Sábado trágico: Película de atraco a un banco en una pequeña
localidad: el microcosmos y el azar criminal.
Título
original: Violent Saturday
Año:
1955
Duración:
87 min.
País:
Estados Unidos
Director:
Richard Fleischer
Guión: Sydney Boehm (Novela: William
L. Heath)
Música:
Hugo Friedhofer
Fotografía:
Charles G. Clarke
Reparto: Victor Mature, Richard Egan,
Stephen McNally, Lee Marvin, Ernest Borgnine, Virginia Leith, Tommy Noonan,
Margaret Hayes, J. Carrol Naish, Sylvia Sidney, Billy Chapin, Dorothy Patrick
Del mismo modo que pude ver el tercer secreto de
Michael Crichton en YouTube, me complace anunciar a los aficionados al cine que
por el mismo canal pueden disfrutar de dos películas que merecen mucho, pero
que mucho, la alegría de ser vistas. Se trata de dos géneros muy distintos y de
dos realizaciones también muy distintas, porque las temáticas de una y otra
nada tienen que ver, en principio. Hurgando un poco en ambas bien pudieran
hallarse puntos de contacto entre una y otra, pero lo esencial es que se trata
de dos películas logradas, cada una en su género, uno más convencional que el
otro, por supuesto, aunque ninguna de ellas se ha rodado “fuera” de la
tradición respectiva, sino teniéndola muy presente, sobre todo en el caso de Impulso criminal, que trata un tema, el
de la posible impunidad del mal, que ya fue tratado por Hitchcock de manera
magistral en La soga, un virtuosismo
técnico al tiempo que un denso desarrollo ético.
Sábado trágico tiene un inicio de
antología con la llegada del autobús a una pequeña localidad del oeste
americano cuya pacífica vida aparentemente idílica alberga diversas miserias
que Fleisher expondrá con elocuente claridad y economía de medios en la primer aparte
de la película, diferentes dramas que, aun ajenas por completo al atraco que se
gesta en un hotel de la ciudad, a escasa distancia del banco que será asaltado,
acabarán entrecruzándose con este, de lo que se deriva un desenlace que no deja
ningún cabo suelto de los planteados al inicio, siguiendo el modelo poético de
diseminación-recolección. La entrada del autobús que se detiene a escasos
metros del banco, en un plano que integrará a un enigmático pasajero que, dada
la composición, no puede ser nadie más que el futuro atracador del mismo, por
sus andares, sus miradas, su sonrisa condescendiente y por la relativa extrañeza
de su persona respecto de la pequeña y pacífica localidad donde acaba de
bajarse del autobús, porque acto seguido, al registrarse en el hotel, sabemos
que ha frecuentado el pueblo como representante de comercio, coartada bajo la
que amparará la presencia de sus dos compinches, dos compañeros novatos a los
que ha de instruir en el oficio. Estos llegan en tren, en el que se desarrolla
una escena que parece anecdótica, con unos amish que luego acabarán teniendo
una importancia trascendental para el
desenlace de la historia.
Con una
exquisita precisión, Fleisher mantiene
las líneas paralelas de su relato: de un lado, las pequeñas historias de los
sitios pequeños a las que él otorga su exacta y dolorosa dimensión: el director
de la agencia bancaria, enamorado en secreto de una atractiva enfermera del hospital,
a la que espía por las noches mientras esta se desnuda con las cortinas
corridas; el matrimonio roto, incapaz de enfrentarse al deterioro de su
relación; el hijo que no soporta que su padre haya tenido que quedarse en la
retaguardia, atendiendo la explotación de cobre que dirige, mientras los padres
de sus amigos poco menos que han vuelto
como héroes de la guerra; la bibliotecaria a quien el banco está dispuesto a
ejecutar un embargo de sus bienes por una deuda impagada… La vida misma, como
se advierte. Todos esos hilos, sin embargo, se tejen admirablemente en un
crescendo lleno de diálogos eficaces y de secuencias brillantes, como la del
baile en la cafetería.
De estas
películas llama mucho la atención encontrarse a actores y actrices que
triunfaron años después en papeles absolutamente secundarios, como Lee Marvin, en un papel de asesino sin
escrúpulos que le va como anillo o al dedo o Ernest Borgnine, casi
irreconocible bajo su disfraz de amish; esas presencias parece, sin embargo,
que tengan la virtud de conseguir que otros, más famosos entonces, pero
deplorables actores en términos generales, como Victor Mature, saquen adelante
sus papeles con notable dignidad. Por otro lado y como es habitual en películas
que, aun siendo buenísimas, no da la impresión de que aspiren a perdurar, sino
solo a entretener, aparece una galería de actores que saben aprovechar su
protagonismo para demostrar que la cantera usamericana de excelentes actores es
inagotable. Todos los personajes que conforman el microcosmos de la pequeña
ciudad y cuyas vidas sigue la historia, brillan a gran altura interpretativa, y
muy especialmente Richard Egan y Virginia Leith.
Estoy
convencido de que para aquellos espectadores que no la conozcan, Sábado trágico –el título original Violent Saturday no es tan desgarrado
como el título español– constituirá una estupenda sorpresa, porque es una
película con una estructura clásica que contiene diversas tramas que podrían
haber dado lugar, por ellas mismas, a películas propias, y que se resuelven en
el propio desenlace de la acción criminal del robo del banco y la posterior
huida, pero ahí me aconseja detenerme la prudencia de quien no quiere arruinar
un conseguidísimo final.
Un viaje al fondo de la mente humana: Impulso criminal o la elucidación del
mal en la estela de La soga o anticipando
una joya: Funny games y una triste
secuela: Asesinato 1,2,3
Título
original: Compulsion
Año:
1959
Duración:
103 min.
País:
Estados Unidos
Director:
Richard Fleischer
Guión: Richard Murphy (Novela: Meyer
Levin)
Música: Lionel Newman
Fotografía: William C. Mellor
(B&W)
Reparto: Orson Welles, Diane Varsi,
Dean Stockwell, Bradford Dillman, E.G. Marshall, Martin Milner, Richard
Anderson, Robert F. Simon, Edward Binns, Robert Burton, Wilton Graff, Louise
Lorimer, Gavin MacLeod
Es inevitable traer a colación la película de
Hitchcock, La soga, porque Impulso criminal lleva a la pantalla la
misma trama, aunque con notables diferencias que, al margen del virtuosismo
técnico de la obra de Hitchcock, las convierte en dos apuestas estéticas y
temáticas diferentes, sobre todo porque, en la de Fleischer se mezcla un alegato
contra la pena de muerte que concede una dimensión más completa a la historia.
De hecho, la aparición del personaje del abogado defensor de los dos jóvenes “nietzscheanos”,
situados más allá del bien y del mal, como representantes del superhombre
frente a la masa, permite dividir nítidamente la película en dos tramos: el
primero, en el que se trama y ejecuta ese asesinato que ha de servir para
probar su superioridad frente a los alienados ciudadanos obedientes de la ley,
y el segundo, en que, atrapados por esa ley de la que se quieren burlar,
gracias a una prueba en apariencia poco determinante, unas gafas halladas en la
escena del crimen que no pertenecen a la víctima, las familias ricas a las que
pertenecen contratan al abogado que, interpretado por Orson Welles, en una de
sus mejores actuaciones, consigue, declarándose culpable en ambos casos, evitar
la pena de muerte, no sin antes haber batallado duramente con el fiscal que “sedujo”
a los asesinos para ganarse su confianza y forzarlos a cometer el error que los
incriminaba.
La maldad gratuita, que ha hallado quizá en Funny
Games, de Haneke, su más angustiosa propuesta cinematográfica, le
viene enseguida al espectador a la memoria cuando ha de vérselas con los dos
jóvenes ociosos que han cifrado en su designio de transgredir todas las normas
el disfrute intelectual de la vida. Michael Pitt, uno de los intérpretes
sádicos de Funny Games seguramente
hizo méritos para aparecer en esta tras interpretar una versión demasiado
comercial de Impulso criminal,
titulada Asesinato 1,2,3, dirigida
por Barbet Schroeder, junto a Ryan Gosling. La pareja protagonista de Impulso criminal,
Dean Stockwell y Bradford Dillman, no gozaban, en su momento, sin embargo, de
la reputación artística de quienes acabo de nombrar, pero a ambos les fue
concedido, conjuntamente, el premio al mejor actor en el festival de Cannes de
1959, lo que permite entender el altísimo nivel de su trabajo. Si a ello se le
añade la composición que hace Welles de su personaje, un abogado poco
presentable que, sin embargo, es capaz de robarle al fiscal su deseada presa:
una condena a muerte, advertimos, entonces, que no estamos ante una película
que pudiera considerarse “secuela” de La
soga, sino ante una obra de envergadura que sabe captar el interés del
espectador a lo largo de todo el desarrollo de la historia. Fleisher nunca
renuncia a planos que añadan un “plus” de autoría singular a la película, como,
por ejemplo, la escena en la que el principal responsable del asesinato, el
ideólogo del mismo y el fiscal se reúnen a solas en una habitación y se ven
frente a frente pero reflejados cada uno de ellos en cada uno de los cristales
de las gafas, captadas en primer plano. Pequeños detalles que apartan Impulso criminal de una obra meramente
al servicio de la trama, y capaz, por tanto, de ofrecernos una visión
particular de la misma. Cualquiera que sea amante de las películas “de juicios”
un subgénero que ha dado obras maestras al cine, como Testigo de cargo o Doce
hombres sin piedad, entre otras, disfrutará lo suyo con la interpretación
imantadora de Orson Welles, dueño de una gama de registros vocales y de gestos
que solo hallan paralelismo en su interpretación de Quinlan en Sed de mal. Prepárense, así pues, los
espectadores a contemplar dos obras mayores de Richard Fleisher, un director
que, al menos para mí, sigue subiendo puestos en el escalafón de los mejores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario