domingo, 24 de enero de 2016

"La china" y "Todo va bien": Godard y el marxismo.


  


De los delirios maoístas a la explotación capitalista y la insatisfacción ideológica individual: La China y Todo va bien, de Jean-Luc Godard.
  
Título original: Tout va bien (Everything's All Right)
Año: 1972
Duración: 95 min.
País:  Francia
Director: Jean-Luc Godard, Jean-Pierre Gorin, Groupe Dziga Vertov
Guión: Jean-Luc Godard, Jean-Pierre Gorin, Groupe Dziga Vertov
Música: Paul Beuscher
Fotografía: Armand Marco
Reparto: Yves Montand, Jane Fonda, Vittorio Caprioli, Elizabeth Chauvin, Castel Casti


Título original: La Chinoise
Año: 1967
Duración: 96 min.
País:  Francia
Director: Jean-Luc Godard
Guión: Jean-Luc Godard
Música: Varios (Música clásica)
Fotografía: Raoul Coutard
Reparto: Anne Wiazemsky, Jean-Pierre Léaud, Juliet Berto, Michel Semeniako, Lex De Bruijn, Omar Diop, Francis Jeanson, Blandine Jeanson, Eliane Giovagnoli


            Dos películas de Jean-Luc Godard, La china y Todo va bien, pertenecientes a lo que podríamos denominar su “época revolucionaria”, son mis últimos descubrimientos en ese pozo sin fondo que es mi videoteca de segunda mano de la calle Tallers. La primera es de 1967, y, en cierta manera, precursora de lo que sería el estallido agitador de Mayo del 68, al que acaso llamar “revolución” sería perder el principio de realidad; la segunda, de 1972, próxima al desencanto inevitable que siguió a aquella algarada estudiantil que, sin embargo, tuvo un innegable poder de cambio social, en el plano moral, sin afectar a los fundamentos económicos del sistema. A ambas la ortodoxia marxista supongo que las consideraría poco menos que entartete kunst, esto es, “arte degenerado”, que es como bautizaron los nazis las vanguardias del arte contemporáneo cuando llegaron al poder. Formalmente, ambas películas son radicalmente opuestas a lo que los teóricos marxistas y sus dirigentes entendían por arte social al servicio del pueblo. No creo, vaya, que ningún obrero viera en su momento ninguna de las dos películas y quienes las vieran a buen seguro saldrían completamente desencantados de la proyección, como si esas historias no tuvieran nada que ver con ellos, aunque la segunda, Todo va bien, se halla más cerca de lo que podría entenderse como una problemática clásica de la clase trabajadora. La perspectiva desnaturalizadora de Godard, sobre todo en La china, y algo menos en Todo va bien, ha alimentado la polémica sobre la posición del autor ante lo expuesto, porque en ambas, al menos vistas desde 2016, es indudable que la distancia crítica e irónica más parece indicarnos que constituyen ambas películas una burla de las buenas intenciones transformadoras que otra cosa, porque si no no se entiende que pueda asentirse a una retahíla de disparates de agitprop que ni siquiera parece que sean creídos por los propios protagonistas de las acciones revolucionarias. En La china se nos pone en escena la creación de una célula revolucionaria maoísta, encabezada por dos activistas representados por una Anne Wiazemsky que consigue hacer odioso su personaje y un inconmensurable Jean-Pierre Léaud que acentúa la perspectiva burlesca de la situación. Instalados en la casa vacía de una “hija de banqueros” cuyos padres están de veraneo, asistimos a la formación de una célula que ni siquiera descarta la acción terrorista: “La revolución no es una cena de gala”, eslogan, por cierto, que repiten los obreros de la huelga salvaje de Todo va bien, lo que acentúa la estrecha relación entre ambas películas. La realización de Godard, llena de planos que se suceden vertiginosamente, de encuadres que dotan a la representación de un aire ritual, y en la que se recurre a la inserción de documentos, y sobre todo fotografías que marcan el contexto del discurso, un auténtico manual marxista ortodoxo que, adscrito al maoísmo, combate la tergiversación estalinista, dotan a la película de un ritmo vivo y, hasta cierto punto, desquiciante. No ha de olvidarse que Godard define la película como Un film en train de se faire, es decir, se asiste en tiempo real a la creación de la célula y de la película, como si fuera un documental. De hecho, buena parte de las intervenciones de los protagonistas responden a las preguntas formuladas por una voz en off que les pide que desarrollen su pensamiento. El