Un milimétrico y puntualísimo thriller
ferroviario del prolífico y a veces
excepcional Richard Fleischer: Testigo
accidental. Y un brillante guion al servicio de dos discretos grandes: Ann
Sheridan y Dennis O’Keefe, en La fugitiva,
de Norman Foster.
Título
original: The Narrow Margin
Año:
1952
Duración:
71 min.
País:
Estados Unidos
Director:
Richard Fleischer
Guión: Earl Felton (Historia: Martin
Goldsmith, Jack Leonard)
Fotografía: George E. Diskant
(B&W)
Reparto: Charles McGraw, Marie
Windsor, Jacqueline White, Gordon Gebert, Queenie Leonard, David Clarke, Peter
Virgo, Don Beddoe, Paul Maxey
No gano para estupendas sorpresas en mi bazar de películas
olvidadas. Es infinita la producción fílmica usamericana, al parecer, porque
dentro de esa serie B en la que se rodaban como salen los churros de la
estrella, el artilugio dispensador, hacia la sartén hirviente del aceite poco recomendable,
no dejo de hallar títulos que, sorprendentemente, me acaban deparando
extraordinarias veladas cinematográficas con las que a duras penas puede
competir la cartelera actual. Hay mucha industria, detrás de esos productos,
sin duda, pero también destellos de perfección que complacen al espectador más
exigente. Es el caso, por ejemplo, de
las dos películas que hoy traigo a este Ojo
cosmológico, La fugitiva y Testigo accidental, de dos directores tan
dispares como Norman Foster y Richard Fleischer.
Al primero, que fue marido
de Claude Colbert, nadie lo recuerda, supongo como director casi anónimo de la
serie de películas sobre Charlie Chan, yo al menos ignoraba que fuera él el
director; y menos aún, salvo especialistas consumados, que codirigió una película Journey into fear (1943), aquí
titulada Estambul, con Orson Welles,
quien, por motivos largos de explicar, acabó renegando de ella. Los críticos
andan divididos en cuanto a la importancia de la autoría de cada uno de los
directores, pero parece que Orson Welles se hizo con las riendas del proyecto, alterando
sustancialmente el plan original.
En
cualquier caso, La fugitiva, una
cinta de cine negro auténtico con un planteamiento solo en parte convencional,
el testigo accidental (que, curiosamente, es el título de la película de
Fleischer) de un crimen mafioso ha de
huir para que no acaben con su vida, nos ofrece una curiosa historia
matrimonial y un mecanismo de suspense magnífico, porque se mantiene casi hasta
el umbral del desenlace, lo cual, aunque pueda parecer anticlimático, lo potencia
aún más, con unas escenas en un parque de atracciones de las que, a pesar de la
escasa originalidad del escenario, Norman Foster logra extraer planos y
secuencias vigorosas. La investigación policial y la búsqueda del marido por parte
de los mafiosos corren paralelas a lo largo de la película, y, poco a poco, a
través de la esposa que se lanza a la búsqueda de su marido, ayudada por un
periodista que quiere lograr una exclusiva por la que está dispuesto a pagar
generosamente, se va desvelando la particular psicología del testigo accidental
y la notabilísima dimensión existencial que cobra la historia de un artista
fracasado y renuente a compartir ese fracaso con su mujer, con quien mantiene una
extraña relación de tirantez, distancia y amor. El periodista, poco a poco, va
tirando del hilo de las confidencias de la mujer, de modo que, entre lo que va
averiguando la policía y lo que ella cuenta al periodista, la trama se
robustece para atraer la atención del espectador. Y ahí me paro, porque un
estupendo giro de guion nos obliga a verlo todo desde otra perspectiva, giro
que coincide con el último tercio de película, desenlace incluido. Ignoro qué
capacidad de persuasión habré logrado desplegar a través de estas críticas,
pero puedo asegurar que la película se ve con mucho gusto e interés. Las
interpretaciones del dúo protagonista, Ann Sheridan y Dennis O’Keefe, junto con
unos afilados diálogos propios del género, contribuyen a ese placer con que se
sigue la película.
Testigo accidental (The narrow margin en su versión original), por su parte, es una
película a la que sería injusto, a mi parecer, relegar a la serie B, por más
que la aparición en ella de Marie Windsor, conocida como la Reina de las Bes,
casi nos obligue a clasificarla en ese apartado de la industria
cinematográfica. Richard Fleischer, a diferencia de Norman Foster, ha sido un
magnífico director de obras tan conocidas y exitosas como El estrangulador de Boston, El
estrangulador de Rillington Place, Cuando
el destino nos alcance, Viaje
alucinante, Los vikingos o Impulso criminal. Se advierte, además,
por la diferente tipología de los films, que Fleischer se ha movido en géneros
muy distintos, lo que casi obliga a clasificarlo en ese extraño cajón de los “artesanos”
del cine. Testigo accidental
pertenece a la tradición del cine negro y, muy especialmente, a la subcategoría
de las películas acerca de testigos protegidos que han de testificar contra
mafiosos, un argumento tópico y casi banal que solo la genialidad de un
director es capaz de convertir en poco menos que una obra maestra, porque la
película, junto al argumento policiaco, suma el hecho muy significativo de que
la acción transcurra casi íntegramente en el interior de un tren, un escenario
del que Fleischer sabe sacar excelente partido, puesto que consigue una puesta
en escena que transmite a los espectadores esa sensación de claustrofóbico callejón
sin salida en el que el héroe, que sufre el asedio de los matones que quieren
acabar con la testigo a lo largo del viaje, se las verá y deseará para poder
mantener su cometido: proteger a la testigo, la mujer del mafioso que, para
colmo, provoca la muerte de su compañero cuando van a recogerla y son
sorprendidos por los matones del marido que quieren acabar con ella. Con un metraje
muy ajustado, 71 minutos, la acción no da tregua y el interés con que se sigue
la historia es directamente proporcional a los estupendísimos giros de guion,
sobre todo uno de ellos, que demuestran una eficacia sobresaliente. La
presencia de un viajero obeso y de un niño que ha detectado que el protagonista
lleva una pistola, además de un encuentro fortuito en el vagón restaurante con
la madre de la criatura, parecen, en principio, cosa de anécdota, pero pronto
se verá que constituyen un factor esencial en el curso de la historia. Charles
McGraw y Marie Windsor forman una pareja perfectamente conjuntada e idónea para
sus respectivos papeles de hombre duro y mujer fatal. Su actuación le hace
ganar muchos enteros a la película y constituye un verdadero espectáculo
asistir al juego de réplicas y contrarréplicas que aguzado ingenio con que
mantiene su forzada relación. He de decir, no obstante, que el guion tiene un
fallo imperdonable, pero me niego a revelarlo porque arruinaría el excelente
golpe de efecto del guion. En conclusión, que es una película que debería ser
rescatada del olvido en que ha caído, porque nadie quedará defraudado por su
visionado. Me lo agradecerán, seguro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario