El inmenso Félix Fernández |
Ver en 2015 Esa
pareja feliz o el infraempleo, la picaresca y, sí, también el amor, en 1951.
Título
original: Esa pareja feliz
Año:
1951
Duración:
90 min.
País:
España
Director:
Luis García Berlanga, Juan Antonio Bardem
Guión:
Luis García Berlanga, Juan Antonio Bardem
Música:
Jesús García Leoz
Fotografía:
Guillermo Golberger (B&W)
Reparto:
Fernando Fernán Gómez, Elvira Quintillá, José Luis Ozores, Félix Fernández,
Matilde Muñoz Sampedro, Rafael Alonso, Fernando Aguirre, Manuel Arbó, Antonio
García Quijada, Antonio Garisa, José Franco, Alady, Rafael Bardem, José Orjas,
Francisco Bernal, Antonio Ozores, Manuel Aguilera, Pilar Sirvent, Carmen
Sánchez, Lola Gaos, Antonio Estévez, Mapy Gómez
Lo bueno de la cinefilia es que nunca
la revisión de una película es en vano, aunque la primera vez que se vio se
viera con los mil ojos espoleados de quienes no quieren perder detalle, pero ya
se sabe lo frágil que es la memoria. La monumental historia del cine español a
través de 600 películas, excelentemente programadas, da para descubrimientos,
revisitaciones y algún que otro desdén, por supuesto. En el capítulo de óperas
primas, hace unos días tuve la ocasión de volver a ver la de Bardem y Berlanga
o viceversa, tanto monta, Esa pareja
feliz, una comedia absolutamente italianizante que, sin embargo, respetaba
escrupulosamente lo mejor de la comedia española, no solo por la sociedad que
se retrata en ella, sino, sobre todo, por la enorme galería de personajes
secundarios que la convierten en una auténtica joya de un tipo de cine coral
que se convertiría, años después, en la “marca de fábrica” del cine de Luis
Berlanga, por ejemplo. En aquel cine de los años 50 y 60 bien podría decirse
que el más cómodo oficio de la industria cinematográfica era el de Director de
casting, porque la versatilidad de los actores de aquella época permitía que
hasta el más ínfimo papel en cualquier secuencia tuviera el actor o la actriz
más apropiados. A título de ejemplo, baste recordar los mínimos papeles que con
tanta profesionalidad realizan José Luis López Vázquez, Antonio Ozores, Rafael
Alonso o Lola Gaos, entre otros.
La
película, que se centra en las dificultades para salir delante de un matrimonio
joven que viven de realquiler en un reducido cuarto y tienen trabajos no
cualificados, excepcionalmente interpretado por dos actores en estado de
gracia, como Fernando Fernán Gomez y Elvira Quintillà, quien repetiría con
Berlanga en esa maravilla del cine que es Plácido,
está planteada con un desenfadado tono de comedia realista que pretende
oponerse a la solemnidad prosopopeyesca del cine histórico que entonces se
realizaba, como se advierte en una secuencia inicial graciosísima que remeda
escenas similares del cine de Hollywood. Hay, por lo tanto, dado que el
protagonista trabaja en unos estudios de cine, no solo un homenaje al cine, es
innegable la influencia de las películas de Capra en esta ópera prima, sino a
la industria del cine, pero también una crítica al mismo, es decir, a la concepción
del cine como instrumento de disuasión para canalizar lo que deberían o podrían
ser afanes reivindicativos para mejorar la situación social de los
trabajadores, como se advierte en el rechazo de la coprotagonista cuando le
afea a su marido que le “destroce” la ilusión de lo que ve en pantalla con la
explicación de “cómo” se consigue este o aquel efecto.
Se trata
de una película coral, social, en la que se describe un Madrid de principios de
los 50 dominado por intentos de “modernización” que se manifiestan en las
técnicas de mercadotecnia a través de la generación de la ilusión mediante el
azar: “La pareja feliz” es un concurso
que gana la protagonista, tras comprar en abundancia cierto jabón; concurso que
convertirá a la pareja ganadora en algo así como lo que ofrecía, cuando llegó
la televisión, su más famoso programa: “Reina por un día”, que diríase
inspirado en la película de B&B: un día con todos los gastos pagados por
empresas que aprovechaban, a su vez, la publicidad del concurso para aumentar
sus ventas. Pero, al tiempo, se nos ofrece un Madrid popular “de barriada”, con
gente que busca ganarse el jornal de cualquier manera, entre las que entra, por
supuesto, la picaresca de la estafa.
Las graciosas situaciones a que da
pie el periplo de tiendas que han de visitar, así como la comida en el
restaurante de lujo o la visita broche final a Copacabana, con un excelente
número musical de por medio, que acaba como el rosario de la aurora ante el
juzgado de guardia, es un encadenamiento de situaciones que garantizan no solo
la franca risa (y aun la carcajada) de la verdadera comedia, hija de la planificación
y del crescendo, el famoso timing, sino,
sobre todo, la contemplación de un proceso de alienación consumista que acaba
haciendo recapacitar a los protagonistas para poder recuperar el amor
compartido que sus respectivas ambiciones les están haciendo perder: él, convertirse
en un especialista en electrónica (¡Al futuro por la electrónica!, es el lema
de quien le cobra los recibos de la academia por correspondencia, una estafa de
tomo y lomo que se alarga en el tiempo para saquearle sus escasos ahorros); ella,
disfrutar de unas comodidades que le permitan llevar la vida desahogada que ve
en la pantalla del cine. En ese proceso, y dada la difícil situación económica
de la pareja protagonista, no falta la crisis de desamor que provoca la
sempiterna ambición del ingenuo protagonista, quien se embarca en negocios
inverosímiles que son auténticas estafas, como el que les propone una de las
estrellas de la película, el inconmensurable actor Félix Fernández, extra de
teatro que lía a Fernán Gómez y a José Luis Ozores en un negocio en que no solo
perderán lo que invierten, sino que provoca que sea expulsado del trabajo en
los estudios. El “¡Sentido comercial!” con que el estafador embauca a los dos pardillos,
dicho con ese gracejo de Félix Fernández, excepcional en la escena en que
recibe al indignado Fernán Gómez en lo que tiene toda la pinta de ser una casa “de
mala nota”, que decían entonces, ha quedado como una de las señas de identidad
de la película, un lema cuyos ecos pueden advertirse, por ejemplo en el “Todos
para la Bruster y la Bruster para todos” de Los
nuevos españoles, de Roberto Bodegas, por ejemplo, tan olvidada hoy.
Lo que está claro es que Esa pareja feliz en modo alguno parece
una ópera prima, sino una sólida película de consagración de quienes podía
intuirse que deberían de estar acostumbrados a lidiar, a través de la imaginación,
con rodajes complicados, por más que el presupuesto fuera escaso. Todo en ella
está estudiado hasta el más mínimo detalles, y nada queda al albur de la
improvisación, pero el resultado final tiene una consistencia cinematográfica difícil
de conseguir cuando se trata de una ópera prima, y tan compleja como la
presente. Hay, si, concesiones como el final, auténticamente frankcapriano,
pero el detalle de los zapatos de los que se deshace la mujer, después de
haberlos sufrido como un martirio desde que los recibió como uno más de los
regalos que le permitan experimentar en qué consiste llevar una vida de lujo,
confirma la calidad de redonda ópera prima de quienes nos habrían de dar
auténticas obras maestras de nuestro cine como Calle Mayor, Muerte de un ciclista, Plácido o Bienvenido Mr. Marshall.
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