divorcio total entre las vidas de los protagonistas y la teoría marxista que pretenden que las dirija chirría de tal manera que acaso los escasos veinte años de los protagonistas justifiquen el aire disparatado de la formación de esa célula revolucionaria. La película se manifiesta, por consiguiente, como un repertorio del estado concreto de la alienación marxista en la juventud europea que está a punto de rebelarse contra un sistema que perpetúa las desigualdades sociales y el pensamiento ultraconservador. Para que algunos lo entiendan, una de esas películas en las que Boyero haría excelentes migas con Morfeo. A mí, por el contrario, su visionado me ha parecido estimulante, porque, en cierto modo, refleja a la perfección el extravío pseudoizquierdista que sigue alimentando a no pocos jóvenes llenos de esas buenas intenciones que pavimentan el infierno. Por lo que hace a Todo va bien, el planteamiento se centra en una pareja de intelectuales marxistas que viven una situación de crisis, un director de cine publicitario, Yves Montand, al servicio de la más abyecta publicidad y una corresponsal de una radio norteamericana, Jane Fonda, quien hace su aparición en escena comentando un editorial de Charlie Hebdo criticando a la prensa seria por el abandono de sus responsabilidades al fiarse a la subvención de la publicidad en vez de al respaldo de los lectores. Ambos van a entrevistar a un empresario al que, justo ese día, los trabajadores se le declaran en huelga salvaje indefinida y lo secuestran en las oficinas, que ocupan hasta que se logre una solución. La puesta en escena, en estudio, que recuerda enormemente a la 13 Rue del Percebe, porque nos ofrecen en sección los diferentes pisos de la fábrica, como una casa de muñecas, es el escenario de una ocupación/secuestro en la que vamos viendo las diferentes posturas ante el conflicto, desde los sindicatos “oficiales” que combaten las huelgas salvajes hasta la progresiva desesperación del gerente de la empresa. Poco a poco, el microcosmo de otras relaciones, como la mujer que decide quedarse en el encierro y reclama de su pareja que se haga cargo de los niños, ante la incomprensión de su compañero, o las condiciones de explotación de los obreros, que se manifiestan, vía anecdótica cuando el gerente necesita ir al lavabo y se le describe la inflexibilidad de los capataces que no lo autorizan si no “toca”, nos permiten entender el estado concreto de las relaciones laborales en un momento dado de la historia del capitalismo. Godard aprovecha para rodar el proceso de fabricación en la empresa, usando como trabajadores a los dos protagonistas, que no han pasado de ser observadores relativamente imparciales; un recurso, el de la filmación de los procesos industriales que siempre ha supuesto una atracción para los cineastas, y un espectáculo para los espectadores, como si retrocediéramos a la función "desveladora" de realidades ocultas que tuvo el cine en sus inicios. Sin embargo, uno de los momentos cumbre de la película es el discurso del gerente, interpretado por un sobresaliente Vittorio Caprioli, en el que, con sumo cinismo, desarrolla su teoría de la caducidad de los planteamientos marxistas frente al empuje de la teoría colaborativa entre las clases: 4 minutos excepcionales, sin duda. Con todo, después de la huelga en la fábrica, la historia se centra en el conflicto de pareja de los protagonistas, debido no solo a la insatisfacción ideológica con sus trabajos respectivos sino al agotamiento de la pasión y su insignificancia en sus vidas respectivas. Desde el punto de vista cinematográfico, sin embargo, quiero destacar los originales títulos de crédito a golpe de claqueta y el inicio de la película como una suerte de traslación de Cómo se escribe una novela, de Miguel de Unamuno: se plantea la historia desde la nada, creando los personajes y, a través de un talonario de cheques, se introduce los gastos que requerirá la película, en las diferentes áreas de producción, incluyendo los elevados que significará contratar a dos estrellas como Montand y Fonda. Es evidente que si algo no se le puede discutir a Godard es la facilidad increíble que siempre ha manifestado para sorprender al espectador, algo que en estas dos películas consigue con creces.

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