Un drama íntimo tratado con la bendita delicadeza de las
elipsis y la severa contención de los sentimientos: Welcome to the Rileys o una emotiva historia de redención, un
potente subgénero del drama psicológico.
Título original: Welcome to
the Rileys
Año: 2010
Duración: 110 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Jake Scott
Guion: Ken Hixon
Música: Marc Streitenfeld
Fotografía: Christopher Soos
Reparto: Kristen Stewart, James
Gandolfini, Melissa Leo, David Jensen,
Kathy Lamkin, Joe Chrest, Ally
Sheedy, Tiffany Coty, Eisa Davis,
Lance E. Nichols, Peggy Walton-Walker.
El atractivo de James
Gandolfini, más la necesidad imperiosa de oír inglés por una estudiante y un
aficionado, nos metieron en esta película de la que no sabíamos nada. Ahora sí,
Jake Scott es el hijo de Ridley -qué curiosa semejanza la del apellido de la
pareja protagonista y la del padre del director…- Scott, quien actúa en la
película como productor de la ópera prima de su hijo. Dinero bien empleado, al
menos desde el punto de vista artístico, porque estamos ante una excelente
película que lo fía todo a las interpretaciones y a una situación que e va
explicando poco a poco. Un hombre que se entiende con la camarera negra de un
bar cercano a su casa. La esposa de ese hombre que está recluida en casa, de la
que no sale nunca, alimentada por una fobia al exterior aparentemente
incomprensible. Los amantes tienen planeada una visita a New Orleans para
asistir a una convención de lampistas y profesionales dedicados a ese oficio:
empresarios, vendedores, fabricantes, etc. Para huir de ese ambiente, el triste
personaje interpretado por Gandolfini, quien recibe la noticia de la muerte de
su amante justo antes de salir para el Congreso, decide, después de haber entrado
en contacto con una jovencísima stripper
de un bar de New Orleans, quedarse instalado en casa de ella y ayudarla, sin
pedirle nada a cambio, para “facilitarle” la vida, con la intención evidente de
que ella responda al estímulo del “bien”, que él encarna. Se trata de una suerte
de programa de redención no explícito pero inequívoco. Pero lo que parece que será
una película poco menos que oenegeica, se va convirtiendo en un hondo drama de
cuyos extremos nos vamos enterando muy poco a poco, con una dosificación perfecta
para entender las reacciones de ambos esposos; sobre todo cuando nos enteramos
de la causa de la postración de ambos padres, que no es otra que la pérdida en
accidente de coche de su única hija, una adolescente que atravesaba, como
cualquiera otra, una etapa conflictiva con sus padres y, especialmente, con su
madre, por el carácter sobreprotector de esta, a lo que la mujer achacará la responsabilidad
última en el accidente de su hija. En cuanto oye, a través del teléfono, que su
marido no tiene la más mínima intención de volver a su lado, que se queda, por
tiempo indefinido en New Orleans, a la mujer se le disparan todas las alarmas y
se ve forzada a tomar decisiones trascendentales, porque, desde el accidente de
su hija, como ya he dicho, vive recluida en casa, de la que no sale nunca, bajo
ningún concepto. De repente, ante el riesgo cierto de que la horrible
convivencia imperativamente casta que lleva manteniendo con su marido salte
definitivamente por los aires y se vea abocada a un divorcio que intuye no muy
lejano, la mujer toma la decisión no solo de salir de su enclaustramiento, sino
de conducir hasta Nueva Orleans en busca de su marido. El sentido del humor, por
suerte, está presente para paliar el intenso drama que vie el espectador,
acongojado, sin tener todos los datos del motivo del fracaso matrimonial de la
pareja, máxime cuando el marido se deshace de buena persona y ella se
transfigura en la encarnación de la fragilidad psicológica. El trabajo de
Melissa Leo es de lo que se han de pasar en las escuelas de interpretación La
parte de la película en la que ella es la protagonista absoluta es antológica.
Cuesta hacerse cargo, para quienes no han sufrido nunca una crisis de ansiedad,
o no han desarrollado nunca una fobia paralizante, lo que supone para la mujer
atormentada por su pasado, dar el paso de salir de casa, de transformar su aspecto
y de lanzarse a la aventura de recorrer el país hasta el sur, al Nueva Orleans
del famoso Mardi Gras, para “rescatar” a su marido de cualquier “tunanta” que
se lo haya camelado, porque ella no ignora que, de distinta forma, él y ella
comparten un mismo y profundo dolor. El proceso de formación de una suerte de
familia alternativa con la stripper
tiene de todo, momentos hilarantes y momentos dramáticos, pero se rehúye de
raíz la pavorosa posibilidad de un desarrollo “a lo Capra” y la trama se va
ciñendo a la dura realidad de la joven, si bien lo que se plantea en esa convivencia
forzada de las tres soledades es una suerte de reinterpretación de la vida de
cada cual y de la común de la pareja; un proceso, ya digo, que obra en tres
direcciones que no siempre son coincidentes y que permiten una lectura en clave
femenina muy interesante, con el acercamiento entre la joven y la esposa,
paralela a la relación de amistad, finalmente, entre la stripper y el marido. El trabajo de Kristen Stewart, muy rompedor,
y en las antípodas de sus otros trabajos, es encomiable, aunque, a mi parecer,
le falta algo de cuerpo para encarnar con mayor convicción a la joven
prostituta, pero en cuanto a la expresión del rostro, las miradas y el uso del
lenguaje, resulta muy convincente. La película, a pesar de ser una ópera prima,
no busca el lucimiento del director con encuadres insólitos o una puesta en
escena que deje pasmado a los espectadores, sino que ha optado por ponerse al
servicio de la narración, y acierta de lleno. La película discurre con una naturalidad
pasmosa, como si llevara veinte años contando historias y tuviera, ya, una
manera personal de narrar. Está claro que Gandolfini llena la pantalla y que la
partida de cartas con los amigos, por ejemplo, se resuelve porque él la
resuelve con su mera actuación, del mismo modo que apabulla en su duelo
interpretativo a la joven Stewart. A los seguidores de los Soprano, este lado soft de Gandolfini les recordará al frágil
paciente ante su psiquiatra o al hijo cariñoso. Se trata, pues, de una más que
estimable película en la que se atisba un trabajo de dirección al que habrá que
estar muy atentos.