lunes, 15 de julio de 2019

«Calle River, 99» y «Cinco contra la banca», de Phil Karlson, bastante más que un artesano…











Un thriller redondo, Calle River, 99 y un experimento fallido, Cinco contra la banca, pero con Kim Novak…


Título original:  99 River Street
Año:1953
Duración: 83 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Phil Karlson
Guion: Robert Smith (Historia: George Zuckerman)
Música: Arthur Lange, Emil Newman
Fotografía: Franz Planer (B&W)
Reparto: John Payne,  Evelyn Keyes,  Brad Dexter,  Frank Faylen,  Peggie Castle,  Jay Adler, Jack Lambert,  Glenn Langan,  Eddy Waller,  John Daheim,  Ian Wolfe,  Peter Leeds, William Tannen,  Gene Reynolds

Título original: 5 Against the House
Año: 1955
Duración: 84 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Phil Karlson
Guion: Stirling Silliphant, William Bowers, John Barnwell (Historia: Jack Finney)
Música: George Duning
Fotografía: Lester White (B&W)
Reparto: Guy Madison,  Kim Novak,  Brian Keith,  Alvy Moore,  Kerwin Mathews, William Conrad,  Jack Dimond,  Jean Willes.

Tengo pendiente una suerte de crítica múltiple sobre las películas de serie B, específicamente thrillers, en la que haré un repaso de los códigos del género que cimentaron, sobre todo en Usamérica, una manera de hacer cine que después algunos autores excepcionales, Preminger, Huston, Wells, et .,  llevaron a la perfección. En multitud de películas modestas, de relativamente bajo presupuesto y con actores no encumbrados, o en vías de llegar a serlo, las constantes de ese código aparecen invariablemente, y a veces con algunos detalles singulares que dotan a alguna películas de un poder visual y argumental que las aproxima con todo merecimiento a la serie A en la que brillan títulos indiscutibles del género. Hoy traigo, en programa doble, dos películas muy dispares de un autor cuya solvencia está bastante más allá de esa Segunda División que son las películas de serie B: Phil Karlson. Prolífico y profesional, he de reconocer que Karlson, como dije desde que vi su obra maestra, El cuarto hombre, merece un reconocimiento que aún no le ha llegado, pero no creo que tarde en lograrlo. Empecemos por la más floja, Cinco contra la banca, una película rara, rara, en la que la presencia imantadora de Kim Novak, comenzando a labrarse lo que sería un glorioso futuro, es un aliciente lo suficientemente poderoso como para sentarse a verla. La situación, sin embargo, es de lo más chocante, porque, a escasos dos años del conflicto, los veteranos de la guerra de Corea tenían ya su sitio en la pantalla. En este caso, cuatro amigos muy dispares viven en una universidad, acogidos al programa postbélico para facilitarles la obtención del título universitario a quienes sirvieron a su país, a pesar de ser algo más que talluditos. Los cuatro so muy distintos y, entre bromas y veras, pasan, de vuelta al College, por un casino de Reno del que salen con un reto. Llama la atención un detalle como el del aparcamiento automatizado de los coches, mediante una grúa que los lleva a los pisos superiores, y que tanta importancia tendrá en el desenlace. Entre bromas joviales llamativas, acaban siendo confundidos con el atracador que ha intentado, a punta de pistola, robar en el casino, y, una vez identificados como estudiantes que vuelven al alma máter, se alejan del lugar con el eco de las palabras del policía que formula lo que acabará convirtiéndose en reto: es imposible atracar este casino y cualquier otro de la ciudad, pero aquel en concreto más que ningún otro. Entre los cuatro sobresale la pareja de Kim Novak, cantante de cabaret como mandan los cánones, que lo urge a regularizar su situación, Guy Madison, y un excelente Brian Keith aquejado de estrés postraumático, lo que conducirá a complicar la situación en la que, finalmente, acaban embarcándose todos ellos: la aventura de saquear el casino, si bien como una chiquillada estudiantil, que acabaría revelando dónde estaría el dinero sustraído. ¿Cuándo se tuerce? Cuando Brian Keith se empecina en que, para él, eso no es un “simulacro”, sino un atentado criminal real que ha de llevarlos a disfrutar él de unos fondos que intuye que no podría conseguir de otra manera. La ambición, pus se cruza en sus caminos, y lo arruina todo. La película, a partir de la preparación del robo, adquiere un ritmo de thriller que la situación social y psicológica de los personajes le había robado al metraje, sin excesivo interés, como las bromas al recién llegado a la universidad a quien convierten poco menos que en su criado. Con todo, Karlson dibuja un retrato de cada personaje que nos lleva, por diferentes motivaciones, a una situación dramática final muy conseguida. Las buenas maneras del director, sin embargo, adquieren su verdadera dimensión e importancia en la película anterior a esta, cronológicamente, Calle River, 99, un thriller muy serio y con unos personajes definidos exquisitamente, amén de con una intriga sólida, perfectamente construida y con algunas secuencias, como la del teatro o la de la muerte de la mujer del boxeador taxista, brillantes, sobre todo la primera. La película se abre con un marido que no se sienta a la mesa para cenar hasta que no se acabe el combate de boxeo que contempla en la televisión, desde muy cerca. Un plano de Karlson en el que entra en primer término el boxeador, el combate en la televisión y, al fondo, la esposa iracunda por la desatención de su esposo, nos da a entender ya la tensión que allí se vive y que nos va a llevar enseguida a alguna complicación. discusión entre los esposos deja clara la situación: ella se casó con él cuando él aspiraba a la corona mundial de su categoría. Un golpe que le afectó al nervio óptico amenazó con dejarlo ciego si seguía boxeando, por lo que se retiró y ahora es un taxista que sueña con reunir dinero para comprarse una estación de servicio, ante la desesperación de una esposa condenada a la “nada· social, a la “insignificancia”. Frente a esa relación deteriorada, el boxeador es amiga de una aspirante a convertirse en dramaturga y actriz, a quien ayuda y con quien se entiende a la perfección. Apenas ha vuelto al servicio, la mujer se atreve a recibir en casa a un amante que le promete el oro y el moro tras un robo de unos diamantes que, en cuanto los coloque en el perista, les reportará una hermosa suma con la que vivir a cuerpo de rey, en vez de como la “chacha” de un taxista. ¿Qué ocurre? Lo insospechado para ella, que él vuelve a casa y, desde el taxi, ve a su mujer besarse con otro hombre. En vez de reaccionar como para él como boxeador le está severamente prohibido, calla y decide averiguar qué “juego sucio” se trae su esposa para con él. Por ese camino llegamos al momento en que el perista le dice a su suministrador que no le compra las joyas porque se ha dejado ver con la mujer y ha levantado demasiadas sospechas. ¿Solución? El atracador recibe en su hotel a la mujer del taxista, llama a un taxi para que venga a recogerla y en el ínterin que el taxista espera en el bar, el atracador estrangula a la mujer y la mete en el taxi, todo lo cual lo sabemos, elípticamente, cuando el taxista harto de esperar, pasa del cliente, se dirige al taxi y la cámara, mientras el taxi arranca e inicia el movimiento, va retrocediendo por la carrocería del mismo hasta la puerta de atrás, por la que asoma un trozo del vestido de la mujer…Con esa elegancia va escribiendo Karlson una persecución implacable de la policía de un taxista sospechoso de asesinato. Lo cierto es que la doble trama, el atracador intentado conseguir el dinero que le había sido prometido, y la del taxista lanzado a la averiguación de quién haya sido el asesino de su mujer, tiene un buen número de secuencias que nos complacen sobremanera: desde el intento del taxista por volver a boxear, presentándose en el gimnasio de quien fuera su manager, con planos clásicos de ese ambiente tópico del género, como las escaleras estrechas y oscuras que nos llevan hasta él; hasta la impagable secuencia en que la amiga dramaturga del taxista le dice que la acompañe, porque, forcejeando con quien intentaba abusar de ello, lo había golpeado hasta matarlo. Entran en el teatro, en cuya escena yace el cadáver. Ella narra entones, con el dramatismo ad hoc de estos casos, lo que le ha pasado, ante el estupor de él. Cuando decide ayudarla a esconder el cadáver, se oye un “Lights!”, el cadáver se incorpora y todo se resuelve en que se trataba de la última prueba que el productor le hacía a la actriz para encargarle el papel en Broadway… El taxista se siente humillado por el abuso de confianza de quien él entendía que era “amiga” suya, y a partir de ahí, lo que pudiera convertirse en un mayor aislamiento, se convierte en un acercamiento, porque ella la acompaña en el taxi cuando descubren, con estupor, que en el asiento de atrás está el cadáver de su mujer. Desde ese momento, ella se convierte en inseparable de él e incluso toma parte activa en la búsqueda del sospechoso, poniendo incluso en riesgo su vida, porque él ha caído en manos de la banda del perista que va detrás del atracador. Si mezclamos las ráfagas de recuerdos de sus combates que se le atraviesan al boxeador cuando pelea con algunos de sus rivales, lo que perfilan ciertos traumas que van más allá de los golpes, algo que advertimos desde aquella primer escena de la cena pospuesta al combate, cuando se acaricia la sien derecha…, lo que acabamos obteniendo es un doble proceso de búsqueda: externa, el asesino de su esposa que lo libre de ser incriminado por él, y la búsqueda de sí mismo. En resumen, una obra de AUTOR, así, con mayúsculas, muy digna de ser “redescubierta” por los aficionados al cine negro en general y por todos en particular. Joan Payne, además, da la medida exacta, por presencia, miradas y gestos, del perdedor digno que quiere reivindicarse y probar su honradez y su dignidad. ¡Excelente película!

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