pata, como se demuestra en la única
escena relativamente graciosa de la película junto al hueco del ascensor. La
deliberada apariencia desastrada del protagonista, en la que se recrea el guion,
para, después, justificar el cambio de proyecto vital, de la queja tópica a la
esperanza justiciera, con un repeinado y
un toque de limpieza y colonia, nos permite intuir que apenas ha habido
elaboración de la idea original y que cualquier solución, por trivial y anodina
que sea, es con la que hay que quedarse, a falta de invertir más tiempo en lo
que verdaderamente hubiera convertido la película en “una de Woody Allen”,
aunque, a la vista de la larga ristra de películas suyas fallidas, quizás quepa
hablar, al modo stevensoniano de un Woody y de un Allen, del artista y del
asalariado, a los que unen cada vez menos cosas, aunque una de ellas sea que el
segundo está dispuesto a pastar en los fértiles terrenos del primero hasta
esquilmarlos, por más que sin provecho, como en esta Irrational man se demuestra.
En
efecto, quien piense que esto más que una crítica es un acto disuasorio de
sacar la entrada correspondiente para evitar el desengaño posterior ha acertado
de lleno. No poseo la verdad de la crítica ni mis juicios son apodícticos, pero
entre críticos de cine y sus lectores habituales se establece un pacto de
confianza que rara, rarísima vez, suele romperse, y cuando ello ocurre es por
un grave descuido. No siempre hemos de coincidir con la opinión de nuestros
críticos, pero incluso cuando eso no sucede con un perro viejo de esto de la
crítica como Jordi Costa, colega admirado, es posible leer entre líneas la
derrota de la película que quiere salvar sea por simpatía, por corrección
política o porque todos envejecemos. Avisados quedan los potenciales
espectadores.
No puedo juzgarla puesto que no la he visto, pero tomo nota de tu crítica. La última que he visto de Woody Allen es To Rome with love que tuvo la virtud de hacerme sentir nostalgia imprevista de nuestra visita a Roma este pasado verano. Por lo demás, hábil e intracendente pero capaz de hacer pasar un buen rato. Blue Jazmin me gustó. Supongo que las obras mayores de Woody Allen corresponden a otra etapa de su vida. La más potente para mi gusto es Interiores donde se ve a un Allen bergmaniano puro. Sí, todos envejecemos pero John Huston rodó Los muertos poco antes de morir. Supongo que es una actitud ante la vida. Para Allen han dejado ya de tener demasiada importancia los grandes conflictos de la existencia que planteaba en sus obras de madurez y juventud, y ahora quiere hacer un cine sin grandes preguntas. amable, agradable, sin simas. Todos nos suavizamos. ¿No?
ResponderEliminarDices bien, por lo de Huston, y, de hecho, eso es lo que llevo esperando de Allen desde Deconstructing Harry, pero no hay manera. Bue Jasmin, sin embargo, tenía momentos excelentes y el planteamiento me pareció estupendo. Esta de ahora es algo más que insustancial y muy en la onda de la anterior, la de Magia a la luz de la luna o algo así, un bodrio soberano. Con todo, me parece que la peor de Allen y por mucho, fue la de aquel Director de cine que era ciego: ¡Menudo desastre! En fin, me quejo pero el caso es que siempre acabo yendo a ver si se produce el milagro...
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