miércoles, 11 de noviembre de 2015

En el cajón de sastre de la serie B hay obras Bayúsculas: “Testigo accidental” de Richard Fleischer y “La Fugitiva”, de Norman Foster




 



       




Un milimétrico y puntualísimo thriller ferroviario  del prolífico y a veces excepcional Richard Fleischer: Testigo accidental. Y un brillante guion al servicio de dos discretos grandes: Ann Sheridan y Dennis O’Keefe, en La fugitiva, de Norman Foster.





Título original:  The Narrow Margin
Año: 1952
Duración: 71 min.
País: Estados Unidos
Director: Richard Fleischer
Guión: Earl Felton (Historia: Martin Goldsmith, Jack Leonard)
Fotografía: George E. Diskant (B&W)
Reparto: Charles McGraw, Marie Windsor, Jacqueline White, Gordon Gebert, Queenie Leonard, David Clarke, Peter Virgo, Don Beddoe, Paul Maxey

            No gano para estupendas sorpresas en mi bazar de películas olvidadas. Es infinita la producción fílmica usamericana, al parecer, porque dentro de esa serie B en la que se rodaban como salen los churros de la estrella, el artilugio dispensador, hacia la sartén hirviente del aceite poco recomendable, no dejo de hallar títulos que, sorprendentemente, me acaban deparando extraordinarias veladas cinematográficas con las que a duras penas puede competir la cartelera actual. Hay mucha industria, detrás de esos productos, sin duda, pero también destellos de perfección que complacen al espectador más exigente.  Es el caso, por ejemplo, de las dos películas que hoy traigo a este Ojo cosmológico, La fugitiva y Testigo accidental, de dos directores tan dispares como Norman Foster y Richard Fleischer.
Al primero, que fue marido de Claude Colbert, nadie lo recuerda, supongo como director casi anónimo de la serie de películas sobre Charlie Chan, yo al menos ignoraba que fuera él el director; y menos aún, salvo especialistas consumados, que codirigió una película Journey into fear (1943), aquí titulada Estambul, con Orson Welles, quien, por motivos largos de explicar, acabó renegando de ella. Los críticos andan divididos en cuanto a la importancia de la autoría de cada uno de los directores, pero parece que Orson Welles se hizo con las riendas del proyecto, alterando sustancialmente el plan original.
         En cualquier caso, La fugitiva, una cinta de cine negro auténtico con un planteamiento solo en parte convencional, el testigo accidental (que, curiosamente, es el título de la película de Fleischer)  de un crimen mafioso ha de huir para que no acaben con su vida, nos ofrece una curiosa historia matrimonial y un mecanismo de suspense magnífico, porque se mantiene casi hasta el umbral del desenlace, lo cual, aunque pueda parecer anticlimático, lo potencia aún más, con unas escenas en un parque de atracciones de las que, a pesar de la escasa originalidad del escenario, Norman Foster logra extraer planos y secuencias vigorosas. La investigación policial y la búsqueda del marido por parte de los mafiosos corren paralelas a lo largo de la película, y, poco a poco, a través de la esposa que se lanza a la búsqueda de su marido, ayudada por un periodista que quiere lograr una exclusiva por la que está dispuesto a pagar generosamente, se va desvelando la particular psicología del testigo accidental y la notabilísima dimensión existencial que cobra la historia de un artista fracasado y renuente a compartir ese fracaso con su mujer, con quien mantiene una extraña relación de tirantez, distancia y amor. El periodista, poco a poco, va tirando del hilo de las confidencias de la mujer, de modo que, entre lo que va averiguando la policía y lo que ella cuenta al periodista, la trama se robustece para atraer la atención del espectador. Y ahí me paro, porque un estupendo giro de guion nos obliga a verlo todo desde otra perspectiva, giro que coincide con el último tercio de película, desenlace incluido. Ignoro qué capacidad de persuasión habré logrado desplegar a través de estas críticas, pero puedo asegurar que la película se ve con mucho gusto e interés. Las interpretaciones del dúo protagonista, Ann Sheridan y Dennis O’Keefe, junto con unos afilados diálogos propios del género, contribuyen a ese placer con que se sigue la película.

         Testigo accidental (The narrow margin en su versión original), por su parte, es una película a la que sería injusto, a mi parecer, relegar a la serie B, por más que la aparición en ella de Marie Windsor, conocida como la Reina de las Bes, casi nos obligue a clasificarla en ese apartado de la industria cinematográfica. Richard Fleischer, a diferencia de Norman Foster, ha sido un magnífico director de obras tan conocidas y exitosas como El estrangulador de Boston, El estrangulador de Rillington Place, Cuando el destino nos alcance, Viaje alucinante, Los vikingos o Impulso criminal. Se advierte, además, por la diferente tipología de los films, que Fleischer se ha movido en géneros muy distintos, lo que casi obliga a clasificarlo en ese extraño cajón de los “artesanos” del cine. Testigo accidental pertenece a la tradición del cine negro y, muy especialmente, a la subcategoría de las películas acerca de testigos protegidos que han de testificar contra mafiosos, un argumento tópico y casi banal que solo la genialidad de un director es capaz de convertir en poco menos que una obra maestra, porque la película, junto al argumento policiaco, suma el hecho muy significativo de que la acción transcurra casi íntegramente en el interior de un tren, un escenario del que Fleischer sabe sacar excelente partido, puesto que consigue una puesta en escena que transmite a los espectadores esa sensación de claustrofóbico callejón sin salida en el que el héroe, que sufre el asedio de los matones que quieren acabar con la testigo a lo largo del viaje, se las verá y deseará para poder mantener su cometido: proteger a la testigo, la mujer del mafioso que, para colmo, provoca la muerte de su compañero cuando van a recogerla y son sorprendidos por los matones del marido que quieren acabar con ella. Con un metraje muy ajustado, 71 minutos, la acción no da tregua y el interés con que se sigue la historia es directamente proporcional a los estupendísimos giros de guion, sobre todo uno de ellos, que demuestran una eficacia sobresaliente. La presencia de un viajero obeso y de un niño que ha detectado que el protagonista lleva una pistola, además de un encuentro fortuito en el vagón restaurante con la madre de la criatura, parecen, en principio, cosa de anécdota, pero pronto se verá que constituyen un factor esencial en el curso de la historia. Charles McGraw y Marie Windsor forman una pareja perfectamente conjuntada e idónea para sus respectivos papeles de hombre duro y mujer fatal. Su actuación le hace ganar muchos enteros a la película y constituye un verdadero espectáculo asistir al juego de réplicas y contrarréplicas que aguzado ingenio con que mantiene su forzada relación. He de decir, no obstante, que el guion tiene un fallo imperdonable, pero me niego a revelarlo porque arruinaría el excelente golpe de efecto del guion. En conclusión, que es una película que debería ser rescatada del olvido en que ha caído, porque nadie quedará defraudado por su visionado. Me lo agradecerán, seguro.

